He tenido muchos alumnos que han
estudiado los aspectos bioclimáticos de las edificaciones populares. Muchos en
Madrid, con trabajos fin de máster, fin de grado, de profundización e
intensificación e, incluso, varias veces como tesis doctorales. Pero también
alumnos de otras ciudades y universidades españolas y extranjeras. Sus trabajos
han servido para una mejor comprensión del funcionamiento de estos edificios y para
recuperarlos para la sociedad, mejorando su habitabilidad sin perder sus
esencias patrimoniales.
Es el fruto de las semillas que voy
depositando en muchas conferencias, clases y cursos. Esos trabajos realmente me
hacen sentir bien, porque ver que se aprecian, no solamente los valores
patrimoniales, históricos y antropológicos de este tipo de arquitectura, sino
también sus aportaciones a la habitabilidad, la sostenibilidad y el diseño
bioclimático actual, es reconfortante.
Una de esas alumnas me hizo un
trabajo sobre la casa montañesa cántabra, en concreto sobre las viviendas con solana. Aunque he estado
en muchas ocasiones en Cantabria, decidí aprovechar un largo puente para hacer
un nuevo viaje a la montaña y ver de primera mano los aspectos que se
destacaban de esas viviendas en el trabajo.
Elegí como alojamiento una casa
popular transformada en posada en el valle del Pas por su ubicación centrada en
el territorio, idónea para moverme por Cantabria. La posada resultó ser un
lugar muy agradable, hogareño, donde siempre estaba bien atendido, rodeado de
libros de viajes. El terreno de la
posada llegaba hasta el río Pas, al que se accedía a través de un intrincado
bosque de bambús que advertía del carácter terriblemente invasivo de esta
especie, de rápido crecimiento y de indudables cualidades sostenibles. Se
trataba de un bambú de origen japonés llevado a la cornisa cantábrica por los
franceses para ser utilizado en las artes de pesca del atún. Pero no era sólo
eso, por casualidad, la posada resultó ser una de esas casas con solana que
quería visitar.
La solana de la
posada donde me alojaba. Tiene una singularidad que luego mencionaré en el
texto: el faldón y el alero de la cubierta no dan a la solana, sino que se
cubre con un tejadillo independiente. Como el edificio se rehabilitó para
transformarlo en alojamiento, tal vez se cambió la cubierta.
La solana es una balconada cerrada
lateralmente con dos gruesos muros cortafuegos de piedra, apoyados en unas
ménsulas que sobresalen del muro inferior. Su orientación debe ser la sur para
que sea una “solana”; de ese modo recibe la totalidad de horas de sol de los
días de invierno. Como los muros cortafuegos reciben la radiación solar por su
cara interior durante muchas horas, acumulan mucho calor y se convierten en
muros cálidos. También almacena calor la fachada de la vivienda que da a la
balconada. Como no suele ser tan gruesa y pesada, almacena menos calor, pero de
ningún modo es despreciable. Toda esa energía se va cediendo durante el día al
espacio de la solana, manteniendo un ambiente cálido y seco.
Como todas estas construcciones
utilizan mucho la madera para suelos y techos, y se calientan con fuego en
hogares abiertos, el riesgo y la realidad del incendio están presentes. De ahí
que esos muros de piedra se llamen cortafuegos, para evitar que se pueda
transmitir de una vivienda a su colindante, dado que es una tipología que puede
aparecer exenta, pero muy frecuentemente tiene medianerías con otros edificios.
Lógicamente los muros también protegen ese pequeño espacio del viento, que será
utilizado fundamentalmente para el secado y conservación de maíz y de otros
productos hortícolas.
Cantabria, situada entre dos regiones
ricas en tipologías variadas de hórreos, como son el País Vasco y Asturias, básicamente
carece de ellos, porque no los necesita, utiliza sus solanas. Únicamente quedan
hórreos en los valles de Las Ilces, Espinama, Pido, Polaciones, Herrerías y
Cabuérniga, donde no hay presencia de solanas.
Casa con solana
clásica, con un pequeño porche de piedra, en Comillas. En esta vivienda el bajo
cubierta se ha convertido en otra planta habitable, algo muy frecuente
actualmente.
La solana es uno de los modelos más
característicos de las construcciones populares cántabras, pero no es el único.
Todos evolucionan de la casa de piedra que empezó a afianzarse en la región, sustituyendo a las de madera,
hacia la Edad Media. En aquel momento era una construcción muy básica de forma
rectangular y una única planta; era la llamada casa llana. Tenía cubierta a dos aguas, con la fachada al hastial,
y un bajo cubierta que primero se utilizó como almacén para convertirse más
tarde en una auténtica segunda planta; muy frecuentemente tenían también un soportal.
La orientación del faldón cambió dando a la fachada principal, lo que permitió
que el alero creciera protegiendo a una balconada en primera planta; es el
origen de la solana. Bajo esa balconada, y protegido lateralmente por los
mismos muros cortafuegos que confinan la solana, aprovechando que está apoyada
en una ménsula y, por tanto, sobresale de la fachada, se forma el muy
característico soportal o un simple porche, que ya se intuía en las
construcciones más antiguas. De todas las casas con solana que tuve la ocasión
de ver, el soportal es el elemento que más ha sufrido y el que menos se
reconoce. Se supone que su progresiva desaparición fue consecuencia del empleo
de tractores y otros ingenios mecánicos para realizar las tareas agrícolas, en
lugar de los aperos tradicionales que se guardaban justamente allí.
En las fotos de esta
vivienda se ve en el lateral la gran zapata en la que apoya el muro
cortafuegos, sobresaliendo de la línea de la fachada. También se ve en la
planta baja el soportal con arcos, el más característico de todos estos espacios,
aunque ahora esté cerrado.
Ésta es una solana de
grandes dimensiones en Comillas. La planta baja conserva la piedra característica,
pero no tiene suficiente profundidad como para crear un porche.
Esta solana se ha
acristalado pero mantiene la estructura de la barandilla y las proporciones del
espacio. El cambio de uso, ya no es tan frecuente la necesidad de usarlo para
el secado sino más bien como espacio vividero, lleva a esas transformaciones.
En este caso pudo existir un soportal pero ahora es un simple porche.
En esta foto se ve lo
que probablemente fue una sola casa, con una solana grande entre dos potentes
muros cortafuegos. Posiblemente, en un momento determinado, tal vez al
rehabilitarse, se convirtió en dos viviendas. Las dos han mantenido la profundidad
del soportal original pero ha cambiado su uso al de garaje.
No voy a decir que no vi ninguna
construcción que rompiera la regla, porque mentiría, pero las construcciones
cántabras con solana están orientadas siempre al mediodía, dentro de un arco
solar entre el sureste y el suroeste, incluso los pueblos tienen trazados urbanos
que facilitan esa orientación. Es normal ver casas con solana donde la fachada principal
no da a la calle, sino al lateral, para recibir el sol del sur. Eso lo vi en la
propia posada en la que estaba y en otras próximas a mi alojamiento. También en
otras más alejadas pero en el mismo entorno, ya en el pueblo de Vargas, tras
cruzar el río Pas; todas en la misma calle carretera, con las solanas situadas en
un lado. En las tres solanas que tuve la ocasión de ver en Vargas se había
mantenido un soportal generoso, en la que observé en Castañeda ese porche era
pequeño, pero se mantenía el muro soleado y caliente, donde vi a los dueños
sentados apoyados en esa pared cálida, disfrutando del sol del otoño.
Solanas en los
pueblos de Vargas y Castañeda. Ninguna daba a la carretera, la calle principal
de estos pueblos, pero todas estaban bien orientadas, entre el sur y el
sureste. En la última foto el color, rojo y blanco, reduce la capacidad de
absorción de la radiación solar.
En el trabajo de mi alumna estaban
documentadas muchas solanas en Comillas, y allí me dirigí el primer día nada
más levantarme. Ya en Comillas, cuando iba caminando hacia el barrio donde
esperaba encontrar la mayor concentración de casas populares con solana, pasé
por delante de El Capricho. Lo había visitado en otras ocasiones, pero sólo
había podido entrar en el restaurante que en su momento ocupó el invernadero de
la casa. Actualmente se puede visitar el interior por completo y era una
ocasión que no podía desperdiciar.
Plantas baja y
primera de El Capricho
El Capricho es una de las pocas
obras de Gaudí fuera de Cataluña y una de sus primeras realizaciones, encargada
por un indiano, Máximo Díaz de Quijano; D. Máximo no era familia de Don
Quijote, aunque tenía algo de quijote por lo singular de la obra que encargó.
Imágenes exteriores
de El Capricho donde se aprecia la decoración naturalista, en forma de
girasoles y hojas, y las referencias musicales, como el pentagrama y la clave
de sol.
Gaudí tuvo presente la naturaleza
en todas sus obras, con formas orgánicas inspiradas en el entorno. En este
caso, la decoración de la fachada, con azulejos de girasoles, es un símbolo de
la casa, que si bien no gira con el Sol deja que sus rayos la bañen de una
forma inteligentemente pensada.
Fotos de los azulejos
con girasoles y hojas que decoran la fachada.
Pero el edificio no es solo un
canto a lo natural, como en toda la obra de Gaudí, sino un ejemplo de
eficiencia energética. Cada espacio, según su orientación, la radiación y la
luz que recibe, cumple una función: si le da el sol de la mañana por estar al
este, el dormitorio, si siempre tiene radiación difusa por estar orientado al norte,
el estudio y el gabinete, para que no haya deslumbramiento, si recibe el sol
bajo y molesto del oeste, suroeste y noroeste, el vestíbulo, la entrada y la
sala de fumar. El edificio se adapta al sol.
Esquema bioclimático
del diseño de la casa basado en el movimiento del Sol, mostrado en uno de los
plano.
También los huecos están
diferenciados. En las habitaciones más cálidas hay una única carpintería, pero
en las más frías hay una doble ventana, una originalidad para la época; en
ambos casos son de guillotina para no molestar con el abatimiento. Las
protecciones, dado que no son necesarias para protegerse del sol, ya que son
huecos a norte, tienen una función de aislamiento térmico al crear cámaras de
aire entre ellas y el vidrio. Las hay plegables de librillo pero también
enrollables, pero en posición vertical, no en horizontal como las actuales
persianas.
Los dos tipos de
persianas de las ventanas de El Capricho, abajo enrollable en vertical
en el salón, y arriba plegable de librillo en el estudio.
El sistema fundamental de
calentamiento es el invernadero, en el centro de la vivienda dando al sur, que
se complementa con un sistema de aire por el suelo, cual hipocausto, y unas
pequeñísimas chimeneas escocesas en los dos extremos de la casa. Una auténtica
casa solar.
Esquema del sistema
de calentamiento por aire caliente a través del suelo, y foto de una de las
rejillas de admisión.
Las dos chimeneas
escocesas están colocadas en los dos externos del edificio, las esquinas NE y
NO exactamente.
Después de salir admirado y siempre
sorprendido de la obra de Gaudí, me adentré en las irregulares calles de
Comillas, con la imagen presente al fondo de la Universidad, magnífica obra de
Lluis Doménech y Montaner, pero que queda ensombrecida por El Capricho.
Como ya sabía, descubrí un gran
número de viviendas con solana, respondiendo a tipologías con matices que las
hacían diferentes entre sí. Estas diferencias podrían hacer pensar que no es una
tipología homogénea, pero no es cierto, esas diferencias me mostraron la
riqueza de aspectos que puede tener un modelo de arquitectura vernácula que
funciona y se ha ido adaptando con el paso del tiempo a necesidades cambiantes.
Casa con una solana acristalada
para usarse como espacio vividero, entre una balconada convertida en galería y
otra en su estado original.
Casa con una solana
muy profunda, ahora usada como terraza.
El soportal de esta
casa, en forma de porche, está inutilizado por su uso como garaje y por donde
ha colocado el Ayuntamiento los recipientes de reciclado de basura.
Solana en la que la
pared del fondo no es de piedra sino de ladrillo, aunque los cortafuegos siguen
siendo de piedra.
En esta vivienda no hay
realmente solanas, ya que carecen de muros laterales de piedra. En su lugar
tiene tabiques más ligeros. Serían las casas con balconadas, una de ellas ya
transformada en galería acristalada. Aunque no sean solanas, estas galerías
actuan como espacios protectores de la fachada gracias al efecto invernadero
que se produce en ellas.
En esta casa con solana la
vegetación ha colonizado todo el lateral; el aspecto es muy atractivo, aunque
no funciona como en origen, no se calienta. No tiene soportal, solamente
dispone de un pequeña zona cubierta por la solana.
Ejemplos de solanas
de dos plantas, varias de ellas transformadas en galerías acristaladas al
cambiar de uso.
El color blanco de estos
espacio altera enormemente el funcionamiento de la piedra, que necesita de su
color natural para absorber la radiación solar.
Las viviendas con solanas más ortodoxas son de dos plantas,
la baja con el soportal, la primera con la solana, y un bajo cubierta
adicional, a veces ocupado también como vivienda. Pero como es lógico hay
viviendas con más plantas, incluso con varias solanas, una encima de la otra, aunque
nunca en fachadas diferentes, porque sería incongruente.
Viviendas con dobles
solanas
La planta de las viviendas suele ir
de cuadrada a rectangular, con una proporción máxima de 3 a 1. Son
relativamente pequeñas, con frentes entre 10 y 15 metros, lo que da una
superficie por planta entre 100 y 250 m2. En general la fachada suele estar en el
lado corto, por lo que son profundas y arropadas del frío.
Plantas, baja y
primera, y alzado de una casa con solana
Dada la estructura parcelaria
anárquica de los pueblos, algunas son trapezoidales, pero nunca tienen más de
cuatro lados, ni patio. El patio es una estrategia bioclimática de enfriamiento
propia del sur de España, heredada de los sumerios y aportada por los árabes.
Aquí no tendría ningún sentido, ya que la vivienda perdería compacidad. La
forma, que casi se puede embeber en un cubo, las medianerías y esa ausencia de
patios, les proporciona la compacidad necesaria para no perder por la envolvente
el calor que necesitan.
Aunque no tuve ocasión de ver la
configuración interna de los muros cortafuegos, la documentación se refiere a
ellos como frogas, es decir, una fábrica de ladrillo recubierta por dos hojas
de sillería. Tal vez en lugar de ladrillo sea un simple relleno de cascotes y
piedras.
Los materiales empleados son muy
básicos, como en todas las construcciones populares, y son los propios de
lugar. Lo habitual en el interior de la región es la piedra arenisca de cantera
para los sillares, pero también se usa, aunque más en la costa, la piedra
caliza.
El establo, a diferencia de lo que
ocurre en las casonas vascas o en las pallozas gallegas, se encuentra en un
edifico independiente, separado de la vivienda.
La solana suele ser pequeña para
que el efecto del calor almacenado en los muros y su efecto cortaviento sean
más eficaces. Su profundidad suele oscilar entre 75 cm y 2 m, que se incrementa
con el vuelo de la cornisa, nunca menor de medio metro pero que puede llegar a un
metro. Cuando se ven solanas grandes, en grandes casonas, me hace pensar que no
se usaron para conservar el maíz, sino que fue simplemente una referencia
arquitectónica tradicional, un recuerdo de antaño, pero tal vez me equivoque.
Arriba una
solana grande y abajo una pequeña empleada como tendedero.
Hay otros modelos donde la solana
se sustituye por un balcón volado, sin protección lateral, o donde la solana o
los mismos balcones se han convertido en galerías acristaladas, que si bien
generan un espacio de protección, confortable y aumentan el área habitable,
pierden el uso de ese espacio primitivo como almacén secador, tal vez por
innecesario hoy en día. Siempre podrán convertirse en una terraza o en un
balcón soleados.
Un conjunto de
solanas completamente acristaladas.
Solanas aisladas
acristaladas.
En este caso se trata
de balconadas acristaladas.
También hay modelos en los que la
balconada sirve de acceso a la planta primera mediante una escalera exterior,
lo que también modifica su uso.
Solana a la que se accede a
través de una escalera exterior.
Después de comer fui hacia los
pueblos situados más al oeste, con la intención de terminar en El Soplao, una
cueva natural de singular belleza fundida con las galerías de una mina. Por el
camino pasé por muchos pueblos y aldeas, y en cada uno de ellos pude ver algún
ejemplo de solana o de sus antecedentes, concretamente de las casas con pajareta.
Dibujo de una posible
casa con pajareta, sobre una planta baja con porche
La casa con pajareta puede que
fuera el antecedente de la casa con solana, ya que tiene dos plantas pero en la
superior lo que hay es una balconada, con aspecto de hórreo ya que podía estar
cerrada con una celosía para almacenar los productos cosechados. Esta evolución
hace pensar que primero desapareció el hórreo con la casa con pajareta, y luego
de ahí pasó a la casa con solana. También es fácil imaginar una línea evolutiva
diferente en la que se sustituyó la pajareta por una galería acristalada, como
tienen hoy en día muchas viviendas cántabras. No tuve ocasión de ver ninguna
pajareta completamente cerrada con celosía pero me puedo imaginar su aspecto
viendo las galerías.
Alguna de estas solanas
actuales nos recuerdan lo que pudieron ser las pajaretas
Finalmente llegue a la Cueva del
Soplao. El nombre proviene del efecto de viento que se produce en el interior
de una mina cuando las galerías atraviesan grandes cuevas naturales, como era
ese caso. Las galerías sólo se podían recorrer someramente, pero las cuevas sí
se veían y en ellas un curioso espectáculo de formaciones geológicas que no
había tenido ocasión de observar en otros lugares: las formaciones no gravitacionales.
Lo habitual es ver formaciones gravitacionales, es decir, la gota de agua
caliza cae formando la estalactita en el techo y la estalagmita justo debajo.
En este caso las formaciones no respondían a la gravedad y formaban curiosas
estrellas de infinidad de picos, surgiendo en todas las direcciones. A día de
hoy, aunque haya varias teorías, no se entiende realmente como se producen.
Desde allí seguimos hasta otros
pueblos, como Pechón y Prellezo, pero no sin antes sufrir enormemente porque en
el coche en el que íbamos el nivel de gasolina estaba al mínimo y teníamos que
atravesar las montañas cántabras buscando una gasolinera. Finalmente, gracias a
Google, que nos ayudó a elegir la más próxima, pudimos llenar el depósito
cuando quedaban 17 km de autonomía; todo un alarde de precisión. Antes de
llegar a Pechón nos pudimos parar para ver el espectáculo de la ría de Tina
Menor.
Ría de Tina Menor,
estuario en la desembocadura del río Nansa.
Tras ese recorrido acabamos en San
Vicente de la Barquera, aún con algo de luz para subir a lo alto de la ciudad
antigua, la Puebla Vieja, y ver el Castillo del Rey, el ayuntamiento y las
marismas de Rubín en la desembocadura del río Escudo.
Marismas de Rubín.
Allí, en lo alto, encontré una casa
con solana muy cuidada, con una singular cubierta a cuatro aguas y unos
rotundos cortafuegos, pero sin porche. Acabamos el día en el pueblo delante de
un contundente arroz caldoso y una botella del albariño.
Casa con solana en lo
alto de la población de San Vicente de la Barquera, con lo que probablemente
fue un porche y ahora cerrado e incorporado a la planta baja.
Otro edificio con
solanas urbanas en la población de San Vicente de la Barquera, éste sí con el
porche operativo
El día siguiente lo comenzamos
visitando el mercado de productos regionales de Liérganes, pueblo en el que
esperaba encontrar también casas tradicionales, como así fue. Antes de meternos
en el pueblo en busca de su patrimonio hicimos compra de productos regionales
en el mercado, legumbres, anchoas, dulces y, sobre todo queso, que dejaron un singular
y profundo olor en el coche que nos acompañó el resto del viaje.
"Puente Romano" de
Liérganes.
Una vez realizada esa apetitosa
compra pasamos al barrio donde está el casco antiguo del pueblo, atravesando el
llamado Puente Romano, aunque no tiene nada que ver con los romanos ya que fue
diseñado por Bartolomé de Hermosa en 1587; muy lejos de los romanos como se ve.
Al otro lado del puente había un antiguo molino fluvial, que funcionó hasta el
siglo XIX, donde se había montado una exposición sobre una de las leyendas
locales más famosas: el hombre pez de
Liérganes. La leyenda dice que uno de los cuatro hijos de Francisco de la
Vega y María de Casar, al fallecimiento de su padre se fue a Bilbao a aprender
el oficio de carpintero. Estando allí un día se fue a nadar y desapareció entre
las aguas. Tras cinco años se empezó a afirmar que se le había visto en
Dinamarca y en el Canal de La Mancha. Poco después unos pescadores andaluces
creyeron ver a un ser, entre hombre y pez, en sus costas. Tras capturarlo apreciaron
que era un hombre con escamas y agallas respiratorias que apenas hablaba. Fue
capaz de pronunciar la palabra liérganes,
que nadie supo que quería decir hasta que un cántabro residente en Cádiz
explico que había un pueblo con ese nombre. Le acompañaron a Liérganes dónde,
nada más llegar fue a la casa de sus padres, donde su madre lo reconoció al
instante. Allí vivió tranquila y discretamente hasta que, nueve años después, volvió
a desparecer, esta vez para siempre en el mar. Probablemente lo que padeciera
ese hombre era de ictiosis, una enfermedad que vuelve seca y escamosa la piel,
como la de un pez. En Liérganes hay varias esculturas dedicadas a este curioso
personaje de leyenda.
El pueblo, leyendas y mercados
aparte, tiene un patrimonio de viviendas populares muy interesante;
prácticamente todas las casas del casco antiguo son populares según diversas
tipologías, antiguas casas con pajarera, con balconada y con solana, que fui descubriendo
ese cálido día otoñal según paseaba por sus calles.
Lógicamente también probé la
gastronomía local comiendo en el gran patio ajardinado de una posada. Ya había
probado el cocido montañés en Comillas y allí probé el cocido lebaniego,
contundentes ambos. Siempre he defendido que una forma de entender un lugar, a
sus gentes y sus tradiciones es también por la gastronomía, y que incluso,
entender la gastronomía ayuda a entender sus construcciones. Resulta más fácil
imaginarse a alguien protegido por esos grandes muros de piedra, al fuego del
hogar, comiendo legumbres con su compango, más o menos sofisticado, que consumiendo
una ensalada César.
Casas con galería y
con solana en Liérganes.
En esta vivienda en
Liérganes se ve como han cerrado lateralmente la balconada con vidrios para que
actúen de cortavientos.
Las casas con solana tienen un
ambiente interior muy similar al de otras construcciones españolas de piedra. Su
aislamiento térmico es escaso o más bien inexistente. Sus muros de piedra de 60
o 65 cm de espesor no aportan suficiente protección térmica; su transmitancia
térmica oscila entre 1,80 y 1,90 W/m2·K. Incluso la cubierta de
tejas sobre entablado de madera, con viguetas de castaño es aún peor, más de
2,20 W/m2·K. Cuando la casa está exenta ese muro de piedra pierde
mucho calor, y el ambiente interior es frío y necesita del calor de un hogar o
de una instalación de calefacción. Si está entre medianerías la protección de
las otras edificaciones reduce esas pérdidas de calor y la casa es menos fría.
Sin embargo, en verano la masa térmica que aportan los muros convierte a las
viviendas en frescas y confortables, sin mayores añadidos.
Imágenes del espesor
de los muros cortafuegos de las casas. En la última se ve perfectamente el
soportal, ahora cerrado.
Sin embargo, el clima de Cantabria
es benigno y eso permite que estas construcciones, que no son eficientes
energéticamente, funcionen razonablemente bien. Su mayor problema es la humedad,
que es alta por la presencia del mar y de los vientos del Cantábrico, con
humedades relativas que oscilan entre el 70 y el 76% de media a lo largo del
año. A cambio, la temperatura en las zonas costeras es suave con medias de
mínimas que casi nunca bajan de 10 ºC, aunque puntalmente puedan bajar de cero.
Sin embargo, más al sur de la Comunidad hay un efecto de continentalidad
marcado, más propio de Castilla, que genera una oscilación de temperaturas
mayor entre el día y la noche. Esas benignas condiciones climáticas han ayudado
a que se conserven funcionales muchas construcciones tradicionales.
Aproveché por la tarde para
acercarme al Centro Botín de Santander, obra de Renzo Piano recién inaugurada,
pero no vi en ella los encantos que había encontrado en la arquitectura
vernácula, ni la eficiencia y el cuidado por los detalles de El Capricho. Se
trata de un edificio con dos grandes bloques, interesantes, pero en el que los
detalles dan la sensación de que no se han cuidado suficientemente. Sin duda
será un reclamo futuro para Santander, como lo son todas esas obras de autor,
pero no pasará a la historia de la arquitectura.
Para ver el interior, el día
anterior había reservado unas entradas por Internet. Me encontré con una exposición
de una pintora que desconocía, la etíope Julie Mehretu, titulada Una historia universal de todo y nada.
Tengo que reconocer que los dibujos que había en la primera planta de la exposición
no me gustaron nada, más bien me indignaron,
pero cuando subí a la segunda planta y vi sus cuadros de gran formato mi
impresión cambió por completo. Era una obra muy interesante en la que se crean capas
superpuestas que hay que ir entreviendo acercando la cara al cuadro casi hasta
tocarlo; una capa de línea de tinta donde se muestra arquitectura salida de un
antiguo papel vegetal, en el que dibujábamos antes nuestros proyectos. Sobre
ella una capa de líneas geométricas coloristas, y sobre todas ellas otras
manchas abstractas que unifican o, tal vez rompan, todo lo anterior. Al verlo
tuve el recuerdo de las cuevas de Altamira, el mejor patrimonio de estas
tierras cántabras, donde también se superponen capas, la de la piedra, la de
los pigmentos y la del tiempo. Aunque no parece que esas obras tengan nada que
ver entre sí, yo les vi parecido; en ambos casos hay que buscar la imagen
oculta tras el soporte.
Fotos del moderno
Centro Botín de Santander.
Vista del mar desde
el interior, sobre el que vuela el edificio.
Como conclusión puedo decir que es
un patrimonio vivo gracias al clima benigno, que no exige grandes innovaciones ni
singularidades a su arquitectura. A pesar de ello pienso que las viviendas necesitan
rehabilitarse para adaptarlas a las exigencias actuales. Deberían mejorarse las
carpinterías, tal vez poniendo las dobles ventanas que ya instalaba Gaudí en El
Capricho, y aislar térmicamente la cubierta. Los muros cortafuegos los dejaría
tal y como están para que no perdiera inercia la vivienda, sobre todo si están
entre medianerías.
Sé que he recorrido una fracción
pequeña de Cantabria y que hay muchos más pueblos llenos de solanas a los que
no he llegado, pero no conviene exprimir todas las posibilidades de una tierra
en una visita. Habrá más.