Hace unas semanas estuve dando la
conferencia inaugural en un simposio en Galicia. Me pidieron que versara sobre
eficiencia energética, ¡que novedad! Solo de pensarlo ya me aburría, pero lo
que es peor, pensaba que los asistentes también se aburrirían escuchando otra
vez una disertación sobre ese tema. Me pareció más sano pensar en un nuevo
enfoque que me ilusionara, pero también que mantuviera la atención de los
asistentes, e incluso que creara cierta polémica.
En eso estaba, pensando, cuando
recordé una conversación que había mantenido con un compañero arquitecto, un
par de meses antes en Cádiz. No era sobre arquitectura, ni sobre energía, sino
sobre literatura. Estábamos intercambiando nuestros gustos literarios cuando me
señaló que estaba releyendo a Proust. Me sorprendió y le dije, “vaya otra
persona que lo lee”. Ahí quedó la conversación pero pensando en ella recordé la
magna obra de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, y eso me dio la
idea sobre la que podía girar mi charla. No sobre el tiempo perdido, pero sí
sobre la energía perdida.
¿Por qué la energía perdida? Pues
porque si hiciéramos cálculos sobre la energía vinculada a la edificación no
nos saldrían las cuentas. Faltaría una gran cantidad.
Como tenía tiempo para prepararlo
me dediqué a buscar esa energía perdida y a mostrarla tan importante como
otras. Lógicamente me tenía que hacer varias preguntas: ¿cuánta energía se
vincula al edificio?, ¿en qué conceptos?, ¿se puede medir con facilidad? y, por
supuesto, ¿se puede reducir?
Lo primero que hice fue organizar
los tipos de energía que consideraba que están vinculados al edificio. Los
organicé en tres categorías: energía fácil de encontrar, energía
sin aparente responsabilidad y la famosa energía perdida.
La energía fácil de encontrar es aquella que se ve, porque se mide
sistemáticamente y es la que las compañías energéticas nos cobran con sus
recibos. Es la energía para el acondicionamiento, calor, frío y ventilación, la
energía para el agua caliente sanitaria y la energía para los servicios
eléctricos, electrodomésticos y equipos de trabajo y ocio. Sabemos lo que
gastamos porque pagamos a la compañía eléctrica o a la de gas las
correspondientes facturas.
La segunda categoría es la de la energía sin aparente responsabilidad,
es decir aquella que consideramos que no tiene nada que ver el edificio y que
no es responsabilidad de los diseñadores de edificios y ciudades, ni de los
ediles y alcaldes que aprueban ordenanzas. Es la energía del transporte. No es
lo mismo vivir cerca de una boca de metro, de modo que se pueda utilizar el transporte
público para los desplazamientos, que vivir en una urbanización a varios
kilómetros del trabajo, del entretenimiento, de los colegios o de las compras
diarias básicas. Esa vivienda está penalizada por el consumo de combustible y
cada día que usamos el coche vamos echando una monedita de energía consumida a
un gran pozo. ¿De quién es la culpa? De mucha gente, incluido el ingenuo comprador
que creía comprar una vivienda con una calificación energética A, y que por eso
era un ciudadano responsable. Pero también del promotor y, sobre todo, de los
políticos que no organizan una estructura urbana y de transportes racional. Independientemente
de quién es el culpable, ahora no se trata de hablar de ello, lo que quiero mostrar
es que el consumo de combustibles en el transporte desde o hacia nuestra casa
es tan importante como el gesto de encender la luz.
Y por último las energías perdidas, aquellas que aparentan
otra cosa, que tienen un aspecto no energético, pero que son también energías
del edificio. Son la energía del agua potable que consumimos a diario, la energía
de los materiales de construcción que configuran nuestro edificio, llamada
energía gris, la energía del tratamiento de los residuos diarios e, incluso, la
energía de los alimentos consumidos en el edificio.
Aprovechando que a la energía
embebida en los materiales de construcción se la llama energía gris, decidí dar
color a todas las energías. A la del acondicionamiento la llamé energía
púrpura, por unir el rojo del calor y el azul del frío. A la del agua caliente
sanitaria la llamé energía roja por el calor. A la electricidad necesaria,
energía blanca, porque no se ve. A la energía del transporte negra, por los
combustibles fósiles. Y a las perdidas, a la del agua lógicamente energía azul,
a la de los residuos energía marrón por su color evidente y a la de los
alimentos verde por las hortalizas y verduras. Todas estaban coloreadas.
¿De qué se trataba hora? Se
trataba de comprobar cuál era su importancia relativa y global, porque tal vez
fuera poca, y analizar nuestra capacidad para reducirlas, para hacer realmente
eficiente al edificio. El auténtico edificio de energía cero.
Decidí partir de la energía del
acondicionamiento, la que yo llamo energía
púrpura, porque es de la que se preocupan las normativas y la que, si
resolvemos razonablemente, creemos que hemos alcanzado la excelencia energética.
Y la verdad es que somos capaces de resolverla bastante bien. Pensando sólo en
ella hablamos del edificio de energía cero o de energía casi cero.
Tenemos conocimientos suficientes
y hay sistemas, técnicas y materiales adecuados como para alcanzar un resultado
óptimo, casi de cero-energía púrpura. Hay que trabajar bien la envolvente aportando
suficiente aislamiento térmico y eliminando los puentes térmicos. Otros sistemas
protectores que podremos añadir a las envolventes serán los que las convierten
en fachadas y cubiertas correctamente ventiladas o con elementos vegetales para
eliminar la carga de radiación solar.
Como la ventilación supone la pérdida de una gran cantidad de energía,
deberemos usar recuperadores de calor. También podremos incluir la infinidad de
sistemas pasivos que nos aporta la arquitectura bioclimática para complementar
las necesidades energéticas. Finalmente podremos modificar el microclima con
estrategias de diseño urbano que lo haga más amigable, como si hubiéramos
trasladado el edificio a un clima paradisíaco. Es decir, podemos suponer que la
energía púrpura está controlada.
Para tomar datos de energía
púrpura y compararlos con las otras energías, partí de las exigencias mínimas
del estándar alemán Passivhause, que exige un máximo de 15 kWh/m2·año
(calefacción) +15 kWh/m2·año (refrigeración) = 30 kWh/m2·año.
Una vivienda de 200 m2 demandaría al año como máximo 6 000 kWh (21
600 MJ). Se trataría de un edificio muy eficiente en este tipo de energía. En algunos
climas, como los mediterráneos, podríamos reducir esa cifra notablemente
llevándola casi al cero. Pero voy a mantener esa cifra máxima como la
referencia que usaré para compararla con las otras energías.
La primera comparación la haré
con otra medible, la energía roja del
agua caliente sanitaria.
La energía necesaria por persona
y año para calentar a una temperatura de unos 40 ºC los 60 litros diarios que
gastamos habitualmente, es de aproximadamente de 648 MJ/año. En la vivienda de
200 m2 ocupada por 4 personas representa 2 592 MJ/año. Esa cantidad
es sólo el 12% de la energía púrpura de un acondicionamiento eficiente, no
mucho por tanto. Un sencillo sistema de colectores solares puede cubrir entre
el 40 y el 70%. Es decir, restarían aún por suministrar entre 777 y 1 555
MJ/año (216…432 kWh/año). Eso sólo equivaldría a un 3…7% del acondicionamiento. Está energía está controlada.
La energía blanca para los servicios eléctricos es otro cantar. Una
vivienda española consume en electricidad lo siguiente:
·
Electrodomésticos: 26…30 kWh/m2·año
·
Cocina: 9…16 kWh/m2·año
·
Alumbrado: 5…6 kWh/m2·año
·
Total: 40…52 kWh/m2·año
Los rangos corresponden a las distintas
regiones españolas o a que sean viviendas colectivas o unifamiliares. Nuestra
vivienda de 200 m2 consume al año entre 8 000 y 10 400 kWh. ¡Un 50%
más que lo necesario para el acondicionamiento! ¿Cómo vamos a ser energéticamente
eficientes si no la tenemos en cuenta?
¿Qué alternativas tenemos para
controlarla? Los consumos de electricidad para el alumbrado son pequeños en comparación
con el resto, pero se pueden reducir con un diseño del edificio que fomente el
aprovechamiento de la luz natural; con un Factor de Iluminación Natural (FIN)
entre el 2 y el 10% se puede reducir este consumo a la mitad. Los demás
consumos se pueden reducir algo empleando equipos eficientes, pero al final
siempre quedará un gran resto. No hay más remedio que producir energía eléctrica
en el edificio para cubrir esa demanda, lo que en sí mismo no es un problema.
Podemos incluir sistemas fotovoltaicos como la opción más sencilla, pero
también micro eólicos o cogeneración; es sólo una cuestión de presupuesto, pero
podría estar controlada con recursos totalmente renovables.
Veamos ahora qué pasa con la energía negra del transporte. Una
vivienda donde haya 2 coches que hagan cada día 20 km cada uno consume al año
45 300 MJ en gasolina. Esas distancias no son tan disparatadas. Cualquier persona
que viva en una gran ciudad o en las afueras de cualquier urbe puede hacer tranquilamente
esos recorridos en un día. Esa cantidad de energía es ¡más del doble! de la
necesaria para el acondicionamiento del edificio. Es decir, hacemos grandes
esfuerzos para gastar poco en el acondicionamiento pero luego gastamos el doble
en el transporte; algo está fallando.
¿Cuáles son las alternativas? Un coche
eléctrico que se puede cargar con la propia energía eléctrica blanca producida
en el edificio es una solución. O el uso de la bicicleta, siempre que sea posible.
A esto lo llamamos desplazamiento activo, que no sólo ahorrará energía al
edificio sino que reducirá en un 52% el riesgo de morir de enfermedades
cardiacas y en un 40% el riesgo de morir de cáncer. Para poder usar la
bicicleta se precisa de una ciudad segura para circular y de espacios adecuados
en el edificio para aparcarla, como si de un coche se tratara. Pero también se
necesita un uso responsable de la bicicleta, porque hoy en día te encuentras
circulando por la ciudad ciclistas sin ningún respecto para los peatones, para
los otros vehículos o para ellos mismos.
La reducción de la energía negra,
por supuesto, también dependerá de una buena red de transporte público de corta
distancia, metro, autobús o tranvía, o de media distancia, trenes de cercanías.
Eso forma parte de la infraestructura de que disponga la ciudad, pero también
de la habilidad del promotor para elegir la ubicación de su promoción cerca de
estos transportes, porque le dé importancia y piense que los compradores
también se la darán. ¿Una entelequia?, tal vez, pero tal vez no.
Veamos ahora las energías
perdidas empezando por la energía gris
embebida en los materiales. Este es un concepto que ya se tiene en cuenta hace
tiempo, pero que aún no se valora ni se pone en contexto adecuadamente. La
extracción, manufacturación, transporte y eliminación de los materiales de
construcción representa un impacto ambiental elevado, no sólo por el consumo
energético. Para tener una idea, la energía embebida en la fabricación, sólo
fabricación, de algunos materiales sería la siguiente:
·
Hormigón: 0,5 MJ/kg (1 200 MJ/m3)
·
Aluminio: 5 416 MJ/kg (14 623 200 MJ/m3)
·
Ladrillo macizo: 2,3 MJ/kg (4 922 MJ/m3)
·
EPS: 117
MJ/kg (2 691 MJ/m3)
·
Acero: 35 MJ/kg (273 000 MJ/m3)
Es evidente que no todos los
materiales incorporan la misma energía gris embebida. Como se ve el aluminio
virgen sobresale por encima de todos. Tampoco hay que engañarse en el sentido
contrario, viendo el dato del hormigón, porque la elaboración del cemento
necesario para el hormigón provoca nada menos que el 5% de toda la producción
de CO2 mundial, el causante del cambio climático. Evidentemente ése
es otro discurso, éste es sólo el de la energía.
Un metro cuadrado de fachada
convencional puede llevar embebida la siguiente cantidad de energía:
·
12 cm de un ladrillo perforado: 590 MJ/m2
·
10 cm
de poliestireno expandido: 311 MJ/m2
·
9 cm de un ladrillo hueco: 192 MJ/m2
·
2 cm de yeso: 41 MJ/m2
·
Total: 1,13 GJ/m2 de pared
¿y una ventana de aluminio?:
·
Carpintería
de aluminio: 135,40 GJ cada ventana de
1,2x1,2 m
·
Vidrios
dobles: 10,50 GJ para cada ventana de 1,2x1,2 m
·
Total: 145,90 GJ
Añadiendo el resto de elementos
constructivos necesarios en una vivienda y haciendo unos números gordos, la
vivienda de 200 m2 que estoy valorando supondría:
·
Ventanas (10 unidades): 1 459 GJ
·
Muros exteriores: 173 GJ
·
Forjados: 431 GJ
·
Resto 200 GJ
·
Total: 2 263 GJ (11 315 MJ/m2)
Esa cantidad es 104 veces el consumo
de energía para acondicionamiento que estoy utilizando como referencia. Es
decir, antes de empezar a gastar calefacción o refrigeración, ya tenemos llena
una hucha del consumo equivalente a lo que consumiremos durante los 104 años
siguientes. Dos veces la vida útil de edificio, una auténtica barbaridad.
Hay un estudio más preciso realizado
sobre un edificio de Hernani, Guipúzcoa, el Orona Zero, que tiene una
calificación energética A obtenida con el CALENER GT, la máxima. A pesar de
ello su consuno energético para el acondicionamiento es de 4 336 GJ. La energía
gris embebida en sus materiales, esta vez calculada con gran precisión, es de
494 990 GJ; es decir, hacen falta 114 años de uso para alcanzar la energía de
los materiales. Un nuevo ejemplo de la importancia de esta energía con la que
se empieza gastar antes de empezar ahorrar.
¿Cuáles son las alternativas para
reducir la energía gris? Utilizar los materiales que tengan la menor energía
embebida posible, utilizar materiales que cuando finalice la vida del edificio
se puedan reciclar y, por tanto reducir la energía del tratamiento primario,
que siempre es mucha, o reutilizar componentes enteros, lo que llevaría a partir
de ahora a diseñar con elementos desmontables. Todo ello, como se ve, muy a
largo plazo. Por eso la considero una energía claramente no controlada.
La energía azul, la del agua potable que consumimos, a priori, no
parece que vaya a ser muy determinante. Hagamos números.
El consumo medio doméstico de agua en
España es de 144 l/persona·día. La familia de 4 miembros en 1 año consume 210 m3.
El gasto energético de la
potabilización y distribución del agua es muy variable y puede oscilar entre
0,61 y 9,90 kWh/m3. La familia de 4 miembros necesita que se gaste
en el tratamiento de su agua potable entre 128 y 2 079 kWh/año (460…7 484
MJ/año). Comparado con el consumo de acondicionamiento de referencia del
Passivhaus, que recuerdo que es de 6 000 kWh (21 600 MJ), puede llegar a
suponer una tercera parte. Pues no es tan poco como parecía.
Para intentar reducirlo aún más se
deben emplear electrodomésticos eficientes, de los que ya se encargan los
fabricantes, son los A++…+. Pero también como responsabilidad del edificio hay
que saber diseñarlo para que recoja el agua de lluvia en aljibes y depósitos en
la cubierta, en patios o jardines, y luego diseñar las instalaciones para que ese
agua puede utilizarse, con un tratamiento muy básico, para el riego, el llenado
de la cisterna del inodoro, para la lavadora y para el lavavajillas. Esto
ayudará mucho porque se reducirá el consumo de un agua potable que no precisa
de ese grado de tratamiento.
Pero también se pueden reutilizar las
aguas grises producidas, que son todas menos las del inodoro. Estas aguas
también se tratan con equipos sencillos o con fitodepuración utilizando
plantas. Es una energía, que con la reducción del consumo, la captación de la
lluvia y el tratamiento de aguas grises en el mismo edificio, puede reducir la
energía azul notablemente.
La energía marrón es la vinculada a los Residuos Sólidos Urbanos, RSU.
No es sólo la empleada en la recogida y tratamiento de las basuras, ya sea en
el vertedero o en el reciclado, sino también la usada para la fabricación,
elaboración o cultivos de los productos finalmente convertidos en residuos. No
es una información fácil de conocer, dada la heterogeneidad de los productos
previos y de la complejidad del cóctel de basuras y de sus posibles
tratamientos para reciclado o reutilización. Lo que sí sabemos es que una
familia de 4 miembros produce al mes unos 180 kg de basura, al año más de 2 190
kg, que también han necesitado de una gran cantidad de energía para su
producción y elaboración, y que al menos se debería intentar recuperar. Si se
reciclara o convirtiera energía combustionándola se podría recuperar parte de
esa energía.
Hay otra formas de reducir ese impacto
energético, el reciclado. Por ejemplo, los metales representan el 4% de las
basuras domésticas y se reciclan con enorme facilidad; el papel y cartón son el
21% y también se reciclan perfectamente; los plásticos son el 11% y se reciclan
mal por la dificultad de determinar de qué tipo de plástico se trata. Los
restos en forma de material orgánica son los más abundantes, el 44%, y se puede
compostar o transformar en biocombustibles, como el biogás, incluso dentro del
mismo edificio con una instalación muy sencilla y segura. El vidrio es el 7%, y
se recupera reciclándolo. La madera sólo es el 1%, y se puede quemar con
limpieza; y aún queda un 12% de restos incontrolados. Cuanto mejor estén
separados los RSU más fácilmente se podrán reciclar o convertir en energía
limpia.
Si fuera posible, por tener los
residuos perfectamente organizados, la simple incineración de los RSU
proporcionaría 1,74…2,55 kWh/kg, que en la familia de 4 miembros supondría 3
810…5 588 kWh/año, casi la misma que era necesaria para el acondicionamiento.
De un modo u otro los RSU tienen un potencial energético grande que hay que
explotar o controlar.
Y por último, la energía más olvidada,
la energía verde que entra en el edificio
en forma de alimentos. Si para fabricar un ladrillo, que se coloca una sola vez
en el edificio, hace falta energía, para cultivar y transportar alimentos
también hace falta energía. Si un ladrillo nos protege y reduce la energía que
necesitaremos para acondicionar el edificio, la energía de los alimentos hace
funcionar las máquinas que hay dentro, los seres humanos. Es, por tanto, una
entrada energética clara. Con los alimentos hay que plantearse un balance básico,
la energía que aportan para que funcionemos frente a la energía necesaria para
cultivarlos y transportarlos. Si está segunda es mayor que la primera, nunca
será rentable, si aportan algo más de lo que necesitaron, el balance positivo
permitirá una transformación eficiente en creatividad y actividad.
Hagamos algunos números. Las
necesidades alimenticias de un adulto medio son de 8 360…12 540 kJ/diarios. Al
año una familia de 4 miembros debe consumir 12 205…18 308 MJ/año para poder realizar todas sus
actividades laborales o familiares. La energía que necesita una vivienda para
que funcionen sus ocupantes es el equivalente al 70% de lo que necesita esa
misma vivienda para acondicionarse. Luego no estamos hablando de una tontería.
Y aquí entran los alimentos. ¿Cuánta
energía aporta una pera?, ¿y cuánta se ha gastado en su cultivo: manual,
mecánico, agua, abono, etc.?, ¿y en su transporte? ¿Ha merecido la pena?
Una pera de tamaño normal aporta 728
kJ, un melocotón 690 kJ, una manzana 828 kJ, un pimiento verde 163 kJ y una lechuga sólo 100 kJ.
El gasto del cultivo es tremendamente
variable. Depende del tamaño y tipo de la explotación, de la necesidad o no de
fertilizantes u otros tratamientos, y de la energía del agua. Me voy a quedar
sólo con el transporte desde el huerto al edificio.
Para transportar naranjas en furgoneta
se necesitan 5,4 MJ/tonelada·km. Si la energía aportada por las naranjas es de
908 MJ/tonelada, más allá de 169 km no resultará rentable. Hay que buscar un
medio de transporte más eficiente, un gran camión o el tren, o cultivarlas a
poca distancia del punto de consumo.
Para transportar peras en furgoneta se
necesitan igualmente 5,4 MJ/tonelada·km. Si la energía aportada por las
naranjas es de 1 759 MJ/tonelada, en este caso podríamos traerlas desde 325 km.
Pero si decidiéramos consumir peras chilenas, más baratas y, tal vez, más
sabrosas, y el transporte es camión+barco+camión, se gastarán 3 804
MJ/tonelada. Más del doble de lo que aportan esas sabrosas peras.
Hago un nuevo cálculo para transportar
judías verdes en furgoneta. Se necesitan igualmente 5,4 MJ/tonelada·km. Si la
energía aportada por las judías verdes es de 1 280 MJ/tonelada, en este caso
podríamos traerlas desde 230 km. Pero si decidiéramos consumir judías verdes
marroquíes, y el transporte es camión+barco+camión, se gastarán 2 177
MJ/tonelada. Un 70% más de la energía que aportan esas judías verdes.
El último ejemplo con las lechugas,
que aportan muy poca energía pero que son enormemente saludables. La energía
aportada por una lechuga es de 100 kJ, aproximadamente una tonelada serían 333
MJ. Una quinta parte de la aportación calórica de una tonelada de peras. ¿Desde
qué distancia es rentable traerla? ¿60 km máximo? Posiblemente es necesario
cultivarlas a pie de edificio si queremos tener un balance de energía
favorable. Hay que empezar a recuperar el cultivo periurbano, urbano, o incluso
en el propio edificio de algunos alimentos. Hay que legislarlo bien, por supuesto,
pero si nos preocupa la energía que se consume en el edificio no podemos dejar
de lado a la energía verde de los alimentos.
Dejando de lado la energía marrón de
los residuos, que no he podido calcular, si relaciono los consumos del resto de
las energías en el plazo de vida útil de un edificio, 50 años, se ve que hay
enormes diferencias. La energía negra del transporte y la gris de los
materiales se elevan como las más poderosas. A continuación sobresale la
energía blanca, la electricidad para los equipos y, ya lejos la verde, la azul
y la roja. Es decir, la energía púrpura del acondicionamiento no es la más
importante.
Pero lo más importante no es eso sino
cómo se pueden reducir. Algunas se pueden reducir mucho y otras prácticamente
nada.
Las energías rojas y púrpuras se
pueden llevar prácticamente, mejor dicho, sin prácticamente, a cero.
Con buenos hábitos de transporte, la
negra también se puede reducir. Hay alternativas.
La blanca también, si introducimos
sistemas de producción de electricidad en el edificio. Incluso se puede decir
que hasta donde queramos, es sólo una cuestión de inversión.
La azul puede también reducirse
tratando y recuperando aguas, pero siempre nos hará falta agua potable. Ahí hay
un límite.
La verde, a día de hoy, muy poco.
Y la gris a medio y largo plazo algo,
pero poco en relación a lo que representan. Ahí es donde está la clave del
auténtico edificio de energía cero, reducir la energía gris.
Cuando he dicho que la energía roja
puede llegar a ser cero es porque pienso que pueden aprovecharse otros recursos
energéticos generados en el propio edificio. Esto nos lleva al último punto de
vista del planteamiento: los ciclos de material y energía.
Cuando hay tantas y diversas formas de
energía que entran y salen del edificio, es fácil imaginar que haya relación
entre ellas, y que algunas de esas relaciones sean sinérgicas, y que se pueda
aprovechar esa relación para reducir el consumo y las pérdidas de energía y la
eliminación de residuos y aguas sucias.
Las entradas de energía son
convencionales (las señaladas en rojo) o renovables (las señaladas en
amarillo). Son calor aportado por el sol para los colectores de ACS o para el
acondicionamiento pasivo. Es la luz solar que los paneles fotovoltaicos
convertirán en electricidad. Es energía convencional para el calor, el frío o
la electricidad.
Las entradas de materia corresponden
al agua potable, alimentos y materiales de construcción.
Las salidas son la energía que se
pierden por la falta de aislamiento de los edificios y la ventilación, las
aguas usadas o servidas y los residuos sólidos urbanos. Se trata de reducirlas
haciendo casi adiabático el edificio, reduciendo las aguas como mucho a las
negras y los residuos a los realmente no aprovechables.
Para ello hay que crear relaciones circulares
entre todas esas entradas de materia y energía.
La energía roja solar del agua caliente
sanitaria se relaciona con la entrada de agua potable. El agua, la que entra y
la que se recicla se debe utilizar para el riego de los cultivos alimenticios y
las superficies verdes de la envolvente y del entorno, que reducen las
necesidades de la energía púrpura del acondicionamiento.
Los residuos de la energía verde, la
del alimento, se convierten en la energía marrón de los residuos, que pueden
convertirse en biomasa o biogás y, por tanto, en energía para complementar el acondicionamiento.
Los alimentos nos dan la energía
suficiente como para poder montarnos en una bicicleta y reducir la energía
negra del transporte, que a su vez también se reduce gracias a la energía
blanca, electricidad solar, que aportan los paneles fotovoltaicos, que cargarían
las baterías de los coches eléctricos.
Esa misma energía blanca también
servirá para mover ventiladores, bombas y dispositivos domóticos que mejorarán
los sistemas pasivos de acondicionamiento, la energía púrpura.
Finalmente, nuestro gran problema, la
energía gris de los materiales, aquella que difícilmente se puede reducir, bien
empleada, en forma de aislamientos y masa térmica, puede ayudar a llevar a cero
la energía púrpura.
Es decir, el tema no es simple ni
sencillo. Es de gran complejidad, pero si entendemos lo que entra y sale, y lo
relacionamos adecuadamente, en algún momento, no sé cuándo, podremos llegar a
hablar realmente de edificios de energía cero.
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