RAPA NUI: EL VIAJERO DESUBICADO
Si alguien duda sobre la fragilidad de los ecosistemas isleños, sólo tiene que mirar a la Isla de Pascua. Cuando se enuncia la sostenibilidad como el equilibrio entre una especie, entre las que se encuentra el hombre, y los recursos de su entorno inmediato, al aplicarlo a una isla los recursos se reducen de forma notable y el equilibrio se vuelve más inestable. Si pensamos en Rapa Nui, la considerada como la tierra habitada más alejada de cualquier otra parte (aunque hay una isla de 50 habitantes aún algo más alejada), de tal manera que aún se duda sobre como fue poblada originalmente, la sostenibilidad debería ser el objetivo fundamental. Sin embargo no fue así, y como dicen los arqueólogos, su civilización colapsó de forma rapidísima debido a ello.
El nombre más antiguo de la isla del que se tiene referencia es Te Pito O Te Henua, “El ombligo del mundo”. Después, los holandeses en 1722 la denominaron Isla de Pascua, su nombre oficial, por ser ese el día en el que llegaron a ella, pero es también conocida como Rapa Nui, un nombre derivado de la Polinesia francesa donde ya había una isla llamada Rapa Iti, y al ser ésta muy parecida pero de mayor tamaño, se la denominó Rapa Nui, que quiere decir literalmente Rapa Mayor.
La colonización de la isla es un misterio, aunque hoy en día se supone que fueron polinesios de las actuales islas Marquesas, entre el 600 y el 900 dC. Hay teorías que los mezclan con incas, por algunas referencias constructivas y por la travesía de la Kon Tiki que demostró que podría haber sido posible. Lo cierto es que no hay certeza de ninguna de ellas.
Resulta un contrasentido que una isla que no dispone de puerto donde se pueda atracar, lo que acrecienta su aislamiento, tenga una pista de aterrizaje de más de 3 km, pero lo entenderemos si sabemos que fue pensada como pista de emergencia en medio del océano para los transbordadores espaciales.
La isla, antes de ser poblada, estaba completarte cubierta de palmas y otros árboles que aportaban riqueza en abundancia, como se ha podido comprobar por el análisis de polen. Los primeros moradores, probablemente los polinesios, iniciaron el proceso de deforestación de la isla al talar grandes cantidades de palmeras para poder cultivar sus propios alimentos; la agricultura ha sido en todas las partes del mundo el comienzo del cambio climático. Los propios polinesios, sin ser conscientes de ellos, llevaron a la isla en sus barcas la rata polinesia, un animal sin depredadores en la isla que enseguida se reprodujo y se alimentó de las semillas de las palmas, lo que supuso que se redujera su desarrollo y proliferación. Pero finalmente fue la mano del hombre la que provocó la deforestación total y la casi desaparición de la especie humana sobre Rapa Nui.
La imagen de la isla sigue siendo bastante yerma, aunque hay zonas donde proliferan los eucaliptos y palma utilizados en la reforestación
Los rapanui mantenían un culto a sus ancestros mediante la construcción de grandes figuras de piedra que los representaban y que mediante la mirada llenaban de energía a su pueblo; eran los moáis, que colocaban sobre unas plataformas erigidas sobre el ahu, zona de enterramiento que aún hoy en día respetan de una forma escrupulosa, por lo que los turistas no pueden acercarse demasiado a ellas. Estas figuras eran la cara viva de un muerto que comunicaba el maná, o energía, hacia su pueblo. Por ello las figuras, aún estando en la costa, dan la espada al mar y miran hacia el interior, hacia su poblado. La plataforma está orientada norte-sur, de tal modo de que una perpendicular por su punto medio señala en el mar el amanecer en los equinoccios.
Moáis del ahu de Akivi
Moáis del ahu de Tongariki
Los moáis se extraían de una cantera a kilómetros del punto final donde se iban a instalar. Hasta que no se hacían las cuencas de los ojos se consideraba que no tenían energía, y esto no se realizaba en las canteras sino una vez instalados sobre las plataformas de los ahus.
En la cantera de Rano Raraku hay 300 moáis inacabados. Aunque pueda parecer que sólo está la cabeza, la verdad es que el resto está hundido. Los deslizaban por la colina y dejaban que se encajaran en un hueco del terreno para poder trabajarlos mejor
Las familias que querían honrar a un ancestro los encargaban y pagaban a los talladores, para posteriormente encargarse del traslado. Las figuras, de varias toneladas de peso, hasta 80 toneladas, se deslizaban sobre los troncos de las palmeras. El tronco de la palma, que es una monocotiledónea, es blando y no soportaba mucho recorrido sin reventar y por ello era necesario talar decenas de palmas para un solo traslado. En la isla hay centenares de moáis, lo que nos hace entender la cantidad de palmas de hubo que talar, hasta el punto de deforestar completamente la isla. Esta deforestación trajo la ruina y la hambruna más absoluta para las familias rapanui, lo que llevó a la guerra entre ellas. En esas guerras no solamente se mataban entre ellos, sino que destruían los moáis de los enemigos para robarles su maná. Lo hacían tirando las figuras hacia el interior de tal forma que la cara cayera hacia el suelo y no pudiera aportar energía a sus enemigos. Llegaron a derribarse la totalidad de los moáis que habían sido la causa de las penurias y desgracias al obligarles a destruir su ecosistema, que en otro momento fue rico y abundante. Los 50 que hoy se ven en pie fueron levantados tras trabajos arqueológicos empezados en 1955
Moái derribado del ahu de Akahanga
Moái derribado del ahu de Te Pito Kura junto a su tocado o pukao
La falta de bosques por la deforestación dio lugar a la erosión del suelo de la isla, lo que provocó que el terreno cultivable fuera cada vez menor, y la falta de alimentos cada vez mayor. La pobreza de especies marinas en las costas de la isla, debido a que las corrientes marítimas no lo favorecen, y a la falta de madera para construir barcos de pesca para altamar, hizo que tampoco se pudiera contar con el mar como fuete de alimentos. Todo ello llegó a provocar incluso el canibalismo entre ellos con las familias enemigas.
Inicialmente se supone que hubo siete familias que no se mezclaban entre sí, sobre todo en el caso de la familia real, provocando una endogamia altamente peligrosa. En la actualidad se puede hablar de 36 apellidos y 36 familias.
Los rapanui fueron casi 20 000 en el momento de esplendor de la isla, pero en 1877, tras los efectos de las enfermedades, el esclavismo encubierto por tráfico de jornaleros llevados a Perú en 1860, y las penurias, había censados poco más de un centenar; por ello no se puede considerar que haya habido continuidad entre la actual población y aquellos primitivos moradores y constructores de moáis. La pérdida de identidad de los habitantes fue tan grande que lamentablemente también se perdió la capacidad de entender la escritura, que aparecía reflejada años atrás en tablillas, rongorongo, reduciéndose el rapanui a lenguaje oral. En la actualidad son unos 5 000 habitantes, entre los que ya abundan muchos continentales y sus descendientes no autóctonos, que han ido recuperando, de una forma un tanto artificial, lo que pudieron ser sus costumbres ancestrales.
Las construcciones vernáculas se denominan hare paengas, o casa bote, debido a su forma de un bote polinésico colocado boca abajo. Es una construcción muy larga, de unos 10 m, y una anchura en su parte central en torno a 2 metros; la más grande descubierta tenía casi 40 m de largo. Es probable que la forma realmente responda a la de un bote, si bajo ellos se protegían en los primeros tiempos, o simplemente tiene el carácter simbólico de la embarcación. También podría tratarse de una construcción estrecha para colocar hamacas colgadas de pared a pared, como en ciertas zonas del norte de Méjico; no obstante, la tradición oral habla de que dormían a lo largo y directamente en el suelo.
Imagen de una cocina o Hare Umu Pae
Dado que sólo se empleaban como dormitorio, la cocina estaba fuera, en un hoyo de piedras donde se enterraba la comida para que se cocinara lentamente; se denominan Hare Umu Pae
Fotos de las bases de piedra de diversas casas bote repartidas por la isla en las que se puede apreciar el tamaño y la forma.
En estas piedras de las casas bote se pueden apreciar los huecos donde se encaja la estructura.
En estas otras fotos se ve la estructura de la puerta y la entrada.
Las casas botes se levantan sobre una fundación de piedra volcánica clavada en el terreno, que sobresalía entre 20 y 30 cm. En su parte superior hay unos agujeros hechos con obsidiana, su herramienta de mayor dureza, con la que tallaban los moáis, dado que no hay metales en la isla. En estos orificios se apoyaban unas ramas gruesas, que luego curvaban transversalmente sobre la casa hasta el punto central donde se ataban a otra rama más gruesa y larga que atravesaba la vivienda longitudinalmente; ésta sería finalmente la quilla del bote invertido. Esa estructura se cubría con hoja de palma y totora que se cultiva en los lagos de agua dulce que se forman en los cráteres de los volcanes; la cumbrera se sellaba con pasto. La totora es impermeable y ayuda a que no entre agua en la vivienda. La puerta estaba en el centro de uno de los laterales largos y era tan baja que había que entrar agachados, lo que suponía un gesto de sumisión para el que entraba o una forma de protección si era una intrusión agresiva. Interiormente habría entre 1,60 y 1,80 de altura nada más.
Casa bote con la estructura de ramas encajada en los agujeros de la piedra de la base recreada
En las casa bote no hay más invariante bioclimático apreciable que los materiales autóctonos, como no podía ser de otro modo: piedra volcánica y palma, fundamentalmente. En las casas bote vivían los nobles del poblado, el resto se refugiaban en quinchos, más elementales, o en cuevas.
Cueva refugio para la población que no vivía en casa bote.
Las casas bote se colocaban en semicírculo en torno a la plaza del poblado, mirando hacia la plataforma de los moáis y recibiendo directamente la mirada cargada de maná de las figuras.
Esquema de la ubicación de las casas bote en torno a la explanada del poblado, mirando hacia el ahu.
En los momentos más críticos de penuria los recursos se protegían más que a las personas. Las gallinas eran uno de esos recursos y para ellas se construían gallineros paralepipédicos de piedra en todas sus caras, hare moa en rapanui, con una pequeñísima abertura para que entraran y salieran las gallinas, y que se cerraba con una piedra por las noches.
Foto de un gallinero para proteger a las gallinas de los robos de otras familias. En el centro se ve la pequeña abertura para la salida y entrada de los animales, ahora parcialmente tapada.
En esos momentos no podían usar la madera como combustible para el cocinado y empleaban los excrementos de animales previamente secados.
En la actualidad sólo Hanga Roa, la población donde viven sus 5 000 habitantes, tiene agua potable y electricidad; al resto de la isla no llegan estos servicios. El agua se toma de unos acuíferos donde se almacena el agua de lluvia. La pluviometría actual es suficiente como para compensar el consumo y mantener su nivel, pero en el futuro esto podría cambiar, ya sea por el cambio climático o por una sobreexplotación de los acuíferos debido al turismo o a otros nuevos usos. El hecho de que los continentales no puedan comprar tierras, y éstas queden reservados para los nacidos en la isla, es una forma de protección, pero siempre es fácil saltarse esas reglas cuando hay dinero de por medio, mediante las propiedades compartidas o los arrendamientos.
La electricidad se produce con contaminantes generadores de gasóleo. En la isla hay un viento permanente y muy fuerte que podría ser utilizado para producir energía y evitar la dependencia exterior y la contaminación.
Ésta fue la única producción de energía con fuentes renovables que vi en la isla. Las condiciones, tanto de radiación como de viento, podrían hacer que fuera una instalación de uso generalizado.
Las basuras se queman, aumentando también la contaminación, y sólo algunos plásticos y envases de aluminio se compactan y se llevan al continente para su reciclado. Podrían ser mucho más estrictos con el reciclado, y pensar en un tratamiento de esas basuras orgánicas para su transformación en gases combustibles, el biogás, ayudando a su independencia energética. Las islas, sobre todo cuando están tan alejadas y aisladas como Rapa Nui, deben evitar los residuos que haya que eliminar fuera y buscar la suficiencia en todos los aspectos.
Los caballos, que fueron introducidos a finales del siglo XIX, son ahora una especie endémica con más individuos que rapanuis. Se mueven con total libertad por la isla y son un peligro para el tráfico, los sitios arqueológicos, por las que se suben y, quien sabe, si también para el equilibrio ecológico de la isla en un futuro. También son muy abundantes los perros abandonados.
Los caballos, que aunque estén marcados se mueven con total libertad por la isla, pueden convertirse en una epidemia.
Las construcciones actuales son el resultado de un extraño eclecticismo entre edificios con materiales autóctonos, como la piedra volcánica usada en las plataformas de los moáis, edificios de leve espíritu polinésico y burdas decoraciones, y simples cabañas con cubierta a dos aguas de chapa o fibrocemento. A pesar del resultado poco atractivo, hay un extraño maridaje con el entorno que hace que esos edificios no desentonen y molesten excesivamente. Evidentemente no tienen nada que ver con las construcciones tradicionales de los primitivos rapanuis, las casas bote, ya que no hubo continuidad suficiente entre los primitivos moradores y los actuales. Dado que no hay normativas reguladoras, o al menos no se cumplen, deberán tener cuidado de no destruir de nuevo su isla por ese motivo.
Imágenes de las actuales construcciones en Hanga Roa, donde se puede apreciar una falta total de criterio y de armonía.
Tampoco ninguna de las plantas o árboles que crecen en la actualidad en la isla son autóctonos, todos fueros plantados con la intención de repoblar una isla completamente deforestada. Los árboles más habituales en la actualidad son el australiano eucalipto y una variedad de palmera. Es evidente que se debieron de perder especies endémicas de la isla de un enorme valor.
En un punto de la isla se encuentra el “Ombligo del mundo”. Cerca de la costa, en Te Pito Kura, hay una piedra redonda pulida por el mar y tal vez por el hombre. Es una piedra o un lugar magnético que cuando acercas la brújula, gira alocadamente, desubicándote y haciéndote creer por un momento que en verdad estás en el ombligo del mundo.
“Ombligo del mundo”, con cuatro piedras señalando los cuatro puntos cardinales.
Como conclusión, creo que la lección que debemos aprender es que la falta de sostenibilidad en el pasado de esta isla casi les costó la extinción, y que únicamente la singularidad de la construcción de sus moáis y de su historia les ha vuelto a colocar en el “ombligo del mundo”. Deberían por tanto ser más cuidadosos con sus construcciones actuales, con la energía que consumen y con la gestión de sus residuos, tanto como lo son con sus ahu y sus moáis. Si no lo son, pueden están condenados a repetir la historia en el futuro y provocar daños en la isla que tal vez sean irreparables.