Quienes me hayan leído o
escuchado saben de mi gran interés por el hábitat troglodita, es decir, por las
cuevas. En su momento hice una clasificación tipológica que me ayudó a entender
y compartir el cómo y el porqué de sus diferentes formas. Y en base a ese
interés he intentado estar en el interior de muchas de ellas. Sin embargo, no
había tenido ocasión de vivir en ninguna. Esa asignatura pendiente la pude
resolver este verano, cuando alquilé una cueva en el pueblo granadino de
Gorafe. La excusa fue visitar el Geoparque de Granada, en cuyo centro se
encuentra esta pequeña población, que además dispone de un interesante centro
de interpretación.
El pueblo de Gorafe visto desde el altiplano del
Llano de Olivares.
Las badlands del Negratín que forman el
desierto de Gorafe.
En el Geoparque, que abarca 47
municipios, se puede apreciar una geología singular, observar yacimientos
paleontológicos del Cuaternario y visitar los asentamientos de la Edad del
Bronce que se han ido descubriendo en los límites del valle del río Gor,
concretamente en esta zona hay más de 240 dólmenes que son enterramientos
megalíticos. Yo no los visité todos, como es lógico, pero sí pude ver un número
muy considerable de los mejor conservados en varias ubicaciones diferentes de
las 11 que hay reseñadas en el entorno de Gorafe. Son del Neolítico medio, hacia
el 2 800 a.C., que los puede hacer aparecer como muy primitivos, pero por esa
época los egipcios ya estaban construyendo las grandes pirámides y desarrollado
su cultura.
Dólmenes de Gorafe.
Los dólmenes son construcciones
funerarias formadas por grandes piedras verticales, ortostatos, que forman las
paredes, sobre las que se colocan piezas horizontales a modo de techumbre;
dolmen en la lengua de los bretones, cuya tierra es rica en construcciones
megalíticas, quiere decir mesa de piedra. Lo más habitual es que sobre ellas se
coloquen a su vez piedras sueltas y tierra, devolviendo un aspecto natural al
terreno o creando intencionadamente un hito en forma de pequeño montículo. Tal
vez el túmulo así creado tenga algo que ver con la idea de la “colina
primigenia” de los egipcios, el origen de la Tierra, lo primero que emergió del
agua. En Egipto lo veían cada vez que bajaban las aguas del Nilo, donde lo
primero que aparecían eran las pequeñas protuberancias del terreno. También
cuando enterraba a sus muertos en la tierra no fértil del desierto, formando un
montículo con la arena sobrante. Cuando comprobaban que el cadáver se había
momificado de forma natural, por el calor y la sequedad de la arena, como una manera
de interpretar una conexión entre la forma y el más allá, le empezaron a dar
importancia y la vincularon con la “colina primigenia”. Sin duda era una forma
de marcar el lugar, pero hay que dejar a otros la interpretación más plausible
de cada caso.
Aunque el tamaño de estos dólmenes
era pequeño en comparación con otros como los que hay en Antequera, el de Menga
por ejemplo, la piedras no dejaban de ser muy pesadas y su traslado una
auténtica obra de ingenio. Supongo que en parte el hacerlos enterrados estaba
justificado por necesidades puramente constructivas.
El procedimiento constructivo
consistía en hacer una zanja profunda y estrecha marcando el perímetro del
futuro dolmen. Hasta esas zanjas trasladaban, seguramente arrastrándolas
mediante troncos, las piedras que harían de paredes verticales. Al llegar al borde
las harían pivotar para dejarlas caer en el hueco de la zanja y, tras acuñarlas
con piedras y tierra, las dejarían en la posición vertical que definitivamente
tendrían. Posteriormente deslizarían sobre ellas las grandes piedras que formarían
la techumbre. Estas eran las más pesadas debido a su tamaño, pero no sería
necesario pivotarlas, sería suficiente deslizarlas sobre la tierra hasta dejarlas
colocadas sobre las verticales y la tierra del centro. Finalmente se excavaba la tierra que había quedado dentro
hasta crear el espacio vacío interior del dolmen.
Entrada
de un domen.
En alguno de ellos se creaba un
pequeño canal, como un pasillo de entrada. A esos dólmenes se les denomina de
corredor. Según he leído para que se formara un pequeño séquito funerario, pero
los que vi en Gorafe en ocasiones eran de sólo 50 cm de ancho y un metro de
largo, así que en estos casos habrá que buscar otra explicación plausible. Hay
también en la zona otros dólmenes más sencillos en los que se limitaban a
cerrar la entrada con otra piedra.
Fotos de
pequeños dólmenes de corredor, todos ellos sin las piedras de techumbre.
En el interior de la cámara
depositaban el cadáver. Si con el paso del tiempo era necesario introducir otro
cuerpo, se retiraban los huesos a un lateral y colocaban en el centro al nuevo difunto.
En uno en la zona de Las Majadillas se han encontrado restos de 22 personas,
todo un panteón familiar.
Fotos del dolmen 134 en la zona del Coquín alto,
sin corredor. Es el más grande y completo de esta zona.
No voy a intentar entender el porqué
de este procedimiento frente a un enterramiento o una incineración. Tal vez al
enterrarlos cabía el riesgo de que los animales carroñeros los pudieran
desenterrar o que para incinerarlos necesitaban una cantidad enorme de madera,
recurso que seguramente cuidaban, pero probablemente habrá otras explicaciones
con más simbolismo.
Las plantas del esparto te acompañan
permanentemente en la búsqueda de los dólmenes.
Visité los dólmenes de La Majadilla,
una zona en el altiplano, sobre el valle del Gor y en el arranque del desierto
de Gorafe, las zonas del Coquín, el alto y el bajo y, más alejado, la zona de Alicún
de la Torres, cerca de un balneario de aguas termales.
Sabíamos que se accedía a esta
última zona desde las proximidades del Balneario de Alicún, por lo que nos dirigimos
hacia allí. No nos resultó difícil llegar ya que habíamos pasado por él en
nuestro camino de ida. Sin embargo, cuando aparcamos no encontramos ninguna
señal que nos indicara dónde se encontraban los dólmenes. Después de preguntar
a varias personas y obtener como respuesta que sí, que sabían que había
dólmenes pero que no habían ido nunca, tuve suerte al final y el contratista de
una obra que se estaba realizando cerca del Balneario nos orientó hacia el
camino por donde se podía llegar al asentamiento.
Este último asentamiento es algo
posterior, se supone que unos 300 o 400 años después de los que ya habíamos
visto. Están menos trabajados arqueológicamente pero allí encontramos, porque
fue un encuentro que tenía mucho de casual y de suerte, uno completo, grande,
en el que pudimos entrar.
Dolmen de la zona de Alicún de las Torres. Era el
más grande que vi, unos 2,20 m de altura, completo, incluso con la techumbre.
Se podía entrar y valorar el aspecto de la construcción y el tamaño de las
piedras. Los ortostatos, las piedras verticales que forman los muros, están
perfectamente unidos a hueso para que no entre agua.
Los dólmenes de esta zona no
están señalizados por lo que habíamos tenido que caminar al azar buscándolos,
pero al final resultó ser una suerte porque descubrimos algo que no estábamos
buscando. En el entorno del asentamiento de Alicún de la Torres hay un acueducto
o acequia prehistórica muy singular, la llamada acequia del Toril. La zona era
muy propicia a los asentamientos debido a la presencia del agua termal a 35 ºC
y a toda la vegetación que crece gracias a ella.
Imágenes de los restos de la acequia que dio lugar
al gran muro de caliza travertina que ahora se puede observar.
Gran muro de 15 m de altura y hasta 1,5 m de
grosor formado por la mineralización de las plantas que absorbían el carbonato
cálcico.
Para dotar de agua a sus aldeas,
los pobladores de la zona la canalizaron mediante una acequia a ras de suelo.
Parte de esa agua mal canalizada permitió el desarrollo de plantas a ambos
lados del conducto, la pajarilla de agua, la cañota real, el tarajal, el
enebro, el ruibarbo o el romero. Como el agua transporta gran cantidad de bicarbonato cálcico y las plantas tienen
una gran facilidad para fijarlo, acabaron mineralizándose. Sobre esta
estructura mineral siguieron creciendo nuevas plantas que a su vez fijaron de
nuevo el bicarbonato cálcico. Se fue formando con el tiempo un murete que acabó
convirtiéndose en una gran pantalla de casi 1,5 kilómetros de longitud que en
algunos tramos llega a los 15 metros de altura y 70 cm de espesor medio,
creando uno de los entornos geológicos y vegetales más singulares de la
provincia de Granada. Fui a ver cuevas y vi desierto, dólmenes y acueductos
naturales de caliza y plantas mineralizadas.
La caliza travertina se puede apreciar tras la
vegetación en estas fotos.
A pesar de ser capaces de
construir con grandes piedras y valorar el uso de espacios semienterrados, sus
poblados eran de cabañas circulares, como castros, con techumbre de paja y
protegidas por un cercado. No parece que pensaran en la posibilidad o el
interés de hacer construcciones en las montañas, cuyo terreno arcilloso parece
que está pidiendo a gritos hacer cuevas. Su uso llegaría mucho después.
Cuevas en Gorafe.
Las cuevas de Gorafe, término que
proviene del árabe gaurab, y significa “cámaras altas”, son del siglo
XII y de origen almohade. Estas cuevas estaban organizadas en tres niveles. Las
del nivel más bajo se empleaban como cuadras y establos; eran las de más fácil
acceso lógicamente. Las del segundo nivel eran las empleadas como viviendas,
pero también incluían palomares y aljibes donde recogían agua de lluvia,
seguramente la que se filtraba por el terreno; se accedía a ella a través de
estrechos y largos caminos en cornisa siguiendo el acantilado, lo que los
convertía en peligrosísimos. Y un tercer nivel, de acceso aún más complejo pero
que les confería gran protección, como almacenes de grano, algo parecido a los
graneros fortificados de Marruecos o Túnez. Las cuevas de los tres niveles se
comunicaban en ocasiones entre sí interiormente.
Imagen de algunas de las cuevas almohades, en
plena montaña. En la foto se ven, a la izquierda, las cuevas del tercer nivel,
y a la derecha las del segundo, pero desde donde yo estaba no se alcanzaban a
ver las del primer nivel.
Al llegar a Gorafe nos dimos
cuenta de que no había muchos sitios donde comer; no habíamos comido por el
camino para no llegar demasiado tarde. El supermercado que tenía el pueblo, que
habría sido una solución, estaba cerrado. Después de preguntar nos acercamos a
un pequeño hotel que había a la entrada del pueblo para ver si podríamos comer
allí. En el hotel, Rosita se encargaba de todo, atendía al hotel, a las mesas y
hacía la comida. Nos dijo que no nos podría ofrecer mucho, que sólo había
cocinado dos platos, lomo y pollo, pero que nos podría hacer una ensalada
también. Le dije que no se preocupara, que seguro que nos gustaban, como así
fue. Eran dos platos exquisitamente cocinados con los productos naturales de
los que disponía, grandes cantidades de ajos y enormes rodajas de naranja, una
combinación realmente apetitosa. Dado que se tenía que encargar de todo
tardamos bastante en terminar, entre bromas que hacía cada vez que pasaba por nuestra
mesa. Tras la larga comida nos fuimos encaminando hacia lo alto del pueblo,
donde estaba nuestra cueva, ascendiendo por la calle principal.
La cueva formaba parte de un conjunto
de varias dispuestas en cuatro niveles. La mía era la de más arriba, ya que era
la más pequeña, para dos personas. Su situación reducía la cantidad de tierra
que la conformaba, en comparación con las de más abajo. Por eso, su
temperatura, que seguiría siendo tan estable como en cualquier otra ya que la
masa de tierra era más que suficiente, era algo alta. Entre dos y tres metros
de profundidad, que es más o menos lo que tenía encima y a los lados la cueva,
la temperatura de la tierra es la media de los tres últimos meses. Como yo la
ocupé a mediados de agosto la temperatura sería la media medida desde mediados
de mayo hasta el momento. Como el mes anterior además había sido muy caluroso
no me extrañó medir 24 ºC, y no los 18 ºC que podría haber alcanzado. En
cualquier caso, una temperatura claramente confortable.
Cuevas que alquilaban las dos señoras en Gorafe.
El funcionamiento de una cueva, o
de cualquier otro espacio con una envolvente gruesa y masiva, lo asemejo al de
una esponja. Una esponja que va absorbiendo el calor que entra o se produce en
el interior y que cuanto más gruesa es más calor absorbe, y en el caso de una cueva
son varios metros de esponja. En el momento en el que la cueva o el recinto rodeado
por esa envolvente masiva comienza a enfriarse, la esponja se empieza a estrujar
mágicamente, devolviendo la energía guardada. Esa magia que estruja la esponja
se llama termodinámica, ya que en el momento en el que la temperatura del
espacio interior es menor que la de la pared se produce un flujo de calor de la
pared más cálida al ambiente más frío. Como ese flujo es directamente
proporcional a la diferencia de temperatura, que siempre es muy pequeña, el
flujo es muy lento, casi imperceptible, por lo que la temperatura interior
parece no cambiar. En el tiempo en el que yo estuve en la cueva la temperatura
no fluctuó más allá de medio grado.
También es verdad que la energía
que tiene que absorber la pared es pequeña. Dos personas viviendo en esa cueva
generan una potencia de 125 W de media diaria cada una, es decir, si permanecen
12 horas en la cueva producen una energía de 3 kWh. Al no tener ventanas la
cueva, la radiación solar que penetra también es muy pequeña. En mi cueva
entraba por la puerta cristalera dos horas a primera hora de la mañana; es
decir, unos 300 Wh por metro cuadrado de vidrio, unos 0,6 kWh. El alumbrado
eléctrico y los electrodomésticos podrían aportar menos de esos 0,4 kWh que me
sirven para redondear la cifra en 4 kWh (14 400 kJ).
Los 45 m2 de la cueva
estaban rodeados por unos 198 m2 de tierra, incluidos techo y suelos.
Si considero que almacena calor entre 60 y 70 cm de profundidad, habrá un
volumen de unos 135 m3 capaz de acumular energía en la envolvente
del espacio. Con una densidad de la arcilla de 1 800 kg/m3, tengo:
Masa: 135 x 1 800= 243 000 kg
Con un calor especifico de 0,89 kJ/kg·K, habrá una masa
térmica de:
Masa térmica: 243 000 x 0,89= 216 270 kJ/K,
que representa la cantidad de
energía que hay que aportar a esa masa para cambiar en un kelvin, un grado
centígrado, su temperatura. Teniendo en cuenta que la energía que entra en un
día es de 14 400 kJ, la temperatura sólo subirá en ese periodo de tiempo en:
14 400/216 270= 0,07 ºC
Esta cantidad es muy pequeña,
propia de la estabilidad térmica que aporta una cueva, pero si sólo hubiera
aportación de calor, a lo largo de un mes se iría acumulando ese calor y podría
subir la temperatura en 2 ºC. Por eso es necesario ventilar, sobre todo para
aprovechar el frescor nocturno, estrujar la esponja y eliminar por completo esa
energía, estabilizando la temperatura de la tierra.
Interior de la cueva. Abajo se ve la
cocina, a la entrada de la cueva, y arriba el dormitorio, siempre la
pieza más profunda.
Del conjunto de cuevas que
alquilaban dos señoras, ellas vivían en una de ellas, dos niveles por debajo de
la mía. Se habían rehabilitado en 2007, seguramente con licencia anterior a la
entrada en vigor del Código Técnico de la Edificación y, por tanto, sin las
exigencias de ventilación y aislamiento propias de esa norma. En general se
había conservado muy bien su estructura original, el tamaño de los espacios y
los acabados. Se había llevado agua corriente, algo que no tenían, y se había
renovado la instalación eléctrica, empotrándola en la arcilla de las paredes;
se podían apreciar las rozas tapadas.
Roza para llevar el tubo eléctrico, tapada
posteriormente con la arcilla y el encalado.
También habían incorporado agua caliente
sanitaria con colectores solares. Estaban colocados en la parte alta del
conjunto, en un sitio discreto que no permitía su visión hasta no haber trepado
por la colina. Era un conjunto de cinco colectores que tenían que dar servicio
a todas las cuevas que ellas alquilaban. Como en aquel momento sólo estaba
alquilada la mía solamente estaba en funcionamiento uno de ellos; el resto
estaban tapados. Éste es uno de los grandes inconvenientes del calor solar, que
los colectores funcionan con el sol independientemente del servicio que tienen
que prestar. En ocasiones la producción supera a la demanda, cuando hay mucha radiación
en verano o cuando los edificios están desocupados por las vacaciones o los
fines de semana y podría haber sobrecalentamiento en el circuito, lo que provocaría
que reventaran. Por ese motivo tiene que haber circuitos independientes que se
puedan vaciar, disipadores del calor excedente o, como en ese caso, dejar
inoperantes algunos de ellos tapándolos. Cualquiera de estos sistemas me parece
poco práctico en unos dispositivos que han evolucionado poco, pero esto es lo
que hay de momento.
Conjunto de cinco colectores para dar servicio a
las cuevas. Cuatro de ellos estaban tapados.
Se había modernizado la cocina e
introducido un cuarto de baño con todas sus consecuencias, es decir, con su
saneamiento. El suelo ya no era de tierra sino de baldosas cerámicas y se habían
aprovechado los huecos que originalmente eran pesebres para alacenas, estantes,
bancos o elementos de decoración. La luz natural era la que originalmente proporcionaban
los escasos huecos, las chimeneas y la puerta. En la parte de la cueva que daba
al exterior, sí había alguna habitación extra más allá del vestíbulo, también
había ventana. En mi cueva había tres chimeneas, sobre el dormitorio, sobre el
baño y en la cocina. El resto de la luz natural entraba por la puerta cristalera.
Siempre había pensado y argumentado que el problema de las cuevas no era la
ventilación, sino la luz, pero en esta cueva me di cuenta de que la luz que
entraba por los pocos huecos era razonablemente suficiente. Las chimeneas están
encaladas interiormente y tienen una forma ligeramente cónica que conduce la
luz hacia el interior de las habitaciones. Unido a la puerta cristalera el
resultado era adecuado excepto a las horas más oscuras de la noche, en las que la
luz de la luna y de las estrellas no parecía querer entrar.
Un espacio convertido en sofá.
Chimenea del dormitorio donde se aprecia la luz
entrante.
Luz que entraba por la chimenea del nuevo cuarto
de baño.
Hasta aquí todo bien, pero habían
cometido un error en la remodelación: habían cerrado las chimeneas de
ventilación por la parte superior con vidrios, dejándolas simplemente como
lucernarios. Las de la cocina y el cuarto de baño tenían conectados extractores
mecánicos que había que accionar eléctricamente, pero en la del dormitorio
había simplemente una pequeñísima rejilla en la parte superior de la chimenea,
a todas luces insuficiente. El resultado, según pude comprobar con mi
anemómetro, era que el aire no se movía en absoluto. Como resultado del uso de
la cueva, la humedad relativa era bastante alta. Mientras que en el exterior
había una humedad entre el 14 y el 17%, era una zona de desierto, para una
temperatura de 35 o 36 ºC, dentro no bajaba del 55 o 60%. Al pasar de afuera a
adentro se percibía muy claramente esa mayor humedad.
Ésta es la chimenea de la cocina. Se ve como la
han transformado incorporando dos vidrios para que entre más luz y una pequeña
rejilla conectada a un extractor.
La chimenea de otra cueva con una modificación
similar.
Ése era el mayor problema, la
falta de ventilación. Es verdad que la humedad relativa se mantenía en unas
cifras magníficas, pero al ser tan baja la exterior el contraste que se apreciaba
al entrar en la cueva no era agradable, más bien se tenía la sensación de una
humedad muy superior a la que en verdad había. No obstante, más allá de la humedad
el problema de esa falta de ventilación era la calidad del aire que necesariamente
tenía que ser mala. Para mantener el nivel de CO2 de origen
biológico por debajo del 0,1% es necesario aportar al menos 8 l/s de aire
exterior por persona que desarrolle una actividad moderada, como la de una
vivienda. Es decir, 16 l/s (0,016 m3/s), una cantidad pequeña, pero
aquí no había ninguna ventilación más allá de la cocina y el baño cuando se
accionaban los extractores. Aunque no llevaba ningún aparato para medir la
concentración de CO2 no me cabía la menor duda de que el nivel era
alto. Cuando se produce una concentración elevada de gases contaminantes se da un
efecto sinestésico. La sinestesia es la ciencia que estudia la alteración de
una percepción provocada por un estímulo que no corresponde. Por ejemplo, la
mayor sensación de calor en un entorno iluminado o decorado con colores
cálidos. En este caso la sensación alterada era la térmica y el estímulo el
químico provocado por los gases ambientales. Cuando el contenido de CO2
es elevado aumenta la sensación de calor. Y eso era lo que ocurría en esa
cueva, una mayor sensación de calor que la que debería corresponder a su temperatura.
Se podía comprobar con un simple experimento, salir a la puerta de la cueva,
donde había una temperatura algo mayor que en el interior, y comprobar cómo la
sensación de calor aún con el aire en calma era menor; era la mejor calidad del
aire exterior la que provocaba ese efecto.
Pero no hay que olvidar que se ha
visto que era necesario ventilar también para evitar la concentración acumulada
de energía durante varios días seguidos. Eso tampoco se conseguía.
De haber tenido un hueco en
horizontal al otro lado de la cueva, en oposición a la puerta, moviéndose al
aire a 1 m/s, el caudal de ventilación habría sido:
Q= 0,025 · A · Vviento= 0,025 · A · 1 =0,025 ·
A m3/s
Como considero que hacían falta 0,016
m3/s, serían necesarios 0,64 m2 de huecos de entrada y
salida (2 huecos de 0,8 x 08 m). Si la velocidad del aire hubiera sido la
mitad, algo más que probable, me harían falta 1,28 m2 de huecos (2
huecos de 1,13 x 1,13 m).
Chimeneas de ventilación de las cuevas.
Pero la cueva tiene un componente
estupendo que no hace preciso que sople el viento, las chimeneas. Con la
diferencia de altura que ofrecen las chimeneas se alcanza suficiente diferencia
de presión como para que no haga falta recurrir al viento. La altura del hueco
de salida de estas chimeneas con respecto a la puerta, que es el hueco de
entrada, podría estar entre los 5 y los 6 m.
En estas fórmulas de dinámica de
fluidos, las temperaturas se introducen en kelvin, siendo To una
temperatura operativa que se fija en 20 ºC (293 K); cuanto mayor es la diferencia
de temperaturas entre el interior y el exterior mayor caudal se mueve. Para
mover 0,016 m3/s me bastan dos huecos de 0,0135 m2 de
área efectiva. El área efectiva de ventilación es el 73% del área real para
huecos de entrada y de salida de igual tamaño; dando por sentada esa
equivalencia serían necesarios 2 huecos de 0,0185 m2 de área real.
Una rejilla de 20 cm por 10 cm lo proporciona. Sobre la puerta había una
rejilla que podría haber sido suficiente de haberse mantenido abiertas las
chimeneas.
Rejilla de ventilación sobre la puerta de entrada
a la cueva.
Pero la ventilación no se
producirá sólo desde la puerta, también se produce entre las tres chimeneas. En
el momento en el que los remates de las chimeneas estén a diferente altura
habrá entre sus bocas diferentes presiones que harán que el aire circule desde
las que tienen más presión, las más bajas por las que entra el aire, hacia las
que tienen menos presión las más altas por las que sale. Con una diferencia de
altura de sólo dos metros entre los remates de las chimeneas habrían sido
necesarios 0,026 m2 de hueco real, es decir, huecos de algo menos de
20 cm de diámetro. Durante la noche, al bajar la diferencia de temperatura
entre el interior y el exterior, esa ventilación por tiro natural se reduce o
puede anularse durante unas horas.
Este sistema de chimeneas y hueco
de la puerta asegura una continua y correcta ventilación. Es una pena que en esta
cueva se hubiera cerrado el tiro, supongo que pensando que así serían más
confortables o para evitar el riesgo de entrada de agua de lluvia o de insectos,
algo que se podría asegurar con un correcto remate.
Según me contaron, en las cuevas
se había sustituido la chimenea de hogar abierto, que usarían como cocina, por
una chimenea de tipo salamandra, para las épocas más frías del año. Sin
embargo, me dijeron que prácticamente no la usaban.
Estufa de hierro usada como calefacción.
Tuve ocasión de entrar en las
cuevas que estaban debajo de la mía. Aunque la rehabilitación era similar, al
tener encima muchas más toneladas de tierra, aunque la estabilidad térmica seguía
siendo la misma, la temperatura de la tierra a esa mayor profundidad almacenaba
también el frescor de los meses de primavera e invierno; en el interior la
temperatura del aire era tres grados más baja. Estoy seguro de que a un nivel
más bajo de cuevas, aún había dos niveles más, habría una temperatura que se
acercaría a los 16 o 18 ºC.
Aunque en esta segunda cueva
también estaban tapadas las salidas de las chimeneas, como la cueva era muy
grande y atravesaba la montaña, podían tener ventilación cruzada con aire de la
ladera norte, lo que aseguraría una buena calidad del aire permanentemente.
Siempre he defendido la necesidad
de rehabilitar la arquitectura popular más allá de lo que pueda exigir la
normativa, si queremos que permanezca entre nosotros con una nueva vida.
También que en ocasiones hay que hacer cambios importantes, como podría ser en
este caso actualizar la cocina e incorporar un baño moderno junto con todas las
instalaciones. Pero es imprescindible entender qué no se debe tocar, y aunque
estas cuevas seguían siendo perfectamente confortables y mucho más habitables
que antaño, no debieron eliminar la ventilación natural.
Anochecer
en Gorafe.