Cuando se habla de sostenibilidad
mucha gente pierde la noción del problema y tiende a rechazar el concepto debido
a una inadecuada, y tal vez intencionada, confusión. No se puede frivolizar con
la idea de la sostenibilidad, ni porque su atractivo haya hecho que se use
hasta convertirla en una fútil palabra, simplemente de moda, que llena las
bocas y oídos de muchos políticos, ni porque consideremos equivocadamente que realmente
está vacía de contenido.
La sostenibilidad, en todas las
escalas y con todos sus matices, debe ser nuestro objetivo de futuro. Algo así
como un horizonte, que no se debe perder de vista pero que se aleja
permanentemente sin que nunca podamos alcanzarlo. Debemos caminar hacia este
horizonte solventando problemas, solucionado errores, resolviendo entuertos, como
unos nuevos quijotes, pero con la infinita decepción de no poder alcanzarlo
nunca. Pero de no actuar así, la situación se volverá irreversible y ese
horizonte se parecerá al horizonte de sucesos de un agujero negro, sobre el que
ya no se tiene control, y los eventos y hechos que se produzcan quedarán fuera
de nuestra capacidad de control.
Ese camino hacia el horizonte de la
sostenibilidad se debe recorrer sabiendo que lo que buscamos es mantener el
equilibrio entre las especies y los recursos con los que cuentan para
sobrevivir, desarrollarse, progresar y evolucionar.
Si el equilibrio se pierde, la
especie implicada desaparecerá. Podría ser porque el recurso desaparece o se
reduce drásticamente, agua, alimento, espacio, aire limpio, o porque la especie
crece desaforadamente, haciendo insuficientes los recursos existentes. Es el
caso de la humanidad que ha crecido de tal manera que los recursos que necesitamos
para sobrevivir y desarrollarnos no son suficientes. Algunas especies animales limitan
su número con un control de la natalidad, bajando su capacidad de procrear, o
con suicidios masivos. Si ellas mismas no lo hacen, otras especies, sus depredadores,
se encargan de ello. Es uno de los aspectos positivos de la biodiversidad, el
equilibrio ecológico se mantiene de forma espontánea.
El ser humano ha controlado su población
durante miles de años mediante las enfermedades, que diezmaban la población
recurrentemente, y para las que no teníamos cura: la peste, la gripe española,
el tifus, etc. Y si no eran las enfermedades lo eran las grandes guerras. El
ser humano debe tener un periodo de caducidad como lo tiene un tetrabrik de leche,
sólo que no sabemos dónde está. Tal vez alguien, en algún momento mirando tal
vez detrás de la oreja lo encuentre. Y no será muy prolongado, puede que sólo sea
de 35 o 40 años. Pero los afortunados avances en medicina han permitido que
vivamos más de 90 años en buenas condiciones de vida, y el temor o el buen sentido
han reducido el número de guerras en el mundo. Pero nosotros somos una especie
como cualquier otra, por mucho que queramos verlo de otro modo, y debemos
cumplir igualmente las reglas de la sostenibilidad si no que queremos
desaparecer.
A lo largo de la historia de la
Tierra como planeta ha habido cinco grandes extinciones de especies provocadas
por la falta de sostenibilidad[1]. En el
Ordovícico, debido a profundas alteraciones climáticas, desaparecieron más del
86% de las especies vivas de la Tierra. En el Devónico, un enfriamiento global
llevó a la extinción al 75% de los seres vivos. En el Pérmico, la actividad volcánica
cubrió la atmósfera de polvo y eso provocó un fuerte efecto invernadero y el
consecuente recalentamiento global que eliminó casi por completo la vida sobre
el planeta, el 96% de los seres vivos. En el Triásico, de nuevo el
calentamiento global llevó a la extinción al 80% de las especies que estaban de
nuevo poblando la Tierra. Y finalmente, en el Cretácico, se produjo la
extinción más reciente y conocida, la que llevó a la desaparición de los
dinosaurios al faltarles alimentos. El asteroide que impactó contra la Tierra
en la península del Yucatán formó una capa de polvo que bloqueó la entrada de
la radiación solar. De ese modo no podía haber fotosíntesis en las plantas y dejaron
de crecer, lo que llevó a la muerte a los animales herbívoros, faltos de
alimentos, y a su vez a los carnívoros que vivían de los herbívoros. En total
el 76% de las especies. Afortunadamente quedó algo de vida, la mejor adaptada a
las nuevas condiciones, y pudimos
aparecer sobre la Tierra gracias a nuestra evolución. Esto puede volver a
ocurrir[2].
Hasta el momento esas extinciones
han tenido un origen natural, intrínseco o extrínseco a la Tierra, pero ahora
el problema lo estamos provocando los hombres.
Ninguna de estas extinciones se
produjo de la noche a la mañana, tuvo que pasar mucho tiempo para llegar al momento
álgido de la gran destrucción. Hoy en día, los cambios que se están produciendo en el hábitat a nuestro
alrededor se están desarrollando a una velocidad diez veces superior a como lo
hicieron en cualquiera de esos cinco grandes momentos. Si pensamos en esto un
momento podemos darnos cuenta de que estamos provocando tal vez una sexta
extinción, y que está en nuestras manos reducir esa velocidad de alteración del
hábitat dirigiéndonos hacia el horizonte de la sostenibilidad, recuperando la
biodiversidad perdida en nuestra ciudades e intentando mantener el siempre
inestable equilibrio ecológico entre especies[3].
Los recursos que están en juego son el agua, los alimentos,
el espacio físico, el aire, en cuanto a su cualidad de limpio, los materiales
de construcción y la energía. Se puede hablar mucho de cualquiera de ellos,
pero si se tratara sólo de energía estaría tranquilo. ¿Por qué puedo
considerarme tranquilo hablando de un recurso agotable como es la energía?
Porque hoy en día tenemos conocimientos y tecnología para asegurar su
suministro utilizando recursos naturales que se renuevan espontáneamente, los
que vienen del sol, del agua, del viento, de la tierra o de la biomasa. La
arquitectura bioclimática[4]
es la herramienta que utilizamos los arquitectos, pero no estamos solos, diferentes
sectores de la sociedad también manejan otros conceptos y herramientas para enfrentarse
al tema. ¿Dónde está el problema entonces? En mi opinión en los muchos
intereses creados que dificultan el uso de esos conocimientos y tecnologías, ya
que supondría para algunos perder su estatus de poder y riqueza.
Hoy en día se debería estar fomentando el uso de energías
renovables y limpias[5] en las
ciudades de cualquier forma y manera, pero sobre todo conectadas en pequeñas
redes urbanas de barrio o distrito que llegara a hacerlos autosuficientes. Las
redes de Energía Distribuida[6]
deberían ser estándares a la hora de proyectar o rehabilitar los barrios.
Permitiría su desconexión de la red energética general, tener ciudades más
limpias al utilizar energías no contaminantes y, por supuesto, no agotar
recursos, el objetivo de la sostenibilidad. Diseñar conociendo bien las
posibilidades del clima local, sus fortalezas y sus amenazas, y empleando
herramientas sencillas como los climogramas de bienestar[7],
permitiría reducir las demandas de energía de los edificios hasta los valores
mínimos que pudieran cubrir las redes de Energía Distribuida sin gran problema[8].
Estas redes de Energía Distribuida necesitan de pequeños
generadores de energía locales y de un soporte físico donde instalarlos. En la
actualidad los sistemas fotovoltaicos son los más adecuados para integrarlos en
un edificio, ya que pueden formar parte de casi cualquier elemento
constructivo. La tecnología de las células está evolucionando muy rápidamente[9]
y los sistemas constructivos que los integran se están desarrollando comercialmente
muy bien[10].
Una ciudad, utilizando los edificios, sobre todo aquellos con grandes
superficies de cubiertas como colegios, mercados, centro de salud y similares,
pero también el equipamiento urbano, paradas de autobuses, farolas, parques, parasoles,
etc., podría ser una ciudad fotovoltaica si se conectaran todos los puntos de
producción mediante una red urbana en la filosofía de la Energía Distribuida[11].
Las necesidades de calor de origen renovable se cubren hoy en
día con los colectores solares térmicos, y casi exclusivamente para el agua
caliente sanitaria. Esta tecnología, a
diferencia de la fotovoltaica, se integra muy mal. No obstante es muy eficiente
y sencilla si se dispone de la superficie adecuada para ubicarla, algo que no
es fácil en los edificios de viviendas colectivas, que disponen de poca
cubierta bien orientada. Sin embargo las tipologías de grandes edificios
mencionadas anteriormente pueden ser el soporte perfecto para ubicarlas. Al generarse
una gran superficie de captación y una gran producción de calor, la red urbana podría
usarse no sólo para agua caliente sanitaria sino también para la calefacción, con un buen
rendimiento al aprovechar simultaneidades de uso.
El uso de vegetación en la ciudad, en las cubiertas, muros y
patios de los edificios, en jardines, parques y aceras, modifica favorablemente
el microclima[12]. Si lo
vemos desde el punto de vista de la energía, porque las ciudades serían más
frescas en verano y menos frías en invierno. Si lo vemos desde el punto de
vista de la ecología porque se acercaría al microclima original del lugar y eso
supondría un paso adelante para recuperar la biodiversidad perdida[13].
Una ciudad, o al menos un barrio de una ciudad, debería tener
sus ciclos ecológicos cerrados en un perfecto círculo, como veían los incas la
relación con la naturaleza, en la que ni la muerte era mala porque la devolución
de lo recibido en forma de cadáveres nutría la tierra de la que luego iban a
esperar frutos.
El ciclo de la energía debe ser uno de ellos. La energía que
llega del sol se debe aprovechar de un modo u otro: para mantener una
temperatura adecuada con la vida, para permitir la fotosíntesis y la producción
de oxígeno, y para cubrir nuestras necesidades de acondicionamiento y otros
servicios.
El tema del agua se puede resolver con cierta sencillez
teórica. Hay que hacer a las ciudades de nuevo permeables, como lo son los
campos, permitiendo que el agua de lluvia recargue los acuíferos de forma
natural. También podemos intentar cerrar el ciclo del agua recogiendo en los
edificios o los barrios parte del agua necesaria para su funcionamiento,
riegos, cisternas, etc., y tratando las aguas grises usadas con equipos
mecánicos o fitodepuración[14],
en lugar de enviarlas a las depuradoras. Santorini, una isla griega del Mediterráneo,
donde las aguas escasean, tiene en sus pueblos una estructura urbana donde toda
el agua de lluvia se recoge, incluida la que cae en las calles, canalizándola y
llevándola a grandes aljibes situados bajo los edificios[15].
Me entran más dudas con otros recursos, quizá porque es más
difícil equilíbralos con la ciudad, tal vez porque no hemos visto antes el
problema y hemos avanzado más lentamente. Pero es el momento de planteárnoslo.
También me gustaría pensar que las ciudades pueden producir
parte de los alimentos que necesitan. Hoy parece algo anecdótico, más cerca del
huerto puramente de ocio que de un cultivo funcional, pero no debe ser así. Hay
que plantear ciudades capaces de abastecer parcialmente a sus habitantes al
tiempo que se crea empleo local, negocios sostenibles y estructuras socialmente
equilibradas[16].
Y finalmente los materiales, que es donde somos más
insostenibles, agotando recursos de la naturaleza para construir nuestros
edificios, nuestras ciudades, nuestras carreteras. Nuestra única opción viable
es rehabilitar en lugar de derruir, aprovechar en lugar de tirar, reutilizar en
lugar de destruir. También debemos trabajar en este tema, debemos plantearnos
como objetivos primordiales mejorar las ciudades sin gastar recursos.
Si vamos haciendo todo esto, aunque sea lentamente, creando
redes energéticas, de aguas limpias y sucias, de residuos y alimentos, dará
altos grados de autosuficiencia al barrio o a la ciudad y será una potente
forma de mirar hacia el horizonte de las sostenibilidad[17].
[1] Eldredge, Niles (1991). Fossils. The Evolution
and Extinction of Species. Photographs by Murray Alcosser. Abrams, New
York
[2] Leakey, Richard (1997). La sexta extinción.
Metatemas MT50. ISBN: 978-84-8310-551-1
[3]
Neila, Javier. Cubiertas y paisajes para la biodiversidad. Ciudad sostenible.
Nº 12, 3er trimestre 2012
[4] Neila, Javier. Arquitectura bioclimática en un
entorno sostenible (2004). Ed. Munilla-Lería. ISBN 84-89150-64-8
[5] Jacobson, Mark Z.
y Delucch, Mark A. i. "A Path to Sustainable Energy by
2030", Scientific American, Noviembre de 2009
[6] Guía básica de la distribución distribuida (2007). Madrid
ahorra con energía, Comunidad de Madrid
[7] Neila, Javier. Arquitectura bioclimática en un
entorno sostenible (2004). Ed. Munilla-Lería. ISBN 84-89150-64-8
[9] Cerón, Isabel, Neila. Javier y Caamaño, Estefanía.
State-of-the-art’ of Buildings Integrated Photolvoltaic products. Renewable
Energy. Octubre 2013
[10] OLivieri, L., Neila,
Javier at al. “Integral energy performance characterization of semi-transparent
photovoltaic elements for building integration under real operation
conditions”. Energy and Buildings. Enero 2014
[12] Olivieri, F., Neila Javier at al. “Experimental
measurements and numerical model for the summer performance assessment of
extensive green roofs in a Mediterranean coastal climate”. Energy and Building.
Agosto 2013
[13] Neila, Javier. “La fragilidad de los
ecosistemas isleños: la Isla de Pascua”. Ambitat Nº 12. Octubre 2013
[14] Gomez, A., Neila, Javier at al. Cubiertas planas
fitodepuradoras. Informes de la Construcción. Enero-marzo 2011
[15] Neila, Javier.
Miradas bioclimáticas a la arquitectura popular del mundo (2014). INGeBOOK.
ISBN 978-84-157-93564
[16] Vale, Brenda; Vale,
Robert; James, D (1980). The Self-Sufficient House: D.I.Y. Techniques for
Saving Fuel, Heat and Money. BCA/Macmillan London Ltd. ISBN 978-0-333-25868-2
[17]
Neila, Javier at al. “La ciudad que cuida sus recursos”. Habitat Futura. Nº 36
enero-febrero 2012
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