sábado, 7 de diciembre de 2013

CÍRCULOS DE BARRO EN EL DESIERTO

Volé desde Madrid a Santiago de Chile, de ahí a Calama y, finalmente de allí por carretera a San Pedro de Atacama, hasta los 2400 m de altitud. La carretera, que atraviesa el desierto, es recta y con muy buena visibilidad. A pesar de ello suele haber muchos accidentes debido al fuerte desnivel de la carretera que no se percibe a simple vista y que provoca que el vehículo  alcance una gran velocidad que muchos coches y camiones antiguos no son capaces de controlar. La carretera estaba perlada de pequeñas capillitas recordando esos accidentes.
Fig. 1. Carretera de Calama a San Pedro de Atacama.

Ya en ese recorrido, aunque no sea la imagen más atractiva que se nos pueda ofrecer, la impresión de soledad y sequedad es enormemente subyugante. El desierto de Atacama es uno de los lugares  más secos del mundo, ya que puede estar años sin que llueva y luego, cuando lo haga, hacerlo de una manera muy discreta.

Dentro del desierto de Atacama está el salar de Atacama y allí es donde se ubica San Pedro de Atacama. Es un enorme territorio permanentemente relacionado con la sal. A unos kilómetros se encuentra otro salar, el mayor del mundo, el de Uyuni, en Bolivia, donde hay incluso construcciones hechas con bloques de sal, otro ejemplo de cómo la arquitectura puede hacer uso de un recurso propio, inmediato, natural y reciclable. Todo está muy relacionado, de hecho esta zona de Chile fue boliviana hasta que la perdieron en la Guerra del Pacífico en el siglo XIX.
Fig. 2. Formación de sal en la laguna del Cejar.

Como decía, la sal es una presencia constante en esta tierra. Cuando llueve no solamente se produce un espectáculo impresionante en el desierto, cuando se llena de colores durante unas horas, sino que aflora la sal del subsuelo dándole un aspecto blanquecino que en ocasiones parece nieve. Se llama sal de evaporita. Paseando por los valles de Marte y de la Luna en el salar se pueden ver estos efectos, pero sobre todo se aprecian en la laguna del Cejar, donde la densidad del agua es tan alta debida a la sal que se flota inevitablemente. Compite con el Mar Muerto en Palestina en flotabilidad.



 Fig. 3. Laguna del Cejar de Atacama. Un flamenco buscando pesca en las aguas de la laguna.

 Los valles de Marte, que por un error lingüístico también se llama valle de la Muerte, y de la Luna, se refieren a los supuestos paisajes que se verían si fuéramos al planeta rojo y a nuestro pequeño satélite. No me importa si el parecido es real o no, no creo que pueda verificarlo nunca, porque caminar por ellos es realmente alucinante. 


Fig. 4. Valles de Marte y de la Luna.

El desierto de Atacama tiene pequeños oasis formados por el agua que baja de la cordillera y que se acumula en zonas bajas del valle. En esos oasis es donde se establecieron las poblaciones originariamente y es donde están las actuales.
 

Fig. 5. Oasis de Atacama.

La población, que llegó al lugar en el 10 000 A.C., era cazadora/recolectora, y se desplazaba permanentemente buscando mejor caza y productos que recolectar. Con el paso del tiempo, hacia el 4 000 A.C. se asentaron transformándose en ganaderos/agricultores.

Los atacameños originarios, como todos los pueblos indígena americanos, son de origen asiático, probablemente de origen mongol, y cruzaron andando el estrecho de Bering durante una glaciación. Hoy en día esos atacameños conservan la marca mongola, que es una pequeña mancha situada en la parte baja de la espalda y que desaparece hacia los siete años. Me contaron que en la misma familia algunos niños nacían con la marca y sin embargo otros hermanos nacían sin ella.

La zona ha sido siempre un territorio de paso y por eso muchas culturas y pueblos han dejado sus conocimientos y su impronta. La civilización tihuanaca, asentada en el lago Titicaca comerció durante muchos años con los atacameños. La bajada del nivel del lago provocó la desaparición de esta cultura y la pérdida del comercio con esta zona dio lugar a una profunda crisis económica y social. Uno de los productos que dejó de llegar fue la droga. La altitud siempre ha hecho que los pueblos tradicionales tomaran estimulantes para soportar el trabajo en condiciones limitadas de oxígeno. En este caso inhalaban algún tipo de droga colocándola sobre unas pequeñas bandejitas planas en forma de caja de poco fondo, que tuve ocasión de ver en el museo local. Años después, en 1450 fueron los incas los que llegaron a estas tierras, ocupando un territorio que llegó a ir desde Ecuador hasta el centro de Chile. No fue una ocupación especialmente violenta en muchos casos, pero introdujeron nuevas ideas religiosas, tecnológicas, económicas y políticas. Incluso cambió su idioma kenza por el quechua. Un siglo después llegamos los españoles imponiendo de nuevo el cambio de idioma.

Nada más llegar, una vez que dejé mis cosas en el hotel, salí a conocer San Pedro. Era por la tarde y mi primer contacto con el clima fue la radiación solar. La temperatura no era muy alta, entre 26 y 28 ºC, pero la radiación me quemaba. Tengo que aclarar que estoy acostumbrado al sol, incluso que me gusta y que permanentemente tengo la piel morena y protegida. Pero aquel sol me quemaba hasta tal punto que tuve que volver al hotel para ponerme sobre la piel el protector solar que aún tenía en la maleta y un sombrero de ala ancha que me cubriera la cabeza. Tuve ocasión de ver en la fachada del museo de la ciudad un medidor de radiación ultravioleta que indicaba el grado de riesgo, en ese momento era alto. Pensé que estaba a 2600 m de altitud, con un cielo muy limpio por la falta de nubes y de humedad, y con una seria reducción de la capa de ozono. El resultado es esa altísima radiación que no da tregua y quema en segundos.  

 
 Fig. 6. San Pedro de Atacama

La humedad que medí era bajísima, sólo de un 7%. Me dijeron que en pleno verano, cuando las altas temperaturas reducen de por sí la humedad relativa, podía bajar al 3%. Estaba en el desierto de Atacama, una de las zonas del mundo con menos humedad relativa del mundo. A pesar de ello no es la más seca. Las zonas más secas son las más frías. Por ejemplo, en la Antártida, las bajas temperatura reducen de tal modo la capacidad del aire para contener humedad que aunque esté saturado es ultra seco.

Pero el cambio climático también llega al desierto. Hacía unos meses había llovido en una hora más que en los tres años anteriores juntos. Como el suelo es impermeable me dijeron que la lluvia corría por las calles como ríos inundando las plantas bajas y afectando a las construcciones.
 
Fig. 7. Brea, paja brava y cactus.

Las construcciones son de tierra, de adobes en la actualidad y de tapia en el origen. Las cubiertas se apoyan en una estructura inclinada de madera de algarrobo, que es el árbol local más abundante. El algarrobo tiene un tronco y unas ramas muy irregulares que dan a las cubiertas vistas desde dentro un aspecto muy singular. Sobre esa estructura se colocaba madera de brea, un arbusto que una vez seco permitía crear una estructura bastante densa como para soportar las tortas de barro que se ponían encima como recubrimiento. Cuando llegaron los españoles a esta zona de Chile se sustituyó la brea por láminas de cactus. El cactus se laminaba, se dejaba secar y se aplanaba con pesos para obtener esas finas y delgadas piezas. El proceso podía durar 6 ó 7 meses. El resultado era más limpio que con la brea al dar un acabado continuo y plano. También sobre esas láminas se colocaba el barro.
Fig. 8. Cubiertas de paja brava en el pueblo de Machuca

Muchas casas llevan la cubierta acabada directamente con el barro ya que llueve poquísimo, pero otras lo tienen protegido con otra especie vegetal, la “paja brava”, que es una gramínea y de la que hay muchas variedades. Si la empleada es de fibra corta colocan sobre ella tiras también de barro para asentarla mejor y que no se la lleve el viento.
Fig. 9.  Cubiertas con tiras de barro
La iglesia de San Pedro está construida como el resto de las casas, tiene un techo de troncos de algarrobo muy irregular sobre el que se colocan láminas de cactus, todo ello atado con tiras de cuero, lo que le da una imagen interior muy singular. Sin embargo es el edificio más emblemático del pueblo. Aunque no se sabe exactamente cuándo se construyó, ya funcionaba en 1610, y aunque ha tenido arreglos posteriores debidos a los terremotos, ha sido capaz de aguantar en pie perfectamente hasta hoy en día en un país donde es raro ver restos de arquitectura colonial.
 Fig. 10. Iglesia de San Pedro. Se puede ver el acabado final de barro y las láminas de cactus sobre la estructura de ramas de algarrobo.

Al día siguiente me fui a visitar la aldea de Tulor, situada a 10 km al sureste del pueblo, entre la cordillera de la Sal y las dunas de arena del desierto. El ayllu de Tulor, que es el nombre que daban los incas a una unidad administrativa, conserva no solo la estructura urbana de la población que lo habitó entre el 300 A.C. y el 300 D.C. sino vestigios de los materiales que emplearon en sus construcciones. Sus habitantes fueron los precursores del desarrollo del periodo clásico atacameño.



 
Fig. 11. Reconstrucciones de algunas de las viviendas de Tulor

 Las dependencias eran circulares de tierra apisonada de unos 40 cm de grosor. Unían esas habitaciones circulares con muros de tierra creando entre ellas otras habitaciones menores o espacios abiertos irregulares que servían de almacenaje. Las dependencias circulares y los espacios que surgían entre ellas  se conectaban entre sí mediante pasos y puertas. Estas dependencias secundarias eran de gran ayuda ya que protegían los muros de la habitación principal del frío y del calor al trabajar como espacios tapón.
                     
Fig. 12. Imágenes de la antigua ciudad de Tulor. En la última, bajo la pasarela, se puede ver la calle que separaba y estructuraba las casas.

 La imagen urbana que se generaba era confusa debido a estas uniones, pero unas calles centrales estructuraban el conjunto y permitían los accesos a las construcciones. La cubierta era de madera y paja, con uno o varios apoyos centrales en función del tamaño del círculo.

 
Fig. 13. Interior de las cabañas, donde se puede apreciar la estructura de madera.


En esta aldea se consolidaron las prácticas sedentarias de agricultura y ganadería. En su momento las aguas del río San Pedro regaban las tierras colindantes a Tulor, por lo que se pudo desarrollar perfectamente la agricultura y con ella una estructura social más compleja y jerarquizada. Su situación estratégica y su desarrollo artesanal le permitió ser un enclave comercial importante y desarrollar un modelo arquitectónico rico de matices. Sin embargo, al secarse el río, la aldea de Tulor fue abandonada. El avanzar de la duna de arena, que llegó a cubrir la aldea por completo hasta que la descubrió el jesuita belga Gustavo Le Paige en 1956, permitió que se conservara en perfecto estado.  

Visitando Tulor conocí a una francesa llamada Odeille que vivía con su pareja chilena en San Pedro. Me explicó que en su casa el muro de tierra reduce un poco el efecto de la temperatura interior pero que no resuelve plenamente el problema del acondicionamiento.  Una pared de adobes de unos 30 ó 40 cm proporciona una U entre 1,2 y 1,5 W/m2·K. En un clima donde se pueden superar los 40 ºC en verano, aunque baje por la noche hasta casi los cero grados y por tanto la temperatura media sea de 20 ºC, los efectos de la potentísima radiación solar hace que no sea suficiente la inercia térmica del muro. La inercia térmica como técnica bioclimática es indudablemente la acertada y la protección es buena, pero no resulta suficiente para alcanzar niveles de bienestar. Me contó Odeille que en su casa se alcanzaban en verano los 30 ºC y que algunas personas tenían que bajarla empapando el suelo y provocando un benefactor enfriamiento evaporativo. El sistema es muy eficiente ya que la humedad tan baja facilita la evaporación al tiempo que  aumenta ligeramente la humedad relativa interior, lo que resulta saludable para la piel y las vías respiratorias. En invierno la temperatura puede bajar por la noche de los -10 ºC. En estas condiciones un muro de tierra no funciona bien y sería necesario algo de aislamiento, como en las casas de Tulor con los espacios tapón que rodeaban a las habitaciones.
Fig. 14. Volcán Licandabur

La población actual de San Pedro tiene un referente geográfico que en el pasado actuó como calendario, es el volcán Licancabur, “montaña del pueblo”, de 5916 m de altura. Está orientado al este en relación a la población lo que quiere decir que en los equinoccios el sol sale exactamente por detrás del volcán. Cuando los indígenas veían que el sol empezaba a salir por la derecha del volcán quería decir que se aproximaban al verano, mientras que si empezaba a hacerlo por la izquierda que se aproximaban al inverno y que era peligroso subir a los Andes a trabajar con el ganado. De ese modo evitaban la sorpresa de una nevada cuando ascendían por la cordillera.

 
     
Fig. 15. Surtidores de vapor en Tatio.

Al día siguiente decidí ir a Tatio a ver los surtidores de vapor. Para observar el espectáculo hay que estar allí muy temprano, cuando aún hace frío, para poder ver como se condensa el vapor de agua que sale de la tierra. Tuve que salir del hotel a las cuatro de la mañana para llegar a Tatio a las 7:00. En ese momento la temperatura era de -6 ºC. 

La zona se encuentra a 4320 m de altitud y la falta de oxígeno era palpable. Vi a varias personas que se ponían enfermas por el mal de altura. Caminé despacio y parsimoniosamente entre los surtidores para no tener problemas. Los habitantes de estas tierras, para adaptarse a la altitud han desarrollado un corazón y unos pulmones muy grandes, para recibir y mover mucho aire ya que el contenido de oxígeno es bajo. A las 10:00 ya había subido al temperatura del aire lo suficiente como para que la actividad de las fumarolas hubiera cesado casi por completo.
 Fig. 16. Las imágenes que crean en el suelo las formaciones de sal y el agua caliente de los surtidores me recordaban a algunos pintores matéricos


A esa altitud el agua hierve a 85 ºC nada más. Desayuné unos huevos cocidos en los surtidores que tardaron mucho más tiempo de lo normal en endurecerse debido a la temperatura del agua caliente. Mereció la pena esperar porque me hice una sándwich de huevo semicocido con palta, el nombre que dan los chilenos al aguacate, muy sabroso y reconfortante. Lo acompañé con una infusión de mate de coca que seguro que también ayudó. Mientras comía se acercaron gaviotas andinas con la esperanza de que se me cayera algo de comida al suelo.
 Fig. 17. Gaviota andina

Ha habido intentos de montar una instalación de energía geotérmica en la región para aprovechar el calor del subsuelo pero sin éxito. La negativa ha venido de parte de la población local que considera que se perdería todo el reclamo turístico que tiene actualmente si aparecieran instalaciones, tuberías y conductos. Aunque el tema siempre es delicado, porque el empleo de las energías renovables siempre preserva el medio ambiente, creo que tienen razón y que deben defender este espacio tan atractivo.

En el recorrido a través del desierto entre Calama y San Pedro había visto cómo una empresa española estaba instalando un parque eólico. Pude hablar sobre este parque de energía renovable con un lugareño dueño de una agencia de viajes, del que sabía que estaba muy vinculado a su tierra, y le pregunté si les parecía tan dañino como la posible instalación geotérmica. Me dijo que no, que los molinos estaban ya en una zona muy deteriorada por la explotación minera del cobre. Mientras un aerogenerador se puede desmontar llegado el momento sin dejar daños en el suelo, una mina a cielo abierto crea un daño irreparable.

 
Fig. 18. Una vicuña y un pequeño zorro.

De vuelta por la carretera hacia San Pedro pude ver todo tipo de animales, sobre todo vicuñas, que son camélidos que viven en libertad y producen una pequeñísima cantidad de lana pero enormemente fina. Más velludas son las llamas que se crían en cautividad. Las llamas son el resultado de la domesticación del guanaco y se aprovechan también como alimento. En una parada en un pequeñísimo pueblo, Machuca, donde viven permanentemente sólo dos parejas, pude comer una brocheta de carne de llama. También vi a un zorro pequeño que se quedó mirando a la espera de algo de alimento. Incluso pude ver a lo lejos un ñandú, una especie de avestruz del altiplano.

Fig. 19. Iglesia de Machuca.

En San Pedro, al amanecer, se escuchan los ruidos de la noche. En ocasiones puede ser algún ave nocturna pero sobre todo se oye a los perros comunicándose. Los perros se mueven tranquilamente por la ciudad, en muchos casos sin dueño, en todos los casos sin correa. Se paran a dormir en cualquier sombra, junto a una pared, en una puerta, en medio de la calle. Hay un respeto mutuo entre personas y perros. Una atacameña me dijo que habían acuñado un refrán, “vives mejor que un perro en San Pedro”. No vi gatos.
Fig. 20. Los perros de San Pedro

Me pasa algo curioso con el acento chileno. Cuando oigo hablar a una mujer no sólo el acento me suena familiar, como es lógico, sino que el timbre me parece el mismo en todos los casos. Por eso cuando las escucho creo estar oyendo a alguien que ya conozco, lo que da más familiaridad al contacto.

Yo siempre me he sentido bien allí donde estaba. En estos días me sentí atacameño. Sin embargo noté una cierta agresividad hacia los españoles. No dudo que las potencias coloniales, hayan sido cuales quiera que fueran, hayan impuesto sus costumbres, lengua y religión en los territorios que conquistaron, en muchas ocasiones destruyendo lo que había previamente, cultura, idioma, ciudades, personas. Destruir siempre es malo, aunque no sé si el mestizaje que trajeron esos nuevos hábitos no haya merecido la pena. Lo que menos me gusta es que hablen de mis antepasados como los causantes de esa destrucción. Mis antepasados no salieron de España y eran pastores, o agricultores, o carpinteros. Los que fueron a América y causaron esos daños, los que se quedaron y los que dieron lugar al mestizaje actual, son los antepasados de esos que hoy me lo echan en cara. Mi mujer llama a las personas que actúan de ese modo conversos. Hablando con algunos chilenos me pude enterar de que también hay animadversión, por no decir odio, contra los chilenos por parte de los rapanui y de los mapuches. En todas partes encontramos estos enfrentamientos. En un momento en el que yo creo que lo importante es aunar todavía hay gente que prefiere desunir.

La última noche que pasé en San Pedro contraté una actividad nocturna dirigida por un astrónomo para ver las estrellas. Según dicen, el cielo de esta parte de Chile es el más limpio del mundo. Se aprobó el proyecto ALMA para instalar radio telescopios en su entorno gracias a esa limpieza. La falta de contaminación gaseosa, de contaminación lumínica y la gran sequedad del ambiente son los responsables de ello. El cielo que vi fue grandioso, no sólo porque para mí no es habitual ver el cielo del hemisferio sur sino porque nunca había vista tantas estrellas juntas. Algunas, las más bajas, las que todavía se veían a través de las zonas bajas de la atmósfera titilaban, o como decía Neruda en su poema, tiritaban: Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir,  por ejemplo; “La noche está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos”. Me quede sin ver la Cruz del Sur, grupo de estrellas que persigo siempre que voy a Sudamérica, tardaba aún horas en salir. Una buena excusa para volver.


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