Volé desde Madrid a Santiago de
Chile, de ahí a Calama y, finalmente de allí por carretera a San Pedro de
Atacama, hasta los 2400 m de altitud. La carretera, que atraviesa el desierto,
es recta y con muy buena visibilidad. A pesar de ello suele haber muchos
accidentes debido al fuerte desnivel de la carretera que no se percibe a simple
vista y que provoca que el vehículo
alcance una gran velocidad que muchos coches y camiones antiguos no son
capaces de controlar. La carretera estaba perlada de pequeñas capillitas
recordando esos accidentes.
Fig. 1.
Carretera de Calama a San Pedro de Atacama.
Ya en ese recorrido, aunque no
sea la imagen más atractiva que se nos pueda ofrecer, la impresión de soledad y
sequedad es enormemente subyugante. El desierto de Atacama es uno de los
lugares más secos del mundo, ya que
puede estar años sin que llueva y luego, cuando lo haga, hacerlo de una manera
muy discreta.
Dentro del desierto de Atacama
está el salar de Atacama y allí es donde se ubica San Pedro de Atacama. Es un
enorme territorio permanentemente relacionado con la sal. A unos kilómetros se
encuentra otro salar, el mayor del mundo, el de Uyuni, en Bolivia, donde hay incluso
construcciones hechas con bloques de sal, otro ejemplo de cómo la arquitectura
puede hacer uso de un recurso propio, inmediato, natural y reciclable. Todo
está muy relacionado, de hecho esta zona de Chile fue boliviana hasta que la
perdieron en la Guerra del Pacífico en el siglo XIX.
Fig. 2. Formación
de sal en la laguna del Cejar.
Como decía, la sal es una
presencia constante en esta tierra. Cuando llueve no solamente se produce un
espectáculo impresionante en el desierto, cuando se llena de colores durante
unas horas, sino que aflora la sal del subsuelo dándole un aspecto blanquecino
que en ocasiones parece nieve. Se llama sal
de evaporita. Paseando por los valles de Marte y de la Luna en el salar se
pueden ver estos efectos, pero sobre todo se aprecian en la laguna del Cejar,
donde la densidad del agua es tan alta debida a la sal que se flota
inevitablemente. Compite con el Mar Muerto en Palestina en flotabilidad.
El desierto de Atacama tiene
pequeños oasis formados por el agua que baja de la cordillera y que se acumula
en zonas bajas del valle. En esos oasis es donde se establecieron las
poblaciones originariamente y es donde están las actuales.
Fig. 5. Oasis
de Atacama.
La población, que llegó al lugar en
el 10 000 A.C., era cazadora/recolectora, y se desplazaba permanentemente
buscando mejor caza y productos que recolectar. Con el paso del tiempo, hacia
el 4 000 A.C. se asentaron transformándose en ganaderos/agricultores.
Los atacameños originarios, como
todos los pueblos indígena americanos, son de origen asiático, probablemente de
origen mongol, y cruzaron andando el estrecho de Bering durante una glaciación.
Hoy en día esos atacameños conservan la marca mongola, que es una pequeña mancha
situada en la parte baja de la espalda y que desaparece hacia los siete años.
Me contaron que en la misma familia algunos niños nacían con la marca y sin
embargo otros hermanos nacían sin ella.
La zona ha sido siempre un
territorio de paso y por eso muchas culturas y pueblos han dejado sus
conocimientos y su impronta. La civilización tihuanaca, asentada en el lago Titicaca
comerció durante muchos años con los atacameños. La bajada del nivel del lago
provocó la desaparición de esta cultura y la pérdida del comercio con esta zona
dio lugar a una profunda crisis económica y social. Uno de los productos que
dejó de llegar fue la droga. La altitud siempre ha hecho que los pueblos
tradicionales tomaran estimulantes para soportar el trabajo en condiciones
limitadas de oxígeno. En este caso inhalaban algún tipo de droga colocándola
sobre unas pequeñas bandejitas planas en forma de caja de poco fondo, que tuve
ocasión de ver en el museo local. Años después, en 1450 fueron los incas los
que llegaron a estas tierras, ocupando un territorio que llegó a ir desde
Ecuador hasta el centro de Chile. No fue una ocupación especialmente violenta
en muchos casos, pero introdujeron nuevas ideas religiosas, tecnológicas,
económicas y políticas. Incluso cambió su idioma kenza por el quechua. Un siglo
después llegamos los españoles imponiendo de nuevo el cambio de idioma.
Nada más llegar, una vez que dejé mis cosas en el hotel,
salí a conocer San Pedro. Era por la tarde y mi primer contacto con el clima
fue la radiación solar. La temperatura no era muy alta, entre 26 y 28 ºC, pero
la radiación me quemaba. Tengo que aclarar que estoy acostumbrado al sol,
incluso que me gusta y que permanentemente tengo la piel morena y protegida.
Pero aquel sol me quemaba hasta tal punto que tuve que volver al hotel para
ponerme sobre la piel el protector solar que aún tenía en la maleta y un
sombrero de ala ancha que me cubriera la cabeza. Tuve ocasión de ver en la
fachada del museo de la ciudad un medidor de radiación ultravioleta que
indicaba el grado de riesgo, en ese momento era alto. Pensé que estaba a 2600 m
de altitud, con un cielo muy limpio por la falta de nubes y de humedad, y con
una seria reducción de la capa de ozono. El resultado es esa altísima radiación
que no da tregua y quema en segundos.
La humedad que medí era bajísima,
sólo de un 7%. Me dijeron que en pleno verano, cuando las altas temperaturas
reducen de por sí la humedad relativa, podía bajar al 3%. Estaba en el desierto
de Atacama, una de las zonas del mundo con menos humedad relativa del mundo. A
pesar de ello no es la más seca. Las zonas más secas son las más frías. Por
ejemplo, en la Antártida, las bajas temperatura reducen de tal modo la
capacidad del aire para contener humedad que aunque esté saturado es ultra
seco.
Pero el cambio climático también
llega al desierto. Hacía unos meses había llovido en una hora más que en los
tres años anteriores juntos. Como el suelo es impermeable me dijeron que la
lluvia corría por las calles como ríos inundando las plantas bajas y afectando
a las construcciones.
Las construcciones son de tierra,
de adobes en la actualidad y de tapia en el origen. Las cubiertas se apoyan en
una estructura inclinada de madera de algarrobo, que es el árbol local más
abundante. El algarrobo tiene un tronco y unas ramas muy irregulares que dan a
las cubiertas vistas desde dentro un aspecto muy singular. Sobre esa estructura
se colocaba madera de brea, un arbusto que una vez seco permitía crear una
estructura bastante densa como para soportar las tortas de barro que se ponían
encima como recubrimiento. Cuando llegaron los españoles a esta zona de Chile
se sustituyó la brea por láminas de cactus. El cactus se laminaba, se dejaba
secar y se aplanaba con pesos para obtener esas finas y delgadas piezas. El
proceso podía durar 6 ó 7 meses. El resultado era más limpio que con la brea al
dar un acabado continuo y plano. También sobre esas láminas se colocaba el
barro.
Fig. 8.
Cubiertas de paja brava en el pueblo de Machuca
Muchas casas llevan la cubierta acabada directamente con el barro ya que llueve poquísimo, pero otras lo tienen protegido con otra especie vegetal, la “paja brava”, que es una gramínea y de la que hay muchas variedades. Si la empleada es de fibra corta colocan sobre ella tiras también de barro para asentarla mejor y que no se la lleve el viento.
Fig. 9. Cubiertas con tiras de barro
La iglesia de San Pedro está
construida como el resto de las casas, tiene un techo de troncos de algarrobo
muy irregular sobre el que se colocan láminas de cactus, todo ello atado con
tiras de cuero, lo que le da una imagen interior muy singular. Sin embargo es
el edificio más emblemático del pueblo. Aunque no se sabe exactamente cuándo se
construyó, ya funcionaba en 1610, y aunque ha tenido arreglos posteriores
debidos a los terremotos, ha sido capaz de aguantar en pie perfectamente hasta
hoy en día en un país donde es raro ver restos de arquitectura colonial.
Al día siguiente me fui a visitar
la aldea de Tulor, situada a 10 km al sureste del pueblo, entre la cordillera
de la Sal y las dunas de arena del desierto. El ayllu de Tulor, que es el
nombre que daban los incas a una unidad administrativa, conserva no solo la
estructura urbana de la población que lo habitó entre el 300 A.C. y el 300 D.C.
sino vestigios de los materiales que emplearon en sus construcciones. Sus
habitantes fueron los precursores del desarrollo del periodo clásico atacameño.
Fig. 11. Reconstrucciones
de algunas de las viviendas de Tulor
Fig. 12.
Imágenes de la antigua ciudad de Tulor. En la última, bajo la pasarela, se
puede ver la calle que separaba y estructuraba las casas.
En esta aldea se consolidaron las
prácticas sedentarias de agricultura y ganadería. En su momento las aguas del
río San Pedro regaban las tierras colindantes a Tulor, por lo que se pudo
desarrollar perfectamente la agricultura y con ella una estructura social más
compleja y jerarquizada. Su situación estratégica y su desarrollo artesanal le
permitió ser un enclave comercial importante y desarrollar un modelo
arquitectónico rico de matices. Sin embargo, al secarse el río, la aldea de
Tulor fue abandonada. El avanzar de la duna de arena, que llegó a cubrir la
aldea por completo hasta que la descubrió el jesuita belga Gustavo Le Paige en
1956, permitió que se conservara en perfecto estado.
Visitando Tulor conocí a una
francesa llamada Odeille que vivía con su pareja chilena en San Pedro. Me
explicó que en su casa el muro de tierra reduce un poco el efecto de la
temperatura interior pero que no resuelve plenamente el problema del
acondicionamiento. Una pared de adobes
de unos 30 ó 40 cm proporciona una U entre 1,2 y 1,5 W/m2·K. En un
clima donde se pueden superar los 40 ºC en verano, aunque baje por la noche
hasta casi los cero grados y por tanto la temperatura media sea de 20 ºC, los
efectos de la potentísima radiación solar hace que no sea suficiente la inercia
térmica del muro. La inercia térmica como técnica bioclimática es
indudablemente la acertada y la protección es buena, pero no resulta suficiente
para alcanzar niveles de bienestar. Me contó Odeille que en su casa se
alcanzaban en verano los 30 ºC y que algunas personas tenían que bajarla
empapando el suelo y provocando un benefactor enfriamiento evaporativo. El
sistema es muy eficiente ya que la humedad tan baja facilita la evaporación al
tiempo que aumenta ligeramente la
humedad relativa interior, lo que resulta saludable para la piel y las vías
respiratorias. En invierno la temperatura puede bajar por la noche de los -10
ºC. En estas condiciones un muro de tierra no funciona bien y sería necesario
algo de aislamiento, como en las casas de Tulor con los espacios tapón que
rodeaban a las habitaciones.
La población actual de San Pedro
tiene un referente geográfico que en el pasado actuó como calendario, es el
volcán Licancabur, “montaña del pueblo”, de 5916 m de altura. Está orientado al
este en relación a la población lo que quiere decir que en los equinoccios el
sol sale exactamente por detrás del volcán. Cuando los indígenas veían que el
sol empezaba a salir por la derecha del volcán quería decir que se aproximaban
al verano, mientras que si empezaba a hacerlo por la izquierda que se
aproximaban al inverno y que era peligroso subir a los Andes a trabajar con el
ganado. De ese modo evitaban la sorpresa de una nevada cuando ascendían por la
cordillera.
Fig. 15. Surtidores
de vapor en Tatio.
Al día siguiente decidí ir a
Tatio a ver los surtidores de vapor. Para observar el espectáculo hay que estar
allí muy temprano, cuando aún hace frío, para poder ver como se condensa el
vapor de agua que sale de la tierra. Tuve que salir del hotel a las cuatro de
la mañana para llegar a Tatio a las 7:00. En ese momento la temperatura era de
-6 ºC.
La zona se encuentra a 4320 m de
altitud y la falta de oxígeno era palpable. Vi a varias personas que se ponían enfermas
por el mal de altura. Caminé despacio y parsimoniosamente entre los surtidores
para no tener problemas. Los habitantes de estas tierras, para adaptarse a la
altitud han desarrollado un corazón y unos pulmones muy grandes, para recibir y
mover mucho aire ya que el contenido de oxígeno es bajo. A las 10:00 ya había
subido al temperatura del aire lo suficiente como para que la actividad de las
fumarolas hubiera cesado casi por completo.
A esa altitud el agua hierve a 85
ºC nada más. Desayuné unos huevos cocidos en los surtidores que tardaron mucho
más tiempo de lo normal en endurecerse debido a la temperatura del agua
caliente. Mereció la pena esperar porque me hice una sándwich de huevo
semicocido con palta, el nombre que dan los chilenos al aguacate, muy sabroso y
reconfortante. Lo acompañé con una infusión de mate de coca que seguro que
también ayudó. Mientras comía se acercaron gaviotas andinas con la esperanza de
que se me cayera algo de comida al suelo.
Ha habido intentos de montar una
instalación de energía geotérmica en la región para aprovechar el calor del
subsuelo pero sin éxito. La negativa ha venido de parte de la población local
que considera que se perdería todo el reclamo turístico que tiene actualmente
si aparecieran instalaciones, tuberías y conductos. Aunque el tema siempre es
delicado, porque el empleo de las energías renovables siempre preserva el medio
ambiente, creo que tienen razón y que deben defender este espacio tan atractivo.
En el recorrido a través del
desierto entre Calama y San Pedro había visto cómo una empresa española estaba
instalando un parque eólico. Pude hablar sobre este parque de energía renovable
con un lugareño dueño de una agencia de viajes, del que sabía que estaba muy
vinculado a su tierra, y le pregunté si les parecía tan dañino como la posible
instalación geotérmica. Me dijo que no, que los molinos estaban ya en una zona
muy deteriorada por la explotación minera del cobre. Mientras un aerogenerador
se puede desmontar llegado el momento sin dejar daños en el suelo, una mina a
cielo abierto crea un daño irreparable.
Fig. 18.
Una vicuña y un pequeño zorro.
De vuelta por la carretera hacia
San Pedro pude ver todo tipo de animales, sobre todo vicuñas, que son camélidos
que viven en libertad y producen una pequeñísima cantidad de lana pero
enormemente fina. Más velludas son las llamas que se crían en cautividad. Las
llamas son el resultado de la domesticación del guanaco y se aprovechan también
como alimento. En una parada en un pequeñísimo pueblo, Machuca, donde viven
permanentemente sólo dos parejas, pude comer una brocheta de carne de llama.
También vi a un zorro pequeño que se quedó mirando a la espera de algo de
alimento. Incluso pude ver a lo lejos un ñandú, una especie de avestruz del
altiplano.
Fig. 19. Iglesia
de Machuca.
En San Pedro, al amanecer, se escuchan los ruidos de la
noche. En ocasiones puede ser algún ave nocturna pero sobre todo se oye a los
perros comunicándose. Los perros se mueven tranquilamente por la ciudad, en
muchos casos sin dueño, en todos los casos sin correa. Se paran a dormir en
cualquier sombra, junto a una pared, en una puerta, en medio de la calle. Hay
un respeto mutuo entre personas y perros. Una atacameña me dijo que habían
acuñado un refrán, “vives mejor que un perro en San Pedro”. No vi gatos.
Me pasa algo curioso con el
acento chileno. Cuando oigo hablar a una mujer no sólo el acento me suena
familiar, como es lógico, sino que el timbre me parece el mismo en todos los
casos. Por eso cuando las escucho creo estar oyendo a alguien que ya conozco,
lo que da más familiaridad al contacto.
Yo siempre me he sentido bien
allí donde estaba. En estos días me sentí atacameño. Sin embargo noté una
cierta agresividad hacia los españoles. No dudo que las potencias coloniales,
hayan sido cuales quiera que fueran, hayan impuesto sus costumbres, lengua y
religión en los territorios que conquistaron, en muchas ocasiones destruyendo
lo que había previamente, cultura, idioma, ciudades, personas. Destruir siempre
es malo, aunque no sé si el mestizaje que trajeron esos nuevos hábitos no haya merecido
la pena. Lo que menos me gusta es que hablen de mis antepasados como los
causantes de esa destrucción. Mis antepasados no salieron de España y eran
pastores, o agricultores, o carpinteros. Los que fueron a América y causaron
esos daños, los que se quedaron y los que dieron lugar al mestizaje actual, son
los antepasados de esos que hoy me lo echan en cara. Mi mujer llama a las
personas que actúan de ese modo conversos.
Hablando con algunos chilenos me pude enterar de que también hay animadversión,
por no decir odio, contra los chilenos por parte de los rapanui y de los
mapuches. En todas partes encontramos estos enfrentamientos. En un momento en
el que yo creo que lo importante es aunar todavía hay gente que prefiere
desunir.
La última noche que pasé en San
Pedro contraté una actividad nocturna dirigida por un astrónomo para ver las
estrellas. Según dicen, el cielo de esta parte de Chile es el más limpio del
mundo. Se aprobó el proyecto ALMA para instalar radio telescopios en su entorno
gracias a esa limpieza. La falta de contaminación gaseosa, de contaminación
lumínica y la gran sequedad del ambiente son los responsables de ello. El cielo
que vi fue grandioso, no sólo porque para mí no es habitual ver el cielo del
hemisferio sur sino porque nunca había vista tantas estrellas juntas. Algunas,
las más bajas, las que todavía se veían a través de las zonas bajas de la
atmósfera titilaban, o como decía Neruda en su poema, tiritaban: Puedo escribir los versos más tristes esta
noche. Escribir, por ejemplo; “La noche
está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos”. Me quede sin ver
la Cruz del Sur, grupo de estrellas que persigo siempre que voy a Sudamérica,
tardaba aún horas en salir. Una buena excusa para volver.
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