Recientemente estuve en un
Congreso en el que uno de los asistentes decía que la arquitectura era socialmente
irrelevante. Dije que no compartía su opinión, que la arquitectura había sido, ¡había
sido!, recalco, el fundamento de las sociedades prósperas. Que las sociedades y
pueblos que habían realizado mala arquitectura en su pasado profundo, poco
pensada, poco adaptada a su clima, agotando sus recursos, es decir, poco
sostenibles, habían desaparecido. Ahí tenemos el ejemplo reciente de los rapanui
en la Isla de Pascua, ecosistema sensible por excelencia, pero antes que ellos otros
miles de pueblos que no llegaron a dejar huella sobre la Tierra.
Únicamente aquellos pueblos que
han sido capaces de crear una arquitectura con las condiciones adecuadas de
habitabilidad como para permitir su desarrollo y la procreación en condiciones de
salud, con recursos continuados para ello, han evolucionado y prosperado hasta
hoy en día.
He escrito en ocasiones contra la
idea de que la cultura crea a la arquitectura. Mi opinión es que la arquitectura,
la buena arquitectura, ha influido hasta crear la cultura del lugar y de sus
gentes. Que ha dado forma a su sociedad e, incluso, ha creado los ritos y
aspectos externos que indirectamente han influido en las religiones. Y a la arquitectura
la crea el clima y los recursos materiales y energéticos de los que se dispone
para crear espacios habitables. Es decir, que al final todo proviene de una
arquitectura eficiente, adaptada a sus recursos, una arquitectura sostenible y
resiliente. En los países calurosos y con mucha radiación, la arquitectura que
ha persistido es la de estructuras pesadas compactas y cerradas al exterior,
volcadas a los patios interiores, frescos y vivibles. Pero esa sociedad se vuelve
cerrada por su arquitectura, y su modelo familiar también, dando lugar a una religiosidad
que lo asume como lo perfecto para pervivir. Las culturas del trabajo, propias
de climas fríos y con religiones que ponen en valor este hecho por encima de
otros, existen porque la arquitectica crea los recintos adecuados para ellos,
con imaginativas y creativas formas de aislamiento que aseguran el bienestar
con un consumo pequeño de recursos energéticos.
Los pueblos que han creado una arquitectura capaz de guardar saludablemente
los alimentos, los graneros fortificados, los hórreos, las solanas, pueden
sobrevivir en épocas de penuria, y sobreviven.
Es cierto que hoy en día la
arquitectura se ha vuelto socialmente irrelevante, quizá porque ha perdido su
esencia, su espíritu de habitabilidad resiliente, su capacidad de influir en la
sociedad.
La gente no especializada sólo
conoce los nombres de los arquitectos cuyas
obras dan problemas, que son las que están en los medios, no las obras de
calidad medioambiental. Antes se sabía cuándo un edifico era confortable y
saludable, se deseaba vivir o trabajar en él, esto ahora lo hemos perdido. Sin embargo,
hay otro camino que debemos explorar y que permitirá que la arquitectura deje de
nuevo la huella de futuro que moldee a la sociedad, es la arquitectura de la
optimización de recursos, de los espacios saludables, de los acondicionamientos
pasivos, del fomento del transporte sostenible, de la gestión adecuada del agua,
de la producción de parte de sus propios
alimentos, la de la no contaminación, y por tanto esa arquitectura que reduce
las huellas ecológicas y ayuda a que no avance el cambio climático. Ese es
nuestro nuevo camino. Ese comentario que oí en ese Congreso creo que era una clarísima
pista de que vamos por mal camino, hacia la inanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario