Mi vuelo llegó al aeropuerto de
Méjico con una hora retraso a pesar de haber salido a tiempo. En tierra me
dijeron que Aviación Civil había retrasado el aterrizaje de los aviones. Eso
unido a una cola de más de una hora en una lentísima inmigración y los trámites
de la aduana, en la que se empeñaron en que yo podía llevar embutidos, hicieron
que perdiera mi vuelo de conexión a Chihuahua. Tras conseguir un nuevo billete
para un vuelo a las 6:00 de la mañana del día siguiente me proporcionaron una
habitación en un hotel cerca del aeropuerto. Me trasladé al hotel en una
pequeña “camioneta” de ocho plazas, en la que tuve que ir sentado sobre la
maleta; era eso o esperar otra y ya estaba bastante cansado. La batería de mi
teléfono móvil estaba en las últimas y no podía cargarlo en el hotel porque me
había olvidado traer un adaptador de clavijas. Tuve que administrar lo poco que
me quedaba y esperar a la mañana siguiente para comprar un adaptador en el
aeropuerto. Sin embargo no pude porque en las tiendas libres de impuestos sólo
me lo podían vender si hacía un vuelo internacional, lo que no era mi caso. Salvo
que tuviera otro percance, como ya había advertido de mi retraso, no me pareció
importante estar incomunicado unas horas. Al poco pude embarcar.
Chihuahua fue fundada en el siglo
XVIII, por lo que es una ciudad relativamente joven. La traza urbana original
seguía las indicaciones del Código de Indias, con dos calles cruzadas en la
plaza, según el cardo y el decumano romanos. Originalmente todas
las casas estaban construidas con adobes, ya que el suelo aporta la tierra
adecuada y las condiciones climáticas, con amplias diferencias térmicas entre
el día y la noche, son las adecuadas. Seguro que aún se conservan muchas casas
de adobe en la ciudad pero yo no llegué a verlas. En cambio, en todos los
pueblos de los alrededores sí puede contemplar perfectamente este tipo de
construcción.
Fig. 1. Imágenes
interiores de la Catedral y del Palacio de Gobierno
Chihuahua no es una ciudad
atractiva, no obstante destacan en ella la Catedral barroca y el Palacio de Gobierno.
El patio central del Palacio de Gobierno estaba decorado con grandes murales
propios de los artistas mejicanos, en este caso del muralista Arón Piña Mora.
También había un monumento al “cura Hidalgo”, el religioso que se dice que dio
el grito de la independencia contra los españoles. El Altar de la Patria
recuerda el sitio donde fue encarcelado y fusilado en 1811, cuando España aún
estaba ocupada por las tropas de Napoleón y en plena Guerra de la Independencia.
La mayoría de los edificios de
Chihuahua son de una o dos plantas lo que en una población de un millón de personas
la convierte en enorme y no sostenible debido a la movilidad. Necesitan
utilizar permanentemente sus grandes coches para desplazarse a cualquier lugar.
Predominan entre los coches “las trucas”, del truck en inglés, lo que permite imaginar
su tamaño. Se trata de los vehículos que en España se llamarían pick-up, que
tampoco es un término castellano.
Recientemente se ha implantado un
servicio de autobuses municipales que sustituye a un conjunto anárquico de
autobuses privados, de múltiples dueños, que circulaban cuando querían y casi por
donde les convenían sin ningún control ni coordinación. Esa medida municipal,
que entiendo como muy adecuada para la ciudad, también ha recibido críticas.
Alguna puede que esté fundada, pues han puesto unas paradas de autobuses enormes,
similares a las que hay en Méjico D.F., que no caben en las calles. Pero
quitando ese detalle creo que en lugar de criticarla se debería apoyar la
medida, si con ello se logra que se utilice menos el “carro”.
Fig. 3. Las
nuevas calles peatonales de Chihuahua al pasar junto a la Catedral y el Palacio
de Gobierno
Al modernizar el centro han
diseñado un puesto especial para los “boleros”. Los boleros son las personas
que te lustran o bolean el calzado en la calle, un duro trabajo en consonancia
con el tamaño de sus botas. Es una pena que el que las rediseñó en sintonía con
el nuevo entorno no se fijara en su altura, ya que los boleros no alcanzan a
estar ni de pie ni sentados para realizar su trabajo, y deben mantener una
extraña posición de semidoblados.
Fig. 3. Uno
de los boleros dando lustre al calzado de un cliente en sus nuevos puestos de
trabajo
En el entorno de la ciudad viven
los indios originarios del lugar. Suelen bajar a la ciudad a pedir limosna
porque la especulación y el desarrollismo hacen imposible sus tradicionales
modos de vida. Puede ser normal verlos en la ciudad con taparrabos y con unas
alpargatas que se fabrican con restos de neumáticos.
Mi actividad académica fue muy
gratificante y durante esos días estuve en contacto con gente tanto de
Chihuahua como de la violenta Ciudad Juárez. Sobre Ciudad Juárez, que es mayor
que Chihuahua, me dijeron que había mucha población que la estaba abandonado.
Todo lo contrario que le pasa a su vecina norteamericana, El Paso, a la que van
con gran afición desde todo el Estado para realizar compras de ropa, artículos
electrónicos y otros productos que llegan antes allí que a Méjico. Todo ello a
pesar de tener que esperar varias horas para cruzar el famoso puente fronterizo
“The Bridge”. Tanto en Chihuahua como en el recorrido que hice por el interior
del Estado pude ver muchas tiendas que se llamaban “El Pasito”, como claro
reclamo comercial. Varias de las alumnas que participaban en mi taller, y que
eran de una universidad de Ciudad Juárez, tuvieron que irse antes de que
terminara el taller. La Universidad les
había proporcionado un transporte para trasladarse hasta Chihuahua pero les
había exigido que regresaran antes de que se hiciera de noche.
Desde Chihuahua, una vez que
terminé mis obligaciones con la Universidad, decidí dedicar dos días a recorrer
los alrededores de la ciudad y llegar al asentamiento arqueológico de las Cuarenta Casas. Lo hice con dos
profesores y uno de los asistentes al taller.
Cuarenta Casas no se refiere a un número exacto de viviendas sino probablemente
a un número elevado. La denominación se la dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que
fue el primer español que llegó hasta allí. En sus escritos, relatando sus
desplazamientos por esas tierras escribió: “…y de allí por el alba de la sierra
nos fuimos metiendo por la tierra adentro más de 50 leguas y al cabo de ellas
hallamos cuarenta casas…”.
En realidad hay más de 150
asentamientos en esa zona. Se tratan de unos asentamientos realizados por los
indios pima. El conjunto es del año
1100, aunque se supone que fueron asentándose entre los siglos X y XIV. Cuando
los españoles llegaron a la zona, siglos después, las viviendas aún estaban habitadas,
aunque probablemente no por los moradores y constructores originarios sino por
sus enemigos. Parece probable que al principio fueran asentamientos
provisionales para los comerciantes que iban desde Paquimé hasta la costa del Pacífico
para proteger sus rutas comerciales. Pero con el paso del tiempo se fueron
haciendo sedentarios y ocupando permanentemente las casas.
Fig. 4.
Cuarenta Casas desde el otro lado del cañón.
La carretera hasta
llegar al emplazamiento trascurre por un paisaje que me recordaba mucho al
español, de campos amarillos de cereal y de dehesas. En el recorrido también
puede ver una comunidad menonita, que es un grupo etnorreligioso anabaptista. Los menonitas son
originarios de los Países Bajos, y tras un periplo por Rusia, Ucrania, Canadá y
Estados Unidos, muchos de ellos acabaron en Méjico. El motivo de sus desplazamientos
fue el deseo de mantener una absoluta autonomía dentro del estado en el que
estuvieran para preservar sus costumbres. No sólo se trataba de la religión, lo
que habría sido más sencillo, sino del resto de hábitos. Sus costumbres y ropas
me recordaban a los amish, sobre todo por la película de Harrison Ford Único testigo, lo que era lógico ya que
estando allí me enteré que los amish eran un grupo escindido de los menonitas. Son
gente con un estilo de vida sencillo que quieren mantener sus tradiciones, como
la vestimenta modesta o su resistencia a adoptar comodidades y tecnologías
modernas, como la electricidad. Eso no parece complicado, sin embargo les ha
resultado más difícil negarse a hacer el servicio militar, ya que son
pacifistas, o a llevar a sus hijos a los colegios, pues prefieren educarlos
ellos mismos en alemán, su lengua original. A pesar de ello, algunas de las
comunidades menonitas han adaptado en
sus negocios medios modernos, como equipos informáticos o tractores. Como
tienen muchos hijos hoy en día representan un porcentaje muy alto de la
población local.
Por el camino
paramos a comer en el restaurante de un pueblecito perdido en la carretera, donde
probé la “comida corrida”, que es como denominan a la comida del día que te
ofrecen durante todo la jornada ya que no hay horas de comida o cena definidas.
Como es normal era carne con chile, pico de gallo y frijoles con tortillas de
maíz. No pude tomar cerveza porque no tenían licencia para alcohol, pero tampoco
el agua de Jamaica que había bebido en las comidas de la Universidad, donde
tampoco servían cervezas. Cuando probé en la Universidad el agua de Jamaica me
di cuenta de que su sabor me resultaba familiar. Al cabo de unos instantes lo
recordé como el karkadé que había probado en Egipto. Se trata de una infusión
hecha con las flores del malvavisco, el hibiscus
sabdariffa, o flores de Jamaica como se las conoce en Méjico, realmente
sabrosa y de un tono entre rojizo y rosáceo.
Tras un par de horas más de viaje
llegamos al entorno de las Cuarenta Casas,
enclavadas en la Sierra Madre, junto al cañón de Huápoca.
Fig. 6.
Cañón de Huápoca.
Fig. 7.
Fotos de la ciudad Madera.
Allí pasamos la noche en un hotel
con aspecto de motel donde las habitaciones se calentaban con una estufa de
combustión catalítica a gas, a la que llaman la estufa española. Después de
caldear la habitación durante unas horas preferí tenerla apagada por la noche
por motivos de seguridad. A la mañana siguiente la habitación estaba a 14 ºC y en
el exterior había bajado la temperatura hasta un grado. Una foto que había en
la recepción del hotel, con una ciudad Madera completamente nevada, era muy
significativa del clima de una población que, aunque se encuentra a una latitud
baja, 28º, lo que podría presuponer un clima cálido, está a 2100 m de altitud.
Después de un copioso desayuno en
un bar local nos dirigimos hacia el emplazamiento. Por el camino paramos en el
cementerio. Los mejicanos dan un culto a los difuntos muy especial cuando
celebran el día de los muertos el 1 de noviembre. Pensaba que era en todo
Méjico pero allí me enteré que es propio de algunas zonas nada más. Para
celebrarlo se hacen altares llenos de color y de originalidad que se pueden
dedicar a alguien o algo que haya desaparecido, una persona en la mayoría de
los casos, pero también a un edificio o a una institución. Estaría bien que también
erigiéramos estos altarcillos a la arquitectura popular que va desapareciendo y
a nuestro patrimonio tradicional con ella. Pero éste era un cementerio un poco
especial y lo que vi me sorprendió mucho. ¡Las tumbas están protegidas con
rejas y candados para que los muertos no escapen!
Al poco llegamos al sitio. La
bajada al cañón de Huápaca que separa la plataforma superior de la escarpadura
en la que se sitúa el asentamiento es larga y pronunciada, con una bajada de
más de 300 m. Las piernas y las rodillas se me cargaron enseguida augurando lo
que sería horas después la subida de regreso. Por la parte baja del cañón serpentea,
bordeado de sicomoros, el arroyo Garabato con un agua limpia y fría. Desde ese
punto, tras cruzar un puente sobre el arroyo, quedaba aún la subida a las
casas. Al cabo de otra media hora llegamos al asentamiento. No es que me guste que
haya dificultad para llegar a estos sitios pero ayuda a mantenerlos intactos
lejos del vandalismo que provoca la masificación.
La imagen del conjunto, ya sea
por sus valores intrínsecos o por el esfuerzo por llegar a él, era subyugante,
y era fácil imaginarse a los indios moradores sentados a las puertas de las
casas.
Fig. 11. Imágenes
del conjunto de Las Ventanas.
Fig. 12. Foto
de las tongadas.
El conjunto de casas que estaba
visitando dentro de las Cuarenta Casas
se denomina Las Ventanas. En ese
conjunto las viviendas tenían dos plantas con un porche donde se hacían
rituales. Encima de la puerta se aprecia siempre un agujero para la salida de
humos, y otros menores en los lados que
no atravesaban el muro donde se colocaban las flechas. La estructura horizontal
de la primera planta eran troncos de madera recubiertos de una torta del mismo
barro que el empleado en los muros. El techo en muchos casos era la propia
montaña.
Fig. 14. En
la primera foto se puede ver la caja en el muro donde apoyan los troncos de la
estructura principal perpendicular a fachada. Sobre esa estructura de madera se
coloca otra en sentido transversal, con troncos colocados pegados los unos a los
otros para no dejar espacio, ya que sobre ellos se reparte una torta de barro
que hace de suelo para la planta alta. Ese suelo se puede ver en las dos
últimas fotos. También se aprecian los agujeros de ventilación sobre las
puertas y los huecos para flechas.
Dado que se trata de un clima de
montaña, están en torno a los 2100 m de altitud, es frío. La radiación solar lo
convierte en caluroso en verano pero frío por las noches y durante el invierno,
cuando son frecuentes las nevadas. Las casas no debían estar especialmente
preparadas para estas condiciones. Las viviendas que yo visité tenían una buena
orientación para recibir el sol de la mañana, pero insuficiente para calentarse
con él en invierno. En esa época debían recurrir al fuego. El verano era otra
cosa ya que su ubicación las protegía del sol de la tarde y la sombra del
acantilado y la inercia de los muros, suelos y la propia montaña generaba un
microclima fresco. A pesar de ser casi noviembre, durante la subida medí 26 ó
27 ºC pero en las casas sólo 19 ºC con un 26% de humedad relativa.
Fig. 15. En
las construcciones recientes se puede apreciar perfectamente su construcción
con adobes.
¿Por qué las construcciones no son de madera si el clima es frío y la madera aísla más? Debido al clima y la altitud proliferan los árboles, en especial las coníferas. Los pinos que hay son las especies ponderosa y chihuahuano. Con los troncos de esos árboles podrían hacer cerramientos más aislantes que los muros de tapial, aunque fueran más finos. Seguramente hay varias respuestas. La más probable es que estos indígenas estaban acostumbrados a construir con tierra. Tanto la Paquimé coetánea como las construcciones que se ven en la actualidad por toda la región son de tierra, originalmente tapial y hoy de adobes, lo que indica que eran constructores con experiencia. Pero esto no habría sido una razón que no les llevara a cambiar de material cuando convirtieron las casas en permanentes si hubieran comprobado que la madera se comportaba mejor. En los forjados de las viviendas de Cuarenta Casas emplean madera, lo que indica que tenían herramientas para trabajarla. También pude comprobar que aunque se trata de un clima de montaña durante muchas horas del día hacía calor, a pesar de estar avanzado el otoño. Como en todos estos climas, donde en momentos hace frío y en momentos calor, la forma de construir resuelve los momentos de calor y la biomasa los momentos de frío. La biomasa es abundante, porque están rodeados de árboles, y los muros de tierra y las ventanas pequeñas y sombreadas, el diseño por tanto, se encarga de hacer confortables las casas durante los momentos de calor.
Fig. 16. Imagen
del risco en donde se asienta el conjunto de Las Ventanas.
Este tipo de asentamientos, aunque
no sean estrictamente trogloditas, por su gran vínculo con el terreno yo los
incorporo en la tipología de las construcciones enterradas. La denomino casas
acantilado, o lo que sería mejor pueblos acantilado, ya que suelen ser siempre
agrupaciones. Creo que el más
interesante de todos ellos es Pueblo Bonito, una aldea construida por los indios pueblo o anasazi, que es el
nombre que los navajos les daban y que significa “antiguos enemigos”. Estaban
muy relacionados con los constructores de Cuarenta Casas.
La denominación de Pueblo Bonito
se lo dieron los españoles que lo descubrieron, al quedar deslumbrados por su
encanto. En ese momento lo ocupaban más de 800 personas, que ya no eran anasazi
ya que ese pueblo había desaparecido mucho antes. Pueblo Bonito está en el
Cañón del Chaco, en Nuevo Méjico, y es el mayor de los asentamientos de los
trece que había. Al conjunto se le llama las Grandes Casas. Los indios
pueblo lo ocuparon entre el 828 y el 1126, teniendo su periodo de esplendor
gracias al comercio con turquesas. Como en tantos casos, al centrar casi en
exclusiva su economía en este comercio, en el momento en el que decayó al verse
saturado el mercado y perder valor, los moradores de Pueblo Bonito casi se
extinguieron.
Fig. 17. Planta de
Pueblo Bonito.
Pueblo Bonito tiene forma de D y
está orientado a sur. Su forma de anfiteatro y el escalonado de las
construcciones les aseguraba la entrada de luz en todos los locales. La forma
también puede tener con los movimientos del sol y las propias construcciones
les podían servir de referencias astronómicas para detectar las épocas del año.
Está dividido en dos partes casi iguales por un muro que lo recorre de norte a
sur y atraviesa por el medio la plaza central. En los extremos del muro hay dos
grandes kivas, situadas cada una a ambos lados del muro, creando un patrón
común en la mayoría de las aldeas de las Grandes Casas. Las kivas son
construcciones circulares a las que se accedía desde el techo mediante una
escalera y que servían para reunir a la comunidad en la toma de decisiones.
Algunas medían hasta 22 metros de diámetro.
El área de Pueblo Bonito cubre
aproximadamente 20 000 m2 y tiene
una estructura escalonada de cuatro y cinco niveles donde se situaban las
viviendas. Las habitaciones de las viviendas medían aproximadamente 5 por 4 m.
En la última fase de su construcción, cuando se empezó a edificar en el último
nivel, algunos locales de la planta baja fueron rellenados con escombros para
soporte de los pisos más altos.
Las habitaciones, al igual que en
Cuarenta Casas, se conectaban entre sí por varias entradas interiores, algunas
de ellas también con forma de flecha o T; viéndolo se perciben unos vínculos
muy grandes entre ambas construcciones. El hogar de una familia podía ser
relativamente grande ya que podían llegar a ocupar 3 o 4 cuartos, y estos a su
vez contenían pequeños espacios usados para almacenamiento lo que los hacía aún
más grandes. Dada la estructura en anfiteatro del pueblo, prácticamente no
había acceso exterior a los cuartos del edificio más que por el espacio
central.
Se supone que Pueblo Bonito pudo
haber sido un centro espiritual y de reunión de las diferentes tribus de los
indios pueblo, debido al gran número de kivas, y a que éstas se usaban siempre
para funciones rituales.
A pesar de que he destacado a
Pueblo Bonito, el Cliff Palace es el
mayor poblado en acantilado de América. También fue construida por los anasazi.
Se encuentra en el parque nacional de Mesa Verde, en Colorado, en su antigua
tierra natal. En el Cliff Palace hay 23 kivas
y más de 150 habitaciones. Está construido con tierra y vigas de madera,
igual que en Cuarenta Casas. En este caso se endurecía las mezclas con arenisca
triturada. Al igual que en Cuarenta Casas, las puertas son extremadamente
bajas, lo que siempre sorprende al que lo ve por primera vez.
Hay otros ejemplos de casas
horadadas en los acantilados en España, Francia, Portugal o Turquía, incluso en
algunos casos hay construcciones aisladas debajo de fragmentos de montaña, como
San Juan de la Peña, de ahí su nombre, pero está tipología de pueblos enteros
construidos debajo de las cornisas de los acantilados son propias de los
anasazi.
Antes de bajar de Las Ventanas pasamos
por otras viviendas situadas en la parte posterior del conjunto de Las Ventanas. Su altura interior era bajísima,
casi de casa de muñecas, lo que hace suponer que sus moradores eran gente muy menuda.
El resto de asentamientos estaban demasiado lejos para llegar a ellos y no nos
dio tiempo a verlos. Antes de ascender paramos un momento a descansar en el arroyo
e iniciamos una subida que me pareció inacabable.
Fig. 18. Una
vivienda en la parte posterior del risco donde se puede ver por comparación el
tamaño de la puerta y la altura del techo.
Si Méjico es hoy en día uno de
los países más peligrosos del mundo, con un índice de crímenes altísimo,
Chihuahua es el estado en donde se concentran más los actos de violencia. La
droga y el tráfico de ilegales son probablemente las causas fundamentales. Ciudad Juárez por su carácter fronterizo y
por el trabajo que en las fábricas realizan muchas mujeres jóvenes, y que les
obliga a realizar grandes y solitarios desplazamientos a diario desde su
domicilio, a veces andando a veces en camiones, la convierten en una ciudad
peligrosísima para ellas. En algunos informes se la consideraba la segunda ciudad
más peligrosa del mundo, aunque parece que ha bajado en el ranquin cuando han cesado
las guerras entre los cárteles al darse cuenta de que había negocio para todos.
Hubo un momento en el que todos los mandos policiales estaban a sueldo de los
cárteles, según decía en un artículo que leí hace poco un excomandante de la
policía. No era una opción, participabas o “te chingaban”, plata o plomo. Tiene
el dudoso honor de ser la primera ciudad en el ranquin una ciudad hondureña,
cuyo nombre no merece la pena ser recordado. En la actualidad, trece de las
cincuenta más peligrosas del mundo también son mejicanas, mezcladas con
ciudades brasileñas y centroamericanas.
Fig. 19. En
una de las plazas de la ciudad de Chihuahua, frente al Palacio del Gobierno,
hay un monumento espontáneo en recuerdo de las mujeres asesinadas en el estado
y en particular en la Ciudad Juárez.
Fig. 20. Chapulín
colorado, el nombre del personaje de una famosa serie de la televisión mejicana
que parodiaba a los superhéroes: más
ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga.
Por la mañana, o más bien de
madrugada, el taxista que me llevaba al aeropuerto, un mejicano grande que no
dejaba hueco para el pasajero detrás de su asiento, me contaba muerto de risa
cómo en el mismo cruce en el que estábamos parados, un año antes habían
bloqueado el paso unos coches que veían persiguiéndose y que tras pararse
comenzaron una “balacera” en la que mataron a varios. Todos los coches de la fila
echaron hacia atrás al unísono sin tocarse; era lo que le hacía gracia. Afortunadamente
yo no tuve la ocasión de divertirme tanto.
Cuando llegué a ciudad de Méjico
tenía una escala muy larga. Me vino a buscar al aeropuerto un arquitecto que me
acompaño a dar una vuelta por la ciudad y hacer más llevaderas las horas de
espera. Vi barrios muy interesantes a los que me prometí volver. En uno de
ellos me dijo que no se hacía caso a la policía, que no había nada que no se pudiera
conseguir con 100 pesos, en otros me dijo que no era posible. La policía
depende de una especie de alcalde del barrio y por ello hay diferencias entre
ellos muy notables. De regreso al aeropuerto pude comer en la terminal con un
antiguo alumno y su familia, al que no venía desde hacía 12 años. Fue muy poco
tiempo pero entrañable. Los mejicanos, a pesar de la violencia, siempre serán
hospitalarios y acogedores.
Javier. Un artículo muy agradable sobre la región norte de mi país. Incluso, lleno de valentía. Muchos mexicanos no piensas en pasear por aquellas regiones. Personalmente, ya sé donde pasar mis siguientes vacaciones.. Saludos, Gabriel Cano
ResponderEliminarGracias por tu comentario y perdona el retraso en contestar, pero no suelo revisar las entradas. Méjico es un país hermoso, lleno de gente sumamente cariñosa, con la que siempre me he sentido bien. Dentro de poco tengo previsto un nuevo viaje.
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