viernes, 29 de mayo de 2020

DIFERENCIAS ENTRE DOS CABAÑAS DE MADERA: LA ISBA RUSA Y LA VIVIENDA POPULAR RUMANA
























Aprovechando este periodo de confinamiento, al disponer de un tiempo libre que no puedo dedicar al ocio en el exterior,  voy a escribir sobre las semejanzas y las diferencias, desde la óptica de la sostenibilidad y la habitabilidad, de dos tipologías de arquitectura la popular que pueden parecer muy similares, pero que tienen sus diferencias. En realidad son dos cabañas de madera muy sencillas, una es una isba, que es la cabaña típica del norte de Rusia, y la otra es una de las cabañas tradicionales rumanas de Transilvania. 
 
Cabañas de madera 
En ambos casos el recurso natural es el de la madera gracias a los extensas bosques de los que disfrutan en esas zonas que, por otro lado, es un recurso sostenible, material que no se agota con su uso, lo que las hace partir de una posición favorable a ambas como para considerarlas construcciones sostenibles.
Plantas de las cabañas
El tamaño y la forma pueden ser casi los mismos, forma rectangular, una planta, cubierta a dos aguas con teja de madera y el uso casi exclusivo de la madera en su construcción. ¡Y en ambas hay una potente fuente calor interior, una gran estufa u horno, alma estructuradora del conjunto! Pero tienen sus matices.
La isba se extiende por un territorio indudablemente frío en todas las épocas del año. Allí no se puede hablar de un estío caluroso, como mucho se pueden reseñar algunos días cálidos en pleno verano. En Transilvania los inviernos serán frío, incluso muy fríos, con temperaturas bajo cero, pero a cambio tendrán un verano caluroso.
Cuando el clima es predominantemente frío, lo que interesa es construir con acabados de madera. La madera tiene una difusividad térmica baja por lo que acumula la energía muy lentamente, casi se puede decir que no almacena la energía y deja que ésta permanezca en el aire. Cuando un edificio se va a calentar con un combustible, en ambos casos van a quemar biomasa, interesa que se gaste poca, y esa incapacidad para almacenar energía de las paredes de madera permite que sólo se gaste energía en calentar el aire, que es muy poca. Una habitación de 5 por 6 metros de planta y 2,5 m de altura, con un volumen de 75 m3 necesita de 90 kJ para subir un grado su temperatura. Si aplico esa cantidad de energía a un muro de ladrillo de 5 x 2,5 m y 12 cm de espesor sólo subiría su temperatura en 0,03 ºC.

Si más adelante no hay verano, o el verano no es caluroso, no pasa nada, pero si llega un verano caluroso la energía que entre en la vivienda tampoco se almacenará en las paredes y se quedará en el aire generando un sobrecalentamiento insoportable.

Por eso las isbas son de muros de madera con el acabado también de madera, mientras que las cabañas rumanas cubren esa madera con un enlucido de barro y cal que, al aportar algo más de masa que hay que atravesar para llegar a la madera, les dará unas mejores prestaciones en verano. Para que estas casas rumanas sigan funcionando bien en invierno cubren esas paredes con algo parecido a tapices, las alfombras de pared, con un comportamiento parecido a la madera, que luego retiraran en verano.   
 Interiores de la cabañas.
En ambos casos hay una gran estufa, más o menos en el centro, que producirá el calor que necesita la casa. Esa estufa en el caso de la isba, es también cocina, horno e incluso soporte para la cama. Sin embargo, en las cabañas rumanas la cocina y el horno son elementos independientes que se conectan con la estufa. También es independiente de la cocina el horno, a diferencia de la estufa rusa, donde todo se junta. Como en Transilvania hace mucho calor en verano, para que la cocina no caliente el interior en esa época del año, ya que tiene poca masa, sólo el pequeño recubriendo de las paredes, suelen tener una cocina de verano fuera de la casa.
Cocina de verano rumana
Estas estufas/cocinas/horno, son muy grandes y pesadas, y en ambos casas lo más importante es que tengan una gran inercia térmica para que mantengan el calor del cocinado durante todo el día. La estufa rusa, que es mucho más grande, puede admitir incluso una cama encima, para niños o ancianos.      
 Cocina y horno.
Hay poca compartimentación en ambos tipos de cabaña, pero vivienda rumana dispone de un vestíbulo, situado generalmente en medio, donde se ubica el horno. La cocina puede estar conectada al horno y está en una de las habitaciones, que también se usará como dormitorio. Al otro lado del vestíbulo hay otro dormitorio. En la isba no hay compartimentación, es todo un único espacio, separado virtualmente por unos estantes colgados del techo que señalan zonas infranqueables.
Compartimentación  del espacio.

LA ISBA
Los rusos, hasta la época soviética, han vivido en construcciones de madera, incluso en las ciudades, de mayor o menor tamaño según su importancia, pero normalmente de una o dos plantas nada más. Una de esas construcciones es la isba.

De una forma general se puede decir que la madera es un material de construcción abundante, económico, ecológico y versátil, se obtiene de forma natural y es el único material que crece y que, por tanto, es renovable y, por ende, sostenible.

Las maderas locales empleadas en Rusia son sobre todo de abedules, pinos, piceas y robles. El control de la madera y de los bosques era fundamental para las comunidades rurales; de hecho, la abundancia de esos recursos era el argumento decisivo a la hora de elegir un asentamiento. La madera será material contractivo, combustible y la base de sus herramientas. Hay un rasgo común en toda esa arquitectura y es que los troncos y tablones de madera están ensamblados sólo con cortes de carpintería, sin clavos ni ningún otro tipo de elemento metálico que se pudiera usar para unir las piezas; el coste del metal y la oxidación eran los motivos.

Pero la isba, o izba, es algo más que un hábitat, es todo un mundo en sí misma, con sus propias leyes, enigmas y supersticiones imbricadas en la tradición rusa más profunda. Aunque actualmente los rusos viven en modernos pisos, todos conocen lo que es la casa de madera tradicional de los campesinos, ya que la historia de la isba nos puede decir mucho de la historia de Rusia. El nombre de isba proviene del antiguo ruso y quería decir “el que se calienta”.

Las isbas más antiguas, anteriores al siglo XIII, estaban semienterradas en un tercio de su altura, sin cimientos. El suelo era de tierra desnuda, todavía no de tablas como se hizo más tarde, porque eran caras y complicadas de conseguir. El espacio de la isba se compartía con los animales domésticos, a los que se situaba cerca de la entrada, en un pequeño recinto cerrado por un tablón y una cortina de tela.
Isba a la orilla del Volga.
Con el paso del tiempo fueron añadiéndose otras mejoras, como una cimentación de piedra y tejados con gruesos largueros de madera cortada y ensamblada. Más tarde, aparecieron las bisagras metálicas para las puertas y se abrieron ventanas más grandes.

Como alguien ya ha dicho con anterioridad, las isbas del norte de Rusia no son sólo una casa, son completas unidades de soporte vital para la familia y sus animales durante el duro y largo invierno, y la fría primavera. Como un arca de Noé que viaja, no en el espacio, sino en el tiempo, de generación en generación, de calor en calor, de cosecha en cosecha. En ese arca se guarda todo, era vivienda para las personas, establo y corral para el ganado y las aves, almacén para los alimentos, todo ello bajo la protección de poderosas paredes de troncos. A veces, bajo la planta baja había un espacio semienterrado destinado a almacén, bodega y corral. Cuando el terreno estaba en pendiente, se elegía la zona más alta de la parcela para poder excavar ese semisótano donde preservar los alimentos de la congelación. Meses más tarde, en verano, se usaba como refrigerador para la leche y productos perecederos.

La herramienta de construcción era básicamente el hacha, aunque también se utilizaban sierras para cortar los tablones. Las maderas que se utilizaban eran sobre todo pino, casi siempre, y abeto; las llamadas “maderas cálidas”, las más aislantes. El roble era muy apreciado por su resistencia, pero por ello era duro, pesado y difícil de procesar. Se usaba sobre todo para las esquinas de apoyo, para bodegas o para estructuras en las que se necesitaba una resistencia especial, como molinos, pozos o almacenes de sal, y no tanto como aislamiento. No se solían usar abedules, aunque son árboles muy abundantes, porque los habitantes de casas construidas con madera abedul decían que tenían náuseas, dormían mal o incluso perdían el pelo; habría que estudiar si esa madera desprende algún tipo de sustancia causante de esos problemas.

Cuando se terminaban de superponer los troncos en las fachadas, encima se colocaba una viga de sección cuadrada para apoyar la cubierta. En el espacio entre la línea del umbral y el techo, se colocaban estanterías de diversos anchos, o plataformas para guardar objetos y compartimentar virtualmente el espacio.

La decoración exterior fue al principio escasa o incluso inexistente, sobre todo en las casas pobres, pero con el tiempo empezaron a decorar dinteles y jambas de puertas y ventanas, tallando la madera con motivos de flores, animales y símbolos alegóricos del Sol. Esa decoración con elementos animales, como las patas de las aves de corral, era muy frecuente; se dice que los cuatro soportes de madera colocados en las esquinas que levantan la casa para evitar el contacto con el suelo húmedo y crear un forjado sanitario, representan las patas de uno de esos animales. Baba Yaga, la bruja arquetípica eslava, vive en una isba que se apoya sobre patas de pollo.
Adorno en forma de cabeza de caballo.
Las ventanas inicialmente fueron sólo pequeñas aberturas para ventilación, cubiertas con tablones o pieles de animales. Únicamente a partir de los siglos XVIII y XIX se empezaron a decorar las jambas y a usar vidrios, que aunque se conocían desde antes eran objetos de lujo.
Ventanas o ventanucos
Las ventanas, como en todos los climas fríos, eran pequeñas para preservar el calor. Se cerraban con un lienzo engrasado o una piel seca de estómago de vaca. Sólo en las casas muy ricas se cerraban con planchas de mica, que las hacía parecer como vidrieras. A veces, en invierno, se utilizaban planchas de hielo, bien cortándolas del río, como se hace en los iglús, o bien congelándolas directamente, lo que permitía que fueran más finas. Aunque el vidrio se conocía desde la Edad Media, el pueblo ruso no lo utilizó hasta el siglo XIX. Sin embargo, nunca se privaron de decorarlas con marcos y contramarcos coloridos y originales.

El espacio habitable era una única habitación y no muy grande, con paredes de entre 4 y 6 metros de largo como mucho. En la habitación de la isba típica vivía toda la familia, abuelos incluidos, y en ella cocinaban, comían, trabajaban y dormían. En la mayoría de las isbas podían convivir hasta 10 personas, así que solían estar abarrotadas. Por las noches, los anchos bancos que bordeaban interiormente la habitación servían de camas, de hecho no había otro sitio para camas. Pero había un lugar especial, de lujo, para colocar la cama, encima de la estufa, en una plataforma superior. Allí dormían los ancianos o a veces los niños.
Banco para dormir
Y llegamos al corazón de esa habitación y de la isba, la estufa u horno, pech (пэчь) en eslavo. La estufa u horno era el elemento fundamental de la isba. Dado su peso, se asentaba en el suelo y era lo primero que se construía. A partir de ese punto se seguía edificando la vivienda, a veces poco más que una pequeña habitación, en otras ocasiones con un tamaño más significativo. Ese horno servía para calentar y para cocinar, de dormitorio e incluso de baño.
Cocina/estufa/horno/cama
Estas estufas se construían de ladrillo o tierra, sobre una base asentada directamente en el terreno para que la casa no se incline hacia ese lado por su peso, que puede ser de más de dos toneladas.

En su diseño había una zona de horno, otra para el cocinado y múltiples huecos para conservar alimentos u objetos calientes. Para colocar la cama en la parte superior era necesario tener un espacio plano y puntos de acceso a modo de escalones, que podían ser parte de la propia estufa. Alguna de gran tamaño podía servir como baño incluso.
Cama sobre un horno.

Las estufas tienen una gran masa térmica y un diseño que permite mantener el calor durante mucho tiempo. El aire caliente se canaliza a través de un laberinto de conductos formados entre las capas de ladrillos. Hay que generar mucho calor en su interior, pero evitando que queme, por eso, dado que se van a apoyar, sentar o tumbar sobre ella, en muchos casos las zonas más profundas y calientes están separadas del ladrillo externo por una capa de arena o gravilla, que aislara, permitiendo conservar el calor pero evitando que quemara. El humo finalmente, antes de expulsarlo al exterior, se podía utilizar para llenar una cámara donde ahumar los alimentos.


Sección de un horno con plataforma superior para cama.
Los ancianos y enfermos dormían sobre la estufa y el resto de la familia en los bancos o en el suelo, bajo sábanas de fieltro, con la cabeza hacia la esquina de los iconos. No se usaban almohadas, eran objetos de lujo. Sólo en la segunda mitad del siglo XX empezaron a usarse mantas en las casas populares. De día se recogía la ropa de cama y se enrollaba y colocaba en los altillos o en los estantes que servían para separar visualmente el espacio.

Diferentes huecos para cocinara mayor o menor temperaturas y para mantener calientes los alimentos.

Como combustible se usaba la madera de pino o abedul preferentemente. La madera de chopo era la menos eficiente, porque tiene menor poder calorífico, más o menos el 50% del que tiene el pino, por lo que se necesitaba el doble de cantidad.


Dentro de la isba, el lugar de la madre de familia estaba junto a la estufa. De hecho, aunque fuera un solo y único espacio habitable, el uso de cada uno de los rincones estaba perfectamente establecido. En el rincón de la mujer estaban sus utensilios de tejer y sus labores, los utensilios de cocina, morteros, lechera, cubo del agua, pala del horno, ollas de hierro fundido o vasijas de barro. También toallas, trapos, barreños, cucharones, tazas, platos, todos ellos de madera. Había una barrera psicológica que separaba ese espacio del resto, una estantería elevada. De un lado a otro de la habitación, por encima de las cabezas, se colocaban vigas planas que funcionaban como estanterías, las llamadas polavochniki, creaban esa separación virtual de las zonas y servían para guardar artículos del hogar.

Los hombres no podían acercarse sin necesidad a la esquina femenina, aunque estuviera a dos o tres metros de distancia solamente y se vieran perfectamente porque entre medias no había nada; la aparición de un extraño en ese espacio se consideraba inaceptable. Durante el emparejamiento, la futura novia tenía que permanecer allí sin moverse, aunque escuchando la conversación.

En diagonal con la estufa, en el extremo más alejado, se situaba la esquina roja, la esquina bonita, porque rojo significa bonito, el lugar principal de la isba, casi sagrado, generalmente bien iluminado por ventanas y el mejor decorado. En él se colocaban los iconos y una lámpara colgada del techo que se llamaba santa. La esquina roja se mantenía siempre limpia y adornada con paños bordados, cuadros o grabados. En los estantes, los artículos del hogar más hermosos, la mejor vajilla, los objetos más valiosos.
Esquinas rojas o bonitas de dos isbas
Bajo los iconos se situaba el lugar del padre de familia, en un banco, junto a la gran mesa familiar que a veces tenía ruedas para que se pudiera mover. Nadie podía empezar a comer hasta que no lo hacía el padre; a los abuelos se les solía servir la comida en su litera sobre la estufa. Ese rincón de la isba era el lugar de trabajo del padre de familia, donde se dedicaba a los trabajos de reparaciones o fabricación de utensilios, calzado, cuerdas, tazas, herramientas, taburetes, trineos, etc.
Foto de un taller

Todos los acontecimientos familiares tenían lugar en la esquina roja. Durante la cosecha, la primera gavilla era cortada por la mujer de mayor edad, se decoraba con flores, se llevaba a la casa con canciones y se colocaba en la esquina roja bajo los iconos para que diera salud y bienestar con su poder mágico. Cualquiera que entrara en la casa lo primero que hacía era quitarse el sombrero o gorro e inclinarse hacia los iconos de la esquina roja.

El rincón de la estufa sin embargo se consideraba un lugar sucio y a veces se cerraba con una cortina o una mampara, formando una diminuta habitación, casi un armario. Cuando había invitados, normalmente en verano, o en fiestas como bodas, se colocaba una segunda mesa en el rincón de la estufa, pero sólo para mujeres, mientras que los hombres se sentaban en otro rincón, la mencionada esquina roja.
  

En esta isba se ve la cortinilla colgado de la viga estantería, para crear esa pequeña habitación junto a la estufa.
Una isba de la isla de Kirzhi, con un huerto en un lateral.

RUMANIA
Las construcciones populares rumanas no parecen responder a un modelo único, sin embargo, sí tienen elementos comunes. El primero es lógicamente la madera, el material más abundante, el que mejor se adapta de forma genérica a su clima y el que mejor trabajan. Es rara la construcción que no emplee mayoritariamente la madera, incluso cuando usan el adobe en los muros o la tierra en los suelos, algo poco frecuente, también hay madera en la cubierta. Desde esa visión puedo decir que las construcciones populares rumanas son sostenibles porque utilizan un material sostenible, inagotable, si se usa bien, como es la madera. Pero quedar todo ahí, hay algo más.

Junto con la madera, el tamaño y la forma también son aspectos comunes en las casas populares rumanas. El tamaño es relativamente pequeño, generalmente en una planta con sótano de acceso exterior si el terreno lo permite. El otro aspecto es la forma de su planta, siempre rectangular, con la entrada por el centro dando a un vestíbulo. A cada lado del vestíbulo una habitación que pueden ser dos dormitorios, un dormitorio y un estar, o un dormitorio y la cocina. La cocina, al ser la zona más cálida de la casa, puede usarse también como dormitorio y reservarse para madres con niños pequeños. Las habitaciones pueden ser de tamaños desiguales pero es más frecuente que sean iguales. En ocasiones en el vestíbulo central se coloca un horno de pan, que además repartirá el calor hacia ambos lados.

La cubierta es siempre inclinada, habitualmente a dos aguas, con una pendiente importante para evitar la acumulación de nieve y el riesgo de sobrepeso. Está formada por un entablamento de madera sobre el que se colocan casi siempre tejas de una fina madera. En ocasiones usan paja y raramente cerámica. Hay un bajocubierta, ya que siempre usan falsos techos en las habitaciones. Ese espacio, al que se accede por trampillas desde el vestíbulo o los porches, aísla térmicamente la casa y sirve de almacén.
Tejas de madera sujetas con clavos también de madera.

El calor lo da la cocina y, si la vivienda tiene recursos, una o varias estufas de azulejos en las habitaciones. Las estufas de azulejos son sistemas de calentamiento muy utilizados en Centroeuropa. Consisten en grandes elementos masivos en cuyo interior se produce la combustión, sin que haya contacto del humo, que se expulsa directamente, con el aire de la habitación. Tampoco suelen utilizar el aire de la habitación para obtener el oxígeno necesario para la combustión. Incluso, en ocasiones la entrada de combustible se produce desde el exterior o desde otra habitación para hacer aún más hermético al aparato. La base de su funcionamiento es la masa y la inercia térmica que aportan cuando se calientan, por eso del uso de recubrimientos muy densos como los azulejos.

Cocinas con grandes elementos acumuladores y disipadores de calor.

En las casas rumanas es raro encontrar azulejos, todo un lujo, pero a pesar de esa ausencia sí son masivas y pesadas, incluso las que se usan como cocinas, para que una vez apagadas mantengan el calor. El sistema realmente no es muy eficiente porque se pierde mucha energía con el humo y porque no distribuyen bien el calor por la habitación al no tener un diseño adecuado para trabajar por convección. Es básicamente un sistema radiante más que convectivo; incluso conductivo cuando la gente se sienta sobre ellas. Si el sistema debe funcionar por radiación, calor o frío, debe ocupar una gran superficie y hacerlo homogéneamente, ocupando toda la habitación, como los suelos radiantes, herederos de los hipocaustos romanos, o los techos fríos. Si van a funcionar por convección el aire se tiene que mover o mecánicamente, con un ventilador, o de forma natural gracias al diseño del aparato, como en nuestros clásicos radiadores.

Si sólo hay cocina y no estufas adicionales, que es lo más frecuente, la cocina también tiene la función de estufa acumuladora y por eso son pesadas, más o menos cerradas y con una geometría que favorece el incremento de las superficies expuestas al aire.
Cocinas masivas para conservar el calor. En una de las fotos se ve el uso de la cocina también como dormitorio
Horno de pan en un vestíbulo: la gran masa que lo rodea conserva su calor durante muchas horas después de su uso.
Pero aquí aparece un nuevo problema, porque Rumanía con inviernos largos y muy fríos, tiene veranos calurosos. Bucarest, por ejemplo, tiene una temperatura media en enero de -1,3 ºC, incluso han llegado a registrar -32 ºC. Sin embargo, en julio, con una temperatura media similar a la de Madrid, han alcanzado los 42 ºC en alguna ocasión. Aunque sus veranos son cortos, son extremos y las viviendas tienen que comportarse bien también en esos meses. 

Las casas están pensadas básicamente para sus largos inviernos, por eso son de madera, que es un material más aislante que otros, como la piedra o la cerámica (50% de media más aislante), y con baja difusividad térmica (una difusividad cuatro veces menor de media, que supone que la madera absorbe 4 veces más lentamente el calor y que, por tanto, permanece en el aire) para que el calor aportado por las cocinas, los hornos o las estufas sólo caliente el aire. Todo muy relacionado para hacer un uso eficiente del combustible. Además el sistema de calentamiento, no sólo está colocado en el centro del edificio, sino que es el elemento “central” que da sentido a todo el resto del diseño. Por otro lado, siempre hay un falso techo en las habitaciones, lo que reduce el espacio a calentar y crea una gran cámara de aire bajo los faldones exteriores que aísla una cubierta térmicamente pobre. ¿Y qué pasa en verano?, que no funciona, o mejor dicho, que no funcionaría si no incluyera algo más.

Para resolver ese mal funcionamiento las viviendas disponen de un elemento muy característico, una veranda, que a veces se convierte en un porche, un pequeñísimo porche en algunas ocasiones, que ocupa uno, generalmente el frente, o varios laterales de la casa. Esa veranda, cuando no llega a la categoría de porche, es poco más que un escalón que sirve de asiento. A veces se limita a 50 o 60 cm en los que los habitantes se pueden sentar a realizar las tareas domésticas o labores artesanales. Ésta es su zona de verano, al exterior, cuando en el interior, debido al uso de la madera, hace calor. Cuando es perimetral o semiperimetral, habrá siempre partes sombreadas en algunos momentos del día, hacia las que se irán trasladando según lo necesiten. Como el frente de las casas está normalmente orientado al sur, la cubierta del porche actúa de voladizo ante el sol alto del mediodía y sombrea ese espacio durante todo el día; en el solsticio de verano se alcanzan casi los 70º de altura solar en Bucarest, lo que quiere decir que haría falta un vuelo de 1,5 m para sombrear la veranda, si es pequeña, en ese momento. Es una sencilla pero singular aportación bioclimática de estas casas populares rumanas al calor del verano sin perder las cualidades protectoras necesarias en invierno.
Verandas.
Otra de los cambios necesarios en el funcionamiento de las viviendas está encaminado a evitar que en verano la cocina, cuando está en uso, caliente el interior. Como ya he explicado antes, dado que el material predominante en paredes techo y suelo es la madera, al cocinar el calor producido no se almacenaría en la envolvente, que no tienen capacidad para guardar el calor con suficiente rapidez, sino que iría todo al aire. Esto es buenísimo en invierno, pero en verano sería un desastre. Para evitarlo, ya que no pueden transformar la envolvente, muy comúnmente aparece la “cocina de verano”, que es una habitación exenta o un espacio exterior que usarán para cocinar cuando haga calor.

Casi de forma generalizada, las paredes de las construcciones más antiguas son de troncos trabados en las esquinas. Los espacios cóncavos de las uniones de los troncos se rellenan con un trullado de barro y paja, para hermetizarlas. En otros muchos casos ese trullado se convierte en un recubrimiento completo, que tapa los troncos, terminado todo con una lechada de cal que endurece la tierra y mejora el aspecto. A pesar de que estás son las dos formas más habituales de fachada, hay muros con la madera al aire y otros con un tratamiento diferente del recubrimiento.

El acabado interior no es de madera vista sino que también, como al exterior, está recubierto con barro y cal. Aunque es una capa fina, la madera no queda al aire y eso convierte al muro en algo intermedio entre las cabañas de madera de los nórdicos y las de tapial y adobe de España. Se podría decir que se busca con ello un comportamiento híbrido, para un clima frío y caluroso, al tiempo.


Alfombras de pared.
En varias edificaciones se usa lo que llaman el “vestíbulo frío”. En esos casos el vestíbulo carece de falso techo, por lo que se ve la parte inferior de la cubierta y en ocasiones incluso el cielo a través de los huecos que dejan las tejas de madera. Al carecer de la protección aislante que da el aire del bajo cubierta formado por el falso techo y la cubrición, lógicamente es una habitación más fría. Por otro lado, al ser más alta no acumula el calor cerca de los ocupantes sino en la parte superior, a varios metros de altura sobre el suelo, se estratifica junto a la cubierta y se ventila mejor y, por tanto, es una habitación ideal para ser usada en verano.

Plantas de las cabañas Vestíbulo frío
Paredes de troncos rellenas y encaladas.

Conclusión
Como se ve, parecían idénticas, simples cabañas de madera, pero cuando se indaga, o simplemente se observa con detalle, se ve que las diferencias pueden ser muy grandes. La arquitectura tradicional siempre ha sido capaz de adaptarse de una forma muy inteligente y sutil, casi sin dejarse ver, al clima en el que se encuentra, y conseguir con muy pocos recursos espacios habitables, compatible con la vida humana.

jueves, 7 de mayo de 2020

EL COVID-19 Y LA NECESARIA SOSTENIBILIDAD


No sé si llegaremos a saber a ciencia cierta en algún momento cuál fue el origen exacto de la pandemia del COVID-19, hay demasiados intereses creados. Hay grandes países que se están arrojando el virus como un arma comercial y políticos que buscan en la enfermedad mayores posibilidades de éxito popular; nunca entenderé a los políticos criticando lo que se hace y lo que no se hace, exigiendo una actuación y luego rechazando vehementemente esa misma actuación. Tampoco sabremos si otras medidas diferentes de las tomadas habrían dado mejor resultado, no nos está permitido repetir el pasado en una segunda oportunidad, una lástima.
Tampoco tengo claro cuál será para la humanidad el aprendizaje de este tiempo en confinamiento y de tantas muertes; de hecho no sé si realmente aprenderemos y mejoraremos en algo. Sin embargo hay algo cierto: hemos sido capaces de cambiar rápidamente, de un día para otro, nuestros hábitos de vida con disciplina y convencimiento en general de que lo que hacíamos era lo correcto. ¿Por qué no seguir por ese camino desarrollando esos cambios profundos que creemos necesarios, pero que siempre hemos supuesto imposibles a corto plazo? Seguramente porque todos ansiamos nuestra normalidad perdida, aunque sea imperfecta; no sería fácil. De momento, si ese cambio de paradigma no se produjera, la posibilidad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 estará muy lejos de alcanzarse con una economía muy tocada.
¿Cambiaremos algo?, ¿la forma de pensar, de relacionarnos, de trabajar, de pasar el tiempo de ocio, de viajar? Los cambios que sí se han producido, para quedarse, son los de nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos; mentalmente nos resulta tan fácil contactar con un conocido situado en otro continente como con nuestro vecino de abajo, a todos los vemos igual de lejos. No sé qué pasará con los otros cambios que hemos asumido.
Pero lo que sí sé, o al menos intuyo, es que esta pandemia no será la última infección masiva que sufra la humanidad y que traspase las fronteras de unos pocos países pobres. Hasta ahora, el ébola sólo mataba a unos pobres africanos, y rara vez traspasaba las fronteras de esos países subdesarrollados. Pero creo que eso está cambiando, aunque sea con una letalidad menor.
Quizá haya que reconsiderar la idea sostenible de una ciudad densa y el objetivo de redensificación. Si bien ese concepto nos permite disponer de servicios de proximidad y asegurarnos su acceso con mínimos desplazamientos, esa ciudad no permite espacios abiertos para los movimientos que aseguren el distanciamiento social que ahora necesitamos. Caminar manteniendo las separaciones, aunque sea en las horas permitidas, resulta difícil. La idea de un hipotético futuro confinamiento debe estar también en la idea de la planificación de la ciudad sostenible.
Lo que estamos sufriendo en estos días a nivel mundial, ¿será el ensayo de una distopía futurista?, ¿algo que empezará a repetirse con regularidad y que nos mantendrá escondidos en nuestras madrigueras, sin relacionarnos? Espero realmente que no.
¿Pero qué es lo que realmente pienso del origen y las causas de esta pandemia? No tengo una base científica para asegurarlo, ni información secreta o confabuladora que lo avale, pero sí tengo clara una cosa: el cambio climático puede tener que ver con ello.
Ante la emergencia climática los que trabajamos en el mundo del edificio y de la ciudad buscamos minimizar los efectos del cambio climático, dentro de nuestras capacidades, y mejorar la resiliencia de personas, edificios, barrios y ciudades frente a esas alteraciones del clima. Seguramente no tendremos mucho problema en conseguirlo porque disponemos de la tecnología. Esa tecnología fruto del conocimiento es la que nos permitirá hacer mejores ciudades más habitables, con edificios probablemente más saludables y adaptados.
Pero, la tecnología de la naturaleza es la biológica. Y la naturaleza es brutal y también tiene que ser resistente y adaptarse a ese cambio climático. Muchas especies están desapareciendo y otras desaparecerán, para ser sustituidas por otras nuevas, más resistentes, más evolucionadas y adaptadas, fruto de una nueva evolución, que implicará a seres multicelulares, grandes y pequeños, y a seres unicelulares, e incluso con una estructura biológica elemental de proteínas como los virus.
Tras conocer la estructura del virus ya se descarta que el COVID-19 haya sido modificado genéticamente, aunque no se descarta que pudiera salir de un laboratorio chino, tal vez lo más probable es que lo trasmitiera un murciélago contaminado en el que mutó; en los murciélagos se han dado todo tipo de cepas del COVID. No lo sé, pero la posibilidad de que nuevos virus y bacterias, fruto de la evolución y la mutación para adaptarse a unas condiciones diferentes, más calurosas, más secas, más humedad, pero diferentes, vayan a entrar a formar parte del Olimpo de los nuevos dioses, es grande. Si consentimos que siga avanzando el cambio climático, el problema no estará en los recursos que se agotarán, ni en la inhabitabilidad de los nuevos climas, ni en la pérdida de biodiversidad, sino, tal vez también, en la aparición de nuevos patógenos más resistentes, más evolucionados y más adaptados que nosotros a ese cambio; quizá si se relacionara el COVID-19 con alteraciones del hábitat, tal vez nos preocuparíamos más por el cambio climático.
Por otro lado, la mala nutrición ya ha generado personas de mayor riesgo ante la enfermedad, obesos o con carencias nutricionales; entre ellos ha habido mayor mortandad. Recuperar la capacidad de las ciudades para producir algunos de los alimentos que necesitamos no solamente reducirá el impacto negativo sobre el planeta del transporte de esos alimentos desde lugares lejanos, sino que nos permitirá controlar mejor el proceso de cultivo de los mismos, y aunque de momento su impacto sea pequeño, redundará beneficiosamente sobre la salud y nuestra capacidad para soportar otra pandemia, y en la salud del planeta al reducir el impacto contaminante del transporte.
También habrá que reconsiderar el consumo que se produce en algunos países, como China, de especies salvajes de las que no se puede controlar la calidad y salubridad del producto, y que no deberían formar parte de nuestra dieta alimenticia. Ahí, muy posiblemente, haya estado el origen del COVID-19.
El ser humano ha influido muy negativamente en el clima del planeta al proveerse de alimentos. El hecho de que el ser humano haya necesitado de más espacio para el cultivo agrícola, el origen del cambio climático en el mundo al eliminar bosques por superficie desnuda para el cultivo, es determinante. A eso habría que añadir que también para la ganadería, ocupando espacios que antes ocupaban esas especies salvajes que pueden infectar al ganado y convertirse en las vías de mutación de los patógenos.
Yo no voy a poder trabajar preparando la deseada vacuna, ni en descubrir la cadena del ARN de este virus, pero sí voy a seguir trabajando, no para alcanzar una adaptación al cambio climático, sino para ayudar a mitigarlo. Aunque pudiéramos suponer que hay poca relación, la sostenibilidad, la arquitectura bioclimática la eficiencia energética, se vuelven cada vez más necesarias para evitar que esos nuevos inquilinos indeseados aparezcan en ese planeta que estamos perpetrando.