A diferencia del clima de Bogotá,
donde en el mismo día puede haber 25 grados por la mañana y cero por la noche,
el clima de Pereira, una mediana ciudad colombiana, es benigno. Las
temperaturas máximas oscilan todos los días del año entre 20 y 28 ºC de máxima
y 16 y 18 ºC de mínima. La lluvia, frecuente, suele aumentar la sensación de
calor provocando bochorno, pero en general es un clima agradable aunque
monótono. Los que estamos acostumbrados a las estaciones térmicas encontramos
aburridos esos días que pasan sin mostrar diferencias. Al menos a mí me ocurre.
Sin embargo, este clima es el perfecto para el cultivo del café, como pude comprobar
viajando por la región.
Siempre que viajo, en cuanto entro
en contacto con la gente local, suelo pedir que me recomienden lugares y
actividades. En estos países americanos caracterizados por la inseguridad,
tienen una cierta obsesión con los centros comerciales. Inmediatamente te
invitan a visitarlos y a comer allí. Reconozco que pueden ser los sitios más
seguros para moverse, pero lo último que pretendo hacer cuando viajo es acabar
en un centro comercial viendo las mismas tiendas que en cualquier otra parte
del mundo. Eso tiene la globalización.
Aunque sólo tuve que ir una vez a
un centro comercial a comer, y no fui por mi pie ni por mi gusto, comí muy bien
es mi estancia en Pereira, siempre comida local. El hotel, que no reunía
grandes cualidades hoteleras, con el ascensor averiado y con unas instalaciones
anticuadas, sin embargo tenía una cocina magnífica atendida con una sincera
amabilidad por sus empleados. Son platos contundentes y sencillos, pero muy
sabrosos. Me fui con el grato recuerdo de la olla criolla, con fríjoles y
chorizo, y acompañado con torreznos de cerdo, morcilla, aguacate y arepas.
Pereira no es una ciudad bonita. No
quiero decir fea para no herir la susceptibilidad de la gente que conozco, y
que seguro que aman su ciudad y son capaces de encontrar en ella los encantos
del sitio donde han vivido. A mí me resulta más difícil encontrar esos encantos
que sin duda tiene la población. No he visto gente más amable y servicial que
allí, por lo menos a los que yo traté. Lo cierto es que cuando comparo a esa
gente conmigo, que suelo ser bastante seco, siento que puedo dar impresión de
antipático.
Una calle del centro
de la ciudad de Pereira donde aún se conservan algunas de las construcciones
tradicionales originales
Los camareros del hotel se desvelan
por servirte, preocupándose por cómo has pasado la noche, sobrellevado el jet lag,
o cómo te ha sentado la comida. La verdad es que el hotel no era muy bueno, pero
hacían que no me importara.
No suelo ser muy exigente con los
hoteles, me basta con que sean funcionales y limpios, pero en éste el ruido de
la plaza principal, a la que daba mi habitación, penetraba inmisericorde a
través de unas malas ventanas que no cerraban correctamente. Afortunadamente
los tapones para los oídos que siempre llevo me permitieron conciliar el sueño
razonablemente. Tampoco funcionaba el ascensor, que aparentemente iban a
sustituir por otro mejor. Había que usar el montacargas de la cocina
atravesando todas las zonas de servicio, que resultaba incomodísimo ya que
tenía que compartirlo con todos los clientes de un hotel relativamente grande.
Como había decidido trabajar en la cafetería
que tenían en la última planta, la undécima, donde se podía estar al
aire libre disfrutando de las vistas, no tenía más remedio que usar
regularmente ese ascensor, aunque siempre que pude usé las escaleras.
“Los taxis en Pereira son más de
fiar”, fue de lo primero que me dijeron al llegar. Se referían a que en otras
zonas de Colombia no lo son tanto, concretamente en Bogotá. En Bogotá se estila
el “paseo millonario”. Un taxi aparentemente legal te recoge. Al cabo de un
rato se suben dos personas, una por cada lado y te secuestran. Por supuesto te
roban pero también te llevan a un cajero donde te obligan a sacar el dinero de
tus tarjetas. En algún caso se dio el asesinato de las víctimas, concretamente
de una pareja de norteamericanos. Han desarrollado una aplicación para móviles
en la que puedes introducir el número de la licencia del taxi y te informa si
la licencia existe o es falsa. En cualquier caso no parece muy apetecible
viajar en taxi. En Pereira parece que no había tanto problema, pero no me llegó
a quedar claro.
Toda Pereira está rodeada de
cafetales, es el Eje cafetero, también
llamado Triángulo del Café. Está comprendido
por los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, cuyas
capitales son Manizales, Pereira y Armenia. También comprende la región noroeste
del Departamento de Valle del Cauca, toda la
región del suroeste de Antioquia y el noreste
del Tolima.
Dos casas cafeteras,
ambas con sus galerías frontales, pero una con cubierta de teja y otra con
cubierta de chapa
Los cafetales se distribuyen por un
paisaje ondulado, en ocasiones abrupto, ocupando todo el espacio que no ocupan
los guaduales. La distribución de las matas del café por las colinas me
recordaba la imagen de los campos andaluces repletos de olivos, e igualmente
alineados. Resulta curioso cómo en ambos casos ese cultivo tan regular muestra
perfectamente el artificio de la mano del hombre, del agricultor, pero en ambos
casos se percibe como pura naturaleza, sin sentirlo como algo ajeno al campo.
En ocasiones como ésta, el hombre interviene en la naturaleza en perfecta
simbiosis.
Cafetales, con sus
matas perfectamente alineadas
Los cafetales se dividen en
pequeños minifundios, los más abundantes, pero también en grandes fincas, que
funcionan como pequeños feudos. Dentro de estas fincas aparece una tipología
constructiva interesante, sobre todo por sus sistemas constructivos y el uso
sostenible de los materiales.
También dentro de las fincas están los “beneficios cafeteros”,
que son instalaciones donde se trabaja el café recién recogido, donde se desprende
la capa exterior del café y se lava. Las grandes fincas tienen los suyos
propios y las pequeñas usan “beneficios” comunales.
Las casas cafeteras están
situadas en las plataformas que va dejando el abrupto terreno. En muchos casos
es necesario trabajarlos para crear una plataforma suficientemente grande
Una casa con estructura en L
La pequeña galería
con su gran voladizo, orientada generalmente a sur
Suelen tener una galería al frente,
más con la idea de corredor para acceder a las habitaciones que como porche.
Sin embargo, aunque a veces no supera el metro y medio de ancho lo usan como
comedor, poniendo allí la mesa. Ya en Madrid, revisando en fotos aéreas la
orientación de las casas, dado que allí habría sido imposible acercarme a
muchas de las construcciones, repartidas por las fincas, pude comprobar que
mayoritariamente la galería se orientaba a sur.
El sol en esta parte del mundo cerca del Ecuador, entre 4 y 4,5º de
latitud norte, sube casi verticalmente, por lo que cualquier pequeño voladizo
protege las fachadas norte y sur de la incidencia directa de los rayos solares.
Las fachadas que más radiación reciben, junto con la cubierta, son la este y la
oeste. Por eso las casas son alargadas y con un eje orientado en muchos casos norte-sur.
Una casa cafetera en
una pequeña meseta en medio de sus cafetales
Cuando las casas
están en grandes latifundios suelen ser más grandes, en consonancia a su
potencial económico. Algunas tienen dos plantas
Los muros de esas casas son de
bahareque, un sistema constructivo típico de esta zona de América que ya había
visto en Venezuela, pero que dada su sencillez se usa en otros muchos lugares, incluido
EE.UU., donde se aplica la misma idea a las construcciones de madera de sus
viviendas unifamiliares. En Colombia se trata de un sistema constructivo precolombino. Consiste en una estructura de
entramado de palos horizontales y verticales, con alguna diagonal para el
arriostramiento. Los elementos verticales, separados entre 80 y 100 cm, son los
estructurales. Los elementos horizontales son ligeros y forman un envarillado
con separaciones entre 10 y 15 cm. En Colombia, para la estructura vertical se
usan el chusque (Chusquea scandes),
la cañabrava (Gyneryum sagittatum), y
en concreto en esta región, la guadua (Bambusa
guadua). La guadua es un género de plantas de la de
la familia de las poáceas, subfamilia del bambú, de desarrollo muy rápido, que en uno o dos
años ya cobra una altura considerable y que en 4 o 5 años ha madurado por
completo. A los 10 años empieza a descomponerse, por lo que es recomendable que
se corte y se limpie el guadual para dejar que crezcan nuevos brotes.
Maqueta de un muro de
bahareque, donde se ven dos puntales de guadua, un envarillado de madera atadas
con bejucos y rellena con tierra
Bosques de guadua
En los otros casos se coloca sobre
la membrana una esterilla trenzada de guadua sobre la que se da el mortero.
También se puede dejar vista, si se quiere dejar que ventile en muro. Otros modelos
llevan un recubrimiento de tablas de madera, lo que se considera de mayor nivel
social ya que hay que recurrir a la serrería. Esta solución de tablas en
general no parece que aporte nada especial ni bioclimática ni constructivamente.
Sin embargo, cuando se encuentran en edificios situados en pisos climáticos altos,
por encima de los 1800 m, donde el clima es frío, tienen sentido, ya que aquí
la madera aporta una menor conductividad térmica y por tanto un mayor
aislamiento. Vi incluso muros de bahareque dobles, aunque no sé si era para
incrementar el aislamiento o para dar la impresión de que eran muros de tapia
de tierra. Hay algunos ejemplos incluso con recubrimientos de chapa, pero son
algo excepcional.
Cuando las estructuras están muy
abiertas o incluso cuando el recubrimiento se fisura o agrieta, en su interior pueden
esconderse chinches triatominas, también conocidas en Colombia como “pitos”. Algunas de esas
chinches son portadoras del virus de la Tripanosomiasis americana o Mal de Chagas. Se trata de una enfermedad
parasitaria producida por el flagelado Trypanosoma
cruzi. Es endémica del centro y sur de América y afecta al hombre y a otros
muchos mamíferos, tanto domésticos como silvestres. Se considera que
actualmente hay entre 8 y 10 millones de infectados en el mundo, de los que
fallecen anualmente unos 12 000. Parece que afecta especialmente a niños
menores de 10 años.
El parásito se transmite cuando una
chinche infectada succiona sangre de un hospedador. Casi simultáneamente la
chinche suele defecar, por lo que los parásitos que habitan en su intestino
caen sobre la piel. El picor producido por la picadura hace que el hospedador se
rasque, extendiendo las heces y facilitando que entren en contacto con la
herida y que por ella penetren los parásitos. Las especies de chinches más peligrosas
son aquellas que están en el interior de las viviendas, a las que pueden
acceder desde las grietas de las paredes.
Los recubrimientos finales de
muchos de estos muros de bahareque se pintan con una lechada de cal, que cumple
una función higienizante que puede eliminar la presencia de este parásito.
Las viviendas más antiguas de
bahareque se levantaban desde el suelo, hincando directamente en la tierra los
palos de guadua, y dejando la tierra batida como pavimento. Se las llamaba
“vivienda de vara en tierra”. Con el paso del tiempo se fue mejorando la
técnica y la habitabilidad interior. Para ello, intentando evitar la humedad
que pudiera penetrar desde el terreno húmedo de una zona lluviosa, se hizo que
el bahareque arrancara de una base de piedra, guadua o madera, sobre la que
apoyaba la zapata que remata la membrana en la parte de abajo.
Como he comentado, esta solución
constructiva no es exclusiva de esta región sino de otras muchas, en Colombia y
fuera de Colombia. En la propia Colombia se puede ver en las construcciones
populares de los indios kogui, que habitan la Sierra Nevada de Santa Marca. En
este caso son muros curvos de bahareque bajo
sus cubiertas cónicas de palma.
El estricto damero que forman las
ciudades del Eje cafetero hace que se creen calles con pendientes elevadísimas.
No tienen nada que envidiar a la calle Lombard de San Francisco.
Pero este sistema constructivo no
está sólo en la arquitectura de estas aldeas y pueblos sino también en la de las
ciudades. Allí se usaba de forma habitual hasta que se empezó a considerar
propia de construcciones humildes y se sustituyó por otras soluciones menos
eficientes y adecuadas. Las casas construidas con muros de bahareque se
reconocen por un enorme alero que se usa para que la lluvia no moje la pared,
ya que su recubrimiento es de barro. Esto ha dado una imagen muy singular a estos
pueblos y ciudades, aunque con el paso tiempo va resultando difícil ver alguna
original. Esos grandes aleros me recordaban a los que también tiene La Alhambra
de Granada, también para un uso similar, en ese caso para proteger de la lluvia
la yesería de las fachadas.
La estructura de estas ciudades del
bahareque es la de una trama perfectamente regular, formando un damero
independientemente de que la orografía del terreno sea plano o con grandes
alteraciones, lo que obliga a una adaptación brutal de las edificaciones y a un
escalonado de las cornisas, que en las calles planas forma una línea
perfectamente continua. Estas viviendas urbanas del bahareque incorporan el
patio colonial español, sobre todo en ciudades de climas calurosos, donde los
patios son más efectivos.
El gran patio de un
antiguo convento convertido en la Casa de la Cultura de la ciudad de Marsella
Imágenes de los
grandes voladizos que protegen los muros de bahareque recubiertos con morteros
de tierra
La riqueza de esta zona hizo que su
gente empezara a viajar a EE.UU. y Europa, donde vieron nuevos modos
decorativos, que fueron incorporando a la sencillez original de sus fachadas,
que eran lisas, sin casi ningún elemento decorativo.
En estas casas se ven
como fueron incorporando elementos decorativos inspirados en los viajes por el
extranjero de sus propietarios
El día de mi regreso una profesora
de la Universidad insistió en llevarme, algo que agradecí dada la poca fiabilidad
de los taxis. Yo suelo desplazarme con tiempo, no me gusta verme apurado y
prefiero esperar en aeropuerto y estaciones a hacerlo en mi casa o en el hotel.
Sin embargo hay gente que prefiere apurar pensando que en quince minutos se
llega, que ese día no va a haber tráfico, que esta ciudad es pequeña, que el
aeropuerto está cerca, o que los tramites van a ser rápidos. Esto apura
innecesariamente la salida. Aunque le había pedido que saliéramos media hora
antes, por lo que decía mi tarjeta de embarque, ella lo redujo a quince minutos
diciendo que no era necesario más. Pero siempre pueden pasar cosas, y en este
caso lo que pasó es que en la plaza del hotel ese domingo se celebraba una
especie de parada militar con soldados en ropa de deporte corriendo al son de los
cantares típicos de las milicias americanas. Trajo consigo que las calles de
cortaran y que no fuera posible acceder al hotel. Le advertí del problema inmediatamente
pero no pudo llegar, tuvo que dejar el coche aparcado a gran distancia y yo me
vi corriendo con mi maleta para alcanzar su coche rodeado de los militares del
desfile. Luego fue un correr por el aeropuerto y facturar cuatro minutos antes
de que cerraran el vuelo. No merece la pena apurar los tiempos, habría perdido
mi vuelo a Bogotá y mi enlace desde allí hasta
Madrid.
A la salida del país me encontré
con un curioso impuesto que te cobran si has permanecido más de una semana. En
el caso de estancias breves debes pasar por las oficinas de Aviación Civil para
obtener un documento de exoneración. Resultan sorprendentes las formas de
obtener dinero que se inventan los países.
No hay comentarios:
Publicar un comentario