No sé si llegaremos a saber a
ciencia cierta en algún momento cuál fue el origen exacto de la pandemia del COVID-19,
hay demasiados intereses creados. Hay grandes países que se están arrojando el
virus como un arma comercial y políticos que buscan en la enfermedad mayores
posibilidades de éxito popular; nunca entenderé a los políticos criticando lo
que se hace y lo que no se hace, exigiendo una actuación y luego rechazando
vehementemente esa misma actuación. Tampoco sabremos si otras medidas
diferentes de las tomadas habrían dado mejor resultado, no nos está permitido
repetir el pasado en una segunda oportunidad, una lástima.
Tampoco tengo claro cuál será
para la humanidad el aprendizaje de este tiempo en confinamiento y de tantas
muertes; de hecho no sé si realmente aprenderemos y mejoraremos en algo. Sin
embargo hay algo cierto: hemos sido capaces de cambiar rápidamente, de un día
para otro, nuestros hábitos de vida con disciplina y convencimiento en general
de que lo que hacíamos era lo correcto. ¿Por qué no seguir por ese camino
desarrollando esos cambios profundos que creemos necesarios, pero que siempre
hemos supuesto imposibles a corto plazo? Seguramente porque todos ansiamos
nuestra normalidad perdida, aunque sea imperfecta; no sería fácil. De momento,
si ese cambio de paradigma no se produjera, la posibilidad de cumplir con los
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 estará muy lejos de
alcanzarse con una economía muy tocada.
¿Cambiaremos algo?, ¿la forma de
pensar, de relacionarnos, de trabajar, de pasar el tiempo de ocio, de viajar?
Los cambios que sí se han producido, para quedarse, son los de nuestra forma de
comunicarnos y relacionarnos; mentalmente nos resulta tan fácil contactar con
un conocido situado en otro continente como con nuestro vecino de abajo, a todos los vemos igual de
lejos. No sé qué pasará con los otros cambios que hemos asumido.
Pero lo que sí sé, o al menos
intuyo, es que esta pandemia no será la última infección masiva que sufra la
humanidad y que traspase las fronteras de unos pocos países pobres. Hasta
ahora, el ébola sólo mataba a unos pobres africanos, y rara vez traspasaba las
fronteras de esos países subdesarrollados. Pero creo que eso está cambiando,
aunque sea con una letalidad menor.
Quizá haya que reconsiderar la
idea sostenible de una ciudad densa y el objetivo de redensificación. Si bien
ese concepto nos permite disponer de servicios de proximidad y asegurarnos su
acceso con mínimos desplazamientos, esa ciudad no permite espacios abiertos
para los movimientos que aseguren el distanciamiento social que ahora necesitamos.
Caminar manteniendo las separaciones, aunque sea en las horas permitidas,
resulta difícil. La idea de un hipotético futuro confinamiento debe estar
también en la idea de la planificación de la ciudad sostenible.
Lo que estamos sufriendo en estos
días a nivel mundial, ¿será el ensayo de una distopía futurista?, ¿algo que
empezará a repetirse con regularidad y que nos mantendrá escondidos en nuestras
madrigueras, sin relacionarnos? Espero realmente que no.
¿Pero qué es lo que realmente
pienso del origen y las causas de esta pandemia? No tengo una base científica
para asegurarlo, ni información secreta o confabuladora que lo avale, pero sí
tengo clara una cosa: el cambio climático puede tener que ver con ello.
Ante la emergencia climática los
que trabajamos en el mundo del edificio y de la ciudad buscamos minimizar los
efectos del cambio climático, dentro de nuestras capacidades, y mejorar la
resiliencia de personas, edificios, barrios y ciudades frente a esas
alteraciones del clima. Seguramente no tendremos mucho problema en conseguirlo
porque disponemos de la tecnología. Esa tecnología fruto del conocimiento es la
que nos permitirá hacer mejores ciudades más habitables, con edificios
probablemente más saludables y adaptados.
Pero, la tecnología de la
naturaleza es la biológica. Y la naturaleza es brutal y también tiene que ser
resistente y adaptarse a ese cambio climático. Muchas especies están
desapareciendo y otras desaparecerán, para ser sustituidas por otras nuevas,
más resistentes, más evolucionadas y adaptadas, fruto de una nueva evolución,
que implicará a seres multicelulares, grandes y pequeños, y a seres
unicelulares, e incluso con una estructura biológica elemental de proteínas
como los virus.
Tras conocer la estructura del
virus ya se descarta que el COVID-19 haya sido modificado genéticamente, aunque
no se descarta que pudiera salir de un laboratorio chino, tal vez lo más
probable es que lo trasmitiera un murciélago contaminado en el que mutó; en los
murciélagos se han dado todo tipo de cepas del COVID. No lo sé, pero la
posibilidad de que nuevos virus y bacterias, fruto de la evolución y la
mutación para adaptarse a unas condiciones diferentes, más calurosas, más
secas, más humedad, pero diferentes, vayan a entrar a formar parte del Olimpo
de los nuevos dioses, es grande. Si consentimos que siga avanzando el cambio
climático, el problema no estará en los recursos que se agotarán, ni en la
inhabitabilidad de los nuevos climas, ni en la pérdida de biodiversidad, sino,
tal vez también, en la aparición de nuevos patógenos más resistentes, más
evolucionados y más adaptados que nosotros a ese cambio; quizá si se relacionara
el COVID-19 con alteraciones del hábitat, tal vez nos preocuparíamos más por el
cambio climático.
Por otro lado, la mala nutrición
ya ha generado personas de mayor riesgo ante la enfermedad, obesos o con
carencias nutricionales; entre ellos ha habido mayor mortandad. Recuperar la
capacidad de las ciudades para producir algunos de los alimentos que
necesitamos no solamente reducirá el impacto negativo sobre el planeta del
transporte de esos alimentos desde lugares lejanos, sino que nos permitirá
controlar mejor el proceso de cultivo de los mismos, y aunque de momento su
impacto sea pequeño, redundará beneficiosamente sobre la salud y nuestra
capacidad para soportar otra pandemia, y en la salud del planeta al reducir el
impacto contaminante del transporte.
También habrá que reconsiderar el
consumo que se produce en algunos países, como China, de especies salvajes de
las que no se puede controlar la calidad y salubridad del producto, y que no
deberían formar parte de nuestra dieta alimenticia. Ahí, muy posiblemente, haya
estado el origen del COVID-19.
El ser humano ha influido muy
negativamente en el clima del planeta al proveerse de alimentos. El hecho de
que el ser humano haya necesitado de más espacio para el cultivo agrícola, el
origen del cambio climático en el mundo al eliminar bosques por superficie
desnuda para el cultivo, es determinante. A eso habría que añadir que también
para la ganadería, ocupando espacios que antes ocupaban esas especies salvajes
que pueden infectar al ganado y convertirse en las vías de mutación de los
patógenos.
Yo no voy a
poder trabajar preparando la deseada vacuna, ni en descubrir la cadena del ARN
de este virus, pero sí voy a seguir trabajando, no para alcanzar una adaptación
al cambio climático, sino para ayudar a mitigarlo. Aunque pudiéramos suponer
que hay poca relación, la sostenibilidad, la arquitectura bioclimática la
eficiencia energética, se vuelven cada vez más necesarias para evitar que esos
nuevos inquilinos indeseados aparezcan en ese planeta que estamos perpetrando.
Estoy bastante de acuerdo con tu artículo. Y como de todos los males se pueden extraer algunas consecuencias positivas,esperemos que el COVID-19 contribuya al menos a la toma de conciencia sobre el cambio climático y la necesaria sostenibilidad.
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