domingo, 15 de diciembre de 2013

LAS CUARENTA CASAS



Mi vuelo llegó al aeropuerto de Méjico con una hora retraso a pesar de haber salido a tiempo. En tierra me dijeron que Aviación Civil había retrasado el aterrizaje de los aviones. Eso unido a una cola de más de una hora en una lentísima inmigración y los trámites de la aduana, en la que se empeñaron en que yo podía llevar embutidos, hicieron que perdiera mi vuelo de conexión a Chihuahua. Tras conseguir un nuevo billete para un vuelo a las 6:00 de la mañana del día siguiente me proporcionaron una habitación en un hotel cerca del aeropuerto. Me trasladé al hotel en una pequeña “camioneta” de ocho plazas, en la que tuve que ir sentado sobre la maleta; era eso o esperar otra y ya estaba bastante cansado. La batería de mi teléfono móvil estaba en las últimas y no podía cargarlo en el hotel porque me había olvidado traer un adaptador de clavijas. Tuve que administrar lo poco que me quedaba y esperar a la mañana siguiente para comprar un adaptador en el aeropuerto. Sin embargo no pude porque en las tiendas libres de impuestos sólo me lo podían vender si hacía un vuelo internacional, lo que no era mi caso. Salvo que tuviera otro percance, como ya había advertido de mi retraso, no me pareció importante estar incomunicado unas horas. Al poco pude embarcar.
Chihuahua fue fundada en el siglo XVIII, por lo que es una ciudad relativamente joven. La traza urbana original seguía las indicaciones del Código de Indias, con dos calles cruzadas en la plaza, según el cardo y el decumano romanos. Originalmente todas las casas estaban construidas con adobes, ya que el suelo aporta la tierra adecuada y las condiciones climáticas, con amplias diferencias térmicas entre el día y la noche, son las adecuadas. Seguro que aún se conservan muchas casas de adobe en la ciudad pero yo no llegué a verlas. En cambio, en todos los pueblos de los alrededores sí puede contemplar perfectamente este tipo de construcción.

Fig. 1. Imágenes interiores de la Catedral y del Palacio de Gobierno


Chihuahua no es una ciudad atractiva, no obstante destacan en ella la Catedral barroca y el Palacio de Gobierno. El patio central del Palacio de Gobierno estaba decorado con grandes murales propios de los artistas mejicanos, en este caso del muralista Arón Piña Mora. También había un monumento al “cura Hidalgo”, el religioso que se dice que dio el grito de la independencia contra los españoles. El Altar de la Patria recuerda el sitio donde fue encarcelado y fusilado en 1811, cuando España aún estaba ocupada por las tropas de Napoleón y en plena Guerra de la Independencia.

       Fig. 2. Murales del Palacio de Gobierno y Altar de la Patria dedicado a Miguel Hidalgo

La mayoría de los edificios de Chihuahua son de una o dos plantas lo que en una población de un millón de personas la convierte en enorme y no sostenible debido a la movilidad. Necesitan utilizar permanentemente sus grandes coches para desplazarse a cualquier lugar. Predominan entre los coches “las trucas”, del truck en inglés, lo que permite imaginar su tamaño. Se trata de los vehículos que en España se llamarían pick-up, que tampoco es un término castellano.
Recientemente se ha implantado un servicio de autobuses municipales que sustituye a un conjunto anárquico de autobuses privados, de múltiples dueños, que circulaban cuando querían y casi por donde les convenían sin ningún control ni coordinación. Esa medida municipal, que entiendo como muy adecuada para la ciudad, también ha recibido críticas. Alguna puede que esté fundada, pues han puesto unas paradas de autobuses enormes, similares a las que hay en Méjico D.F., que no caben en las calles. Pero quitando ese detalle creo que en lugar de criticarla se debería apoyar la medida, si con ello se logra que se utilice menos el “carro”.



Fig. 3. Las nuevas calles peatonales de Chihuahua al pasar junto a la Catedral y el Palacio de Gobierno

 También se ha remodelado recientemente el centro de la ciudad. A mí el resultado me parece muy agradable ya que han creado varia calles peatonales. Sin embargo no todos lo ven bien y en parte les doy la razón porque se ha destruido el casco antiguo original. Las mayores críticas creo que responden más a añoranzas que a otra cosa, ya que algún comentario recordaba nostálgicamente a las golondrinas que se posaban en la maraña de cables eléctricos y de teléfono que recorrían las calles. En estas nuevas calles peatonalizadas se han soterrado esos cables mejorando notablemente su aspecto, pero no se pueden posar las golondrinas. Las ciudades tienen que adaptarse a los tiempos para sobrevivir y las golondrinas también.
Al modernizar el centro han diseñado un puesto especial para los “boleros”. Los boleros son las personas que te lustran o bolean el calzado en la calle, un duro trabajo en consonancia con el tamaño de sus botas. Es una pena que el que las rediseñó en sintonía con el nuevo entorno no se fijara en su altura, ya que los boleros no alcanzan a estar ni de pie ni sentados para realizar su trabajo, y deben mantener una extraña posición de semidoblados.


Fig. 3. Uno de los boleros dando lustre al calzado de un cliente en sus nuevos puestos de trabajo

En el entorno de la ciudad viven los indios originarios del lugar. Suelen bajar a la ciudad a pedir limosna porque la especulación y el desarrollismo hacen imposible sus tradicionales modos de vida. Puede ser normal verlos en la ciudad con taparrabos y con unas alpargatas que se fabrican con restos de neumáticos.

Mi actividad académica fue muy gratificante y durante esos días estuve en contacto con gente tanto de Chihuahua como de la violenta Ciudad Juárez. Sobre Ciudad Juárez, que es mayor que Chihuahua, me dijeron que había mucha población que la estaba abandonado. Todo lo contrario que le pasa a su vecina norteamericana, El Paso, a la que van con gran afición desde todo el Estado para realizar compras de ropa, artículos electrónicos y otros productos que llegan antes allí que a Méjico. Todo ello a pesar de tener que esperar varias horas para cruzar el famoso puente fronterizo “The Bridge”. Tanto en Chihuahua como en el recorrido que hice por el interior del Estado pude ver muchas tiendas que se llamaban “El Pasito”, como claro reclamo comercial. Varias de las alumnas que participaban en mi taller, y que eran de una universidad de Ciudad Juárez, tuvieron que irse antes de que terminara el taller. La Universidad  les había proporcionado un transporte para trasladarse hasta Chihuahua pero les había exigido que regresaran antes de que se hiciera de noche.

Desde Chihuahua, una vez que terminé mis obligaciones con la Universidad, decidí dedicar dos días a recorrer los alrededores de la ciudad y llegar al asentamiento arqueológico de las Cuarenta Casas. Lo hice con dos profesores y uno de los asistentes al taller.

Cuarenta Casas no se refiere a un número exacto de viviendas sino probablemente a un número elevado. La denominación se la dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que fue el primer español que llegó hasta allí. En sus escritos, relatando sus desplazamientos por esas tierras escribió: “…y de allí por el alba de la sierra nos fuimos metiendo por la tierra adentro más de 50 leguas y al cabo de ellas hallamos cuarenta casas…”.

En realidad hay más de 150 asentamientos en esa zona. Se tratan de unos asentamientos realizados por los indios pima. El conjunto es del año 1100, aunque se supone que fueron asentándose entre los siglos X y XIV. Cuando los españoles llegaron a la zona, siglos después, las viviendas aún estaban habitadas, aunque probablemente no por los moradores y constructores originarios sino por sus enemigos. Parece probable que al principio fueran asentamientos provisionales para los comerciantes que iban desde Paquimé hasta la costa del Pacífico para proteger sus rutas comerciales. Pero con el paso del tiempo se fueron haciendo sedentarios y ocupando permanentemente las casas.



Fig. 4. Cuarenta Casas desde el otro lado del cañón.

 Como decía, los indígenas que las construyeron fueron los indios pima, que quiere decir “la gente del río”, originarios de Arizona y vinculados a la cultura Paquimé. Durante años fueron atacados por grupos hostiles. En 1340 fueron derrotados y los vencedores derribaron parte de las construcciones en señal de dominación. Los moradores que encontraron los españoles ocupándolas se autodenominaban jova, término con el que se referían a un grupo muy amplio

La carretera hasta llegar al emplazamiento trascurre por un paisaje que me recordaba mucho al español, de campos amarillos de cereal y de dehesas. En el recorrido también puede ver una comunidad menonita, que es un grupo etnorreligioso anabaptista. Los menonitas son originarios de los Países Bajos, y tras un periplo por Rusia, Ucrania, Canadá y Estados Unidos, muchos de ellos acabaron en Méjico. El motivo de sus desplazamientos fue el deseo de mantener una absoluta autonomía dentro del estado en el que estuvieran para preservar sus costumbres. No sólo se trataba de la religión, lo que habría sido más sencillo, sino del resto de hábitos. Sus costumbres y ropas me recordaban a los amish, sobre todo por la película de Harrison Ford Único testigo, lo que era lógico ya que estando allí me enteré que los amish eran un grupo escindido de los menonitas. Son gente con un estilo de vida sencillo que quieren mantener sus tradiciones, como la vestimenta modesta o su resistencia a adoptar comodidades y tecnologías modernas, como la electricidad. Eso no parece complicado, sin embargo les ha resultado más difícil negarse a hacer el servicio militar, ya que son pacifistas, o a llevar a sus hijos a los colegios, pues prefieren educarlos ellos mismos en alemán, su lengua original. A pesar de ello, algunas de las comunidades menonitas  han adaptado en sus negocios medios modernos, como equipos informáticos o tractores. Como tienen muchos hijos hoy en día representan un porcentaje muy alto de la población local.

Fig. 5. El edificio rojo que se ve en la imagen es el restaurante en el que nos paramos, en un pueblo de la carretera, y donde probé por primera vez la “comida corrida”.

Por el camino paramos a comer en el restaurante de un pueblecito perdido en la carretera, donde probé la “comida corrida”, que es como denominan a la comida del día que te ofrecen durante todo la jornada ya que no hay horas de comida o cena definidas. Como es normal era carne con chile, pico de gallo y frijoles con tortillas de maíz. No pude tomar cerveza porque no tenían licencia para alcohol, pero tampoco el agua de Jamaica que había bebido en las comidas de la Universidad, donde tampoco servían cervezas. Cuando probé en la Universidad el agua de Jamaica me di cuenta de que su sabor me resultaba familiar. Al cabo de unos instantes lo recordé como el karkadé que había probado en Egipto. Se trata de una infusión hecha con las flores del malvavisco, el hibiscus sabdariffa, o flores de Jamaica como se las conoce en Méjico, realmente sabrosa y de un tono entre rojizo y rosáceo.

Tras un par de horas más de viaje llegamos al entorno de las Cuarenta Casas, enclavadas en la Sierra Madre, junto al cañón de Huápoca.


Fig. 6. Cañón de Huápoca.

 Cuando llegamos al emplazamiento, aunque eran las tres de la tarde, no nos dejaron proseguir  porque el tiempo que supone la ida y el regreso con la subida y bajada al cañón, nos habría llevado al anochecer en plena sierra. Preguntamos donde podríamos encontrar hotel para pasar la noche y nos comprometimos a estar a primera hora del día siguiente. El vigilante nos dirigió hacia la ciudad de Madera y nos recomendó un hotel y un restaurante para cenar.




 

Fig. 7. Fotos de la ciudad Madera.

 Efectivamente la ciudad de Madera era la población más importante próxima al emplazamiento. La fundó en 1906 un empresario norteamericano que se instaló en la región para explotar su riqueza maderera hasta esquilmarla. En la actualidad tiene unos 15 000 habitantes. Es una ciudad anodina formada por calles en damero en una sucesión de pavimentadas y “terrosas”. Esto les sirve para orientarte cuando te dicen “la segunda pavimentada”, aunque no siempre queda claro, de hecho tardamos bastante en encontrar alojamiento a pesar de las terrosas indicaciones. La sensación que me dio la población era la del Méjico profundo.

Allí pasamos la noche en un hotel con aspecto de motel donde las habitaciones se calentaban con una estufa de combustión catalítica a gas, a la que llaman la estufa española. Después de caldear la habitación durante unas horas preferí tenerla apagada por la noche por motivos de seguridad. A la mañana siguiente la habitación estaba a 14 ºC y en el exterior había bajado la temperatura hasta un grado. Una foto que había en la recepción del hotel, con una ciudad Madera completamente nevada, era muy significativa del clima de una población que, aunque se encuentra a una latitud baja, 28º, lo que podría presuponer un clima cálido, está a 2100 m de altitud.

Después de un copioso desayuno en un bar local nos dirigimos hacia el emplazamiento. Por el camino paramos en el cementerio. Los mejicanos dan un culto a los difuntos muy especial cuando celebran el día de los muertos el 1 de noviembre. Pensaba que era en todo Méjico pero allí me enteré que es propio de algunas zonas nada más. Para celebrarlo se hacen altares llenos de color y de originalidad que se pueden dedicar a alguien o algo que haya desaparecido, una persona en la mayoría de los casos, pero también a un edificio o a una institución. Estaría bien que también erigiéramos estos altarcillos a la arquitectura popular que va desapareciendo y a nuestro patrimonio tradicional con ella. Pero éste era un cementerio un poco especial y lo que vi me sorprendió mucho. ¡Las tumbas están protegidas con rejas y candados para que los muertos no escapen!



   Fig. 8. El cementerio de Ciudad Madera, del que no dejan salir a los muertos.

Al poco llegamos al sitio. La bajada al cañón de Huápaca que separa la plataforma superior de la escarpadura en la que se sitúa el asentamiento es larga y pronunciada, con una bajada de más de 300 m. Las piernas y las rodillas se me cargaron enseguida augurando lo que sería horas después la subida de regreso. Por la parte baja del cañón serpentea, bordeado de sicomoros, el arroyo Garabato con un agua limpia y fría. Desde ese punto, tras cruzar un puente sobre el arroyo, quedaba aún la subida a las casas. Al cabo de otra media hora llegamos al asentamiento. No es que me guste que haya dificultad para llegar a estos sitios pero ayuda a mantenerlos intactos lejos del vandalismo que provoca la masificación.

Fig. 9. Acceso al recinto desde el arroyo.

La imagen del conjunto, ya sea por sus valores intrínsecos o por el esfuerzo por llegar a él, era subyugante, y era fácil imaginarse a los indios moradores sentados a las puertas de las casas.


Fig. 10. Plantas baja y primera del conjunto de Las Ventanas en las Cuarenta Casas

 Las casas están orientadas a ESE, que es una buena orientación, pero no me da la impresión de que haya sido determinante a la hora de seleccionar el emplazamiento. Los pequeños cañones perpendiculares al de Huápoca, que es el que lleva el río, dan lugar a la orientación de las casas. Parece más evidente que se trata de un emplazamiento defensivo y protegido de la lluvia bajo la cornisa del acantilado. Por un lado la llegada es difícil y deja a la vista cualquier intento de agresión, ya fuera de tribus enemigas o de depredadores como el puma. Por otro lado el mayor enemigo de las construcciones con tierra es el agua, y a pesar de que se trate de un clima seco, parece acertado protegerlas de las lluvias bajo la cornisa del acantilado.




Fig. 11. Imágenes del conjunto de Las Ventanas.

 Los muros de las casas son de tierra configurada en tapia o tapial, es decir, apisonada en tongada entre maderas que hacen de encofrado. Se aprecian las tongadas de unos 40 cm. La tierra estaba mezclada con pequeñas piedras y con la  “baba del nopal”, que sale de las hojas de la chumbera una vez peladas. El resultado hoy en día es un muro duro y estable. Su espesor era de unos 30 cm, suficientes para aportar la inercia que pudieran necesitar, teniendo en cuenta que por detrás tienen la montaña con más inercia de la que necesitan.

Fig. 12. Foto de las tongadas.

 El aspecto más significativo de las casas es la puerta. Tiene la forma de T o de punta de flecha a la que le falta el extremo. Tiene sólo un metro de altura, por lo que debían entran agachados, probablemente apoyados en los dos laterales lo que dificultaría el uso de las armas, y con la cabeza por delante.


     Fig. 13. Puertas de las viviendas de las Cuarenta Casas. La forma es sumamente singular al tiempo que su pequeña dimensión nos hace suponer que los moradores eran gente de baja estatura. Encima de la puerta siempre hay un agujero para la salida del humo y junto a la puerta, como se puede ver en la última foto, otro agujero donde colocaban las flechas.

El conjunto de casas que estaba visitando dentro de las Cuarenta Casas se denomina Las Ventanas. En ese conjunto las viviendas tenían dos plantas con un porche donde se hacían rituales. Encima de la puerta se aprecia siempre un agujero para la salida de humos, y otros menores  en los lados que no atravesaban el muro donde se colocaban las flechas. La estructura horizontal de la primera planta eran troncos de madera recubiertos de una torta del mismo barro que el empleado en los muros. El techo en muchos casos era la propia montaña.






Fig. 14. En la primera foto se puede ver la caja en el muro donde apoyan los troncos de la estructura principal perpendicular a fachada. Sobre esa estructura de madera se coloca otra en sentido transversal, con troncos colocados  pegados los unos a los otros para no dejar espacio, ya que sobre ellos se reparte una torta de barro que hace de suelo para la planta alta. Ese suelo se puede ver en las dos últimas fotos. También se aprecian los agujeros de ventilación sobre las puertas y los huecos para flechas.

Dado que se trata de un clima de montaña, están en torno a los 2100 m de altitud, es frío. La radiación solar lo convierte en caluroso en verano pero frío por las noches y durante el invierno, cuando son frecuentes las nevadas. Las casas no debían estar especialmente preparadas para estas condiciones. Las viviendas que yo visité tenían una buena orientación para recibir el sol de la mañana, pero insuficiente para calentarse con él en invierno. En esa época debían recurrir al fuego. El verano era otra cosa ya que su ubicación las protegía del sol de la tarde y la sombra del acantilado y la inercia de los muros, suelos y la propia montaña generaba un microclima fresco. A pesar de ser casi noviembre, durante la subida medí 26 ó 27 ºC pero en las casas sólo 19 ºC con un 26% de humedad relativa.

Fig. 15. En las construcciones recientes se puede apreciar perfectamente su construcción con adobes.

¿Por qué las construcciones no son de madera si el clima es frío y la madera aísla más? Debido al clima y la altitud proliferan los árboles, en especial las coníferas. Los pinos que hay son las especies ponderosa y chihuahuano. Con los troncos de esos árboles podrían hacer cerramientos más aislantes que los muros de tapial, aunque fueran más finos. Seguramente hay varias respuestas. La más probable es que estos indígenas estaban acostumbrados a construir con tierra. Tanto la Paquimé coetánea como las construcciones que se ven en la actualidad por toda la región son de tierra, originalmente tapial y hoy de adobes, lo que indica que eran constructores con experiencia. Pero esto no habría sido una razón que no les llevara a cambiar de material cuando convirtieron las casas en permanentes si hubieran comprobado que la madera se comportaba mejor. En los forjados de las viviendas de Cuarenta Casas emplean madera, lo que indica que tenían herramientas para trabajarla. También pude comprobar que aunque se trata de un clima de montaña durante muchas horas del día hacía calor, a pesar de estar avanzado el otoño. Como en todos estos climas, donde en momentos hace frío y en momentos calor, la forma de construir resuelve los momentos de calor y la biomasa los momentos de frío. La biomasa es abundante, porque están rodeados de árboles, y los muros de tierra y las ventanas pequeñas y sombreadas, el diseño por tanto, se encarga de hacer confortables las casas durante los momentos de calor.



Fig. 16. Imagen del risco en donde se asienta el conjunto de Las Ventanas.

Este tipo de asentamientos, aunque no sean estrictamente trogloditas, por su gran vínculo con el terreno yo los incorporo en la tipología de las construcciones enterradas. La denomino casas acantilado, o lo que sería mejor pueblos acantilado, ya que suelen ser siempre agrupaciones.  Creo que el más interesante de todos ellos es Pueblo Bonito, una aldea construida por los indios pueblo o anasazi, que es el nombre que los navajos les daban y que significa “antiguos enemigos”. Estaban muy relacionados con los constructores de Cuarenta Casas.

La denominación de Pueblo Bonito se lo dieron los españoles que lo descubrieron, al quedar deslumbrados por su encanto. En ese momento lo ocupaban más de 800 personas, que ya no eran anasazi ya que ese pueblo había desaparecido mucho antes. Pueblo Bonito está en el Cañón del Chaco, en Nuevo Méjico, y es el mayor de los asentamientos de los trece que había. Al conjunto se le llama las Grandes Casas.  Los indios pueblo lo ocuparon entre el 828 y el 1126, teniendo su periodo de esplendor gracias al comercio con turquesas. Como en tantos casos, al centrar casi en exclusiva su economía en este comercio, en el momento en el que decayó al verse saturado el mercado y perder valor, los moradores de Pueblo Bonito casi se extinguieron.


Fig. 17. Planta de Pueblo Bonito.

Pueblo Bonito tiene forma de D y está orientado a sur. Su forma de anfiteatro y el escalonado de las construcciones les aseguraba la entrada de luz en todos los locales. La forma también puede tener con los movimientos del sol y las propias construcciones les podían servir de referencias astronómicas para detectar las épocas del año. Está dividido en dos partes casi iguales por un muro que lo recorre de norte a sur y atraviesa por el medio la plaza central. En los extremos del muro hay dos grandes kivas, situadas cada una a ambos lados del muro, creando un patrón común en la mayoría de las aldeas de las Grandes Casas. Las kivas son construcciones circulares a las que se accedía desde el techo mediante una escalera y que servían para reunir a la comunidad en la toma de decisiones. Algunas medían hasta 22 metros de diámetro.

El área de Pueblo Bonito cubre aproximadamente 20 000 m2  y tiene una estructura escalonada de cuatro y cinco niveles donde se situaban las viviendas. Las habitaciones de las viviendas medían aproximadamente 5 por 4 m. En la última fase de su construcción, cuando se empezó a edificar en el último nivel, algunos locales de la planta baja fueron rellenados con escombros para soporte de los pisos más altos.

Las habitaciones, al igual que en Cuarenta Casas, se conectaban entre sí por varias entradas interiores, algunas de ellas también con forma de flecha o T; viéndolo se perciben unos vínculos muy grandes entre ambas construcciones. El hogar de una familia podía ser relativamente grande ya que podían llegar a ocupar 3 o 4 cuartos, y estos a su vez contenían pequeños espacios usados para almacenamiento lo que los hacía aún más grandes. Dada la estructura en anfiteatro del pueblo, prácticamente no había acceso exterior a los cuartos del edificio más que por el espacio central.

Se supone que Pueblo Bonito pudo haber sido un centro espiritual y de reunión de las diferentes tribus de los indios pueblo, debido al gran número de kivas, y a que éstas se usaban siempre para funciones rituales.

A pesar de que he destacado a Pueblo Bonito, el Cliff Palace  es el mayor poblado en acantilado de América. También fue construida por los anasazi. Se encuentra en el parque nacional de Mesa Verde, en Colorado, en su antigua tierra natal. En el Cliff Palace hay 23 kivas  y más de 150 habitaciones. Está construido con tierra y vigas de madera, igual que en Cuarenta Casas. En este caso se endurecía las mezclas con arenisca triturada. Al igual que en Cuarenta Casas, las puertas son extremadamente bajas, lo que siempre sorprende al que lo ve por primera vez.

Hay otros ejemplos de casas horadadas en los acantilados en España, Francia, Portugal o Turquía, incluso en algunos casos hay construcciones aisladas debajo de fragmentos de montaña, como San Juan de la Peña, de ahí su nombre, pero está tipología de pueblos enteros construidos debajo de las cornisas de los acantilados son propias de los anasazi.

Antes de bajar de Las Ventanas pasamos por otras viviendas situadas en la parte posterior del conjunto de Las Ventanas. Su altura interior era bajísima, casi de casa de muñecas, lo que hace suponer que sus moradores eran gente muy menuda. El resto de asentamientos estaban demasiado lejos para llegar a ellos y no nos dio tiempo a verlos. Antes de ascender paramos un momento a descansar en el arroyo e iniciamos una subida que me pareció inacabable.

Fig. 18. Una vivienda en la parte posterior del risco donde se puede ver por comparación el tamaño de la puerta y la altura del techo.

 De regreso a Chihuahua pasamos por la población de Guerrero. Es una zona de tránsito de la marihuana, por lo que son normales los controles de carretera, a veces del ejército, a veces de los narco. Pasé por uno de ellos que parecía del ejército o la policía sin que nos detuvieran. Parece que este comercio está relativamente consentido ya que es un gran negocio. En ocasiones se hace alguna aprensión pequeña de droga para dar buena imagen, pero en general se les deja en paz.

Si Méjico es hoy en día uno de los países más peligrosos del mundo, con un índice de crímenes altísimo, Chihuahua es el estado en donde se concentran más los actos de violencia. La droga y el tráfico de ilegales son probablemente las causas fundamentales.  Ciudad Juárez por su carácter fronterizo y por el trabajo que en las fábricas realizan muchas mujeres jóvenes, y que les obliga a realizar grandes y solitarios desplazamientos a diario desde su domicilio, a veces andando a veces en camiones, la convierten en una ciudad peligrosísima para ellas. En algunos informes se la consideraba la segunda ciudad más peligrosa del mundo, aunque parece que ha bajado en el ranquin cuando han cesado las guerras entre los cárteles al darse cuenta de que había negocio para todos. Hubo un momento en el que todos los mandos policiales estaban a sueldo de los cárteles, según decía en un artículo que leí hace poco un excomandante de la policía. No era una opción, participabas o “te chingaban”, plata o plomo. Tiene el dudoso honor de ser la primera ciudad en el ranquin una ciudad hondureña, cuyo nombre no merece la pena ser recordado. En la actualidad, trece de las cincuenta más peligrosas del mundo también son mejicanas, mezcladas con ciudades brasileñas y centroamericanas.


Fig. 19. En una de las plazas de la ciudad de Chihuahua, frente al Palacio del Gobierno, hay un monumento espontáneo en recuerdo de las mujeres asesinadas en el estado y en particular en la Ciudad Juárez.

 Los recorridos por carreta siempre te muestran imágenes de interés sobre el país, paisajes, construcciones, animales. En esas carreteras también abundan las tarántulas, a las que se ve cruzar parsimoniosamente bajo un cielo lleno de zopilotes. Siguiendo con animales, por los campos pude observar a los chapulines colorados, saltamontes grandes y carnosos que al volar hacen un ruido con las alas inconfundible, al tiempo que muestran el rojo del interior, de ahí su nombre. En algunas zonas los comen a la parrilla.

 
Fig. 20. Chapulín colorado, el nombre del personaje de una famosa serie de la televisión mejicana que parodiaba  a los superhéroes: más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga.

 Hicimos una comida cena en Cuautémoc, cerca ya de Chihuahua en un restaurante típico y muy acogedor, siempre acompañado de tortillas, chile y esta vez de cerveza, antes de alcanzar la ciudad. Al día siguiente tenía mi vuelo de regreso a España.


Por la mañana, o más bien de madrugada, el taxista que me llevaba al aeropuerto, un mejicano grande que no dejaba hueco para el pasajero detrás de su asiento, me contaba muerto de risa cómo en el mismo cruce en el que estábamos parados, un año antes habían bloqueado el paso unos coches que veían persiguiéndose y que tras pararse comenzaron una “balacera” en la que mataron a varios. Todos los coches de la fila echaron hacia atrás al unísono sin tocarse; era lo que le hacía gracia. Afortunadamente yo no tuve la ocasión de divertirme tanto.
 
Cuando llegué a ciudad de Méjico tenía una escala muy larga. Me vino a buscar al aeropuerto un arquitecto que me acompaño a dar una vuelta por la ciudad y hacer más llevaderas las horas de espera. Vi barrios muy interesantes a los que me prometí volver. En uno de ellos me dijo que no se hacía caso a la policía, que no había nada que no se pudiera conseguir con 100 pesos, en otros me dijo que no era posible. La policía depende de una especie de alcalde del barrio y por ello hay diferencias entre ellos muy notables. De regreso al aeropuerto pude comer en la terminal con un antiguo alumno y su familia, al que no venía desde hacía 12 años. Fue muy poco tiempo pero entrañable. Los mejicanos, a pesar de la violencia, siempre serán hospitalarios y acogedores.





2 comentarios:

  1. Javier. Un artículo muy agradable sobre la región norte de mi país. Incluso, lleno de valentía. Muchos mexicanos no piensas en pasear por aquellas regiones. Personalmente, ya sé donde pasar mis siguientes vacaciones.. Saludos, Gabriel Cano

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  2. Gracias por tu comentario y perdona el retraso en contestar, pero no suelo revisar las entradas. Méjico es un país hermoso, lleno de gente sumamente cariñosa, con la que siempre me he sentido bien. Dentro de poco tengo previsto un nuevo viaje.

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