viernes, 29 de mayo de 2020

DIFERENCIAS ENTRE DOS CABAÑAS DE MADERA: LA ISBA RUSA Y LA VIVIENDA POPULAR RUMANA
























Aprovechando este periodo de confinamiento, al disponer de un tiempo libre que no puedo dedicar al ocio en el exterior,  voy a escribir sobre las semejanzas y las diferencias, desde la óptica de la sostenibilidad y la habitabilidad, de dos tipologías de arquitectura la popular que pueden parecer muy similares, pero que tienen sus diferencias. En realidad son dos cabañas de madera muy sencillas, una es una isba, que es la cabaña típica del norte de Rusia, y la otra es una de las cabañas tradicionales rumanas de Transilvania. 
 
Cabañas de madera 
En ambos casos el recurso natural es el de la madera gracias a los extensas bosques de los que disfrutan en esas zonas que, por otro lado, es un recurso sostenible, material que no se agota con su uso, lo que las hace partir de una posición favorable a ambas como para considerarlas construcciones sostenibles.
Plantas de las cabañas
El tamaño y la forma pueden ser casi los mismos, forma rectangular, una planta, cubierta a dos aguas con teja de madera y el uso casi exclusivo de la madera en su construcción. ¡Y en ambas hay una potente fuente calor interior, una gran estufa u horno, alma estructuradora del conjunto! Pero tienen sus matices.
La isba se extiende por un territorio indudablemente frío en todas las épocas del año. Allí no se puede hablar de un estío caluroso, como mucho se pueden reseñar algunos días cálidos en pleno verano. En Transilvania los inviernos serán frío, incluso muy fríos, con temperaturas bajo cero, pero a cambio tendrán un verano caluroso.
Cuando el clima es predominantemente frío, lo que interesa es construir con acabados de madera. La madera tiene una difusividad térmica baja por lo que acumula la energía muy lentamente, casi se puede decir que no almacena la energía y deja que ésta permanezca en el aire. Cuando un edificio se va a calentar con un combustible, en ambos casos van a quemar biomasa, interesa que se gaste poca, y esa incapacidad para almacenar energía de las paredes de madera permite que sólo se gaste energía en calentar el aire, que es muy poca. Una habitación de 5 por 6 metros de planta y 2,5 m de altura, con un volumen de 75 m3 necesita de 90 kJ para subir un grado su temperatura. Si aplico esa cantidad de energía a un muro de ladrillo de 5 x 2,5 m y 12 cm de espesor sólo subiría su temperatura en 0,03 ºC.

Si más adelante no hay verano, o el verano no es caluroso, no pasa nada, pero si llega un verano caluroso la energía que entre en la vivienda tampoco se almacenará en las paredes y se quedará en el aire generando un sobrecalentamiento insoportable.

Por eso las isbas son de muros de madera con el acabado también de madera, mientras que las cabañas rumanas cubren esa madera con un enlucido de barro y cal que, al aportar algo más de masa que hay que atravesar para llegar a la madera, les dará unas mejores prestaciones en verano. Para que estas casas rumanas sigan funcionando bien en invierno cubren esas paredes con algo parecido a tapices, las alfombras de pared, con un comportamiento parecido a la madera, que luego retiraran en verano.   
 Interiores de la cabañas.
En ambos casos hay una gran estufa, más o menos en el centro, que producirá el calor que necesita la casa. Esa estufa en el caso de la isba, es también cocina, horno e incluso soporte para la cama. Sin embargo, en las cabañas rumanas la cocina y el horno son elementos independientes que se conectan con la estufa. También es independiente de la cocina el horno, a diferencia de la estufa rusa, donde todo se junta. Como en Transilvania hace mucho calor en verano, para que la cocina no caliente el interior en esa época del año, ya que tiene poca masa, sólo el pequeño recubriendo de las paredes, suelen tener una cocina de verano fuera de la casa.
Cocina de verano rumana
Estas estufas/cocinas/horno, son muy grandes y pesadas, y en ambos casas lo más importante es que tengan una gran inercia térmica para que mantengan el calor del cocinado durante todo el día. La estufa rusa, que es mucho más grande, puede admitir incluso una cama encima, para niños o ancianos.      
 Cocina y horno.
Hay poca compartimentación en ambos tipos de cabaña, pero vivienda rumana dispone de un vestíbulo, situado generalmente en medio, donde se ubica el horno. La cocina puede estar conectada al horno y está en una de las habitaciones, que también se usará como dormitorio. Al otro lado del vestíbulo hay otro dormitorio. En la isba no hay compartimentación, es todo un único espacio, separado virtualmente por unos estantes colgados del techo que señalan zonas infranqueables.
Compartimentación  del espacio.

LA ISBA
Los rusos, hasta la época soviética, han vivido en construcciones de madera, incluso en las ciudades, de mayor o menor tamaño según su importancia, pero normalmente de una o dos plantas nada más. Una de esas construcciones es la isba.

De una forma general se puede decir que la madera es un material de construcción abundante, económico, ecológico y versátil, se obtiene de forma natural y es el único material que crece y que, por tanto, es renovable y, por ende, sostenible.

Las maderas locales empleadas en Rusia son sobre todo de abedules, pinos, piceas y robles. El control de la madera y de los bosques era fundamental para las comunidades rurales; de hecho, la abundancia de esos recursos era el argumento decisivo a la hora de elegir un asentamiento. La madera será material contractivo, combustible y la base de sus herramientas. Hay un rasgo común en toda esa arquitectura y es que los troncos y tablones de madera están ensamblados sólo con cortes de carpintería, sin clavos ni ningún otro tipo de elemento metálico que se pudiera usar para unir las piezas; el coste del metal y la oxidación eran los motivos.

Pero la isba, o izba, es algo más que un hábitat, es todo un mundo en sí misma, con sus propias leyes, enigmas y supersticiones imbricadas en la tradición rusa más profunda. Aunque actualmente los rusos viven en modernos pisos, todos conocen lo que es la casa de madera tradicional de los campesinos, ya que la historia de la isba nos puede decir mucho de la historia de Rusia. El nombre de isba proviene del antiguo ruso y quería decir “el que se calienta”.

Las isbas más antiguas, anteriores al siglo XIII, estaban semienterradas en un tercio de su altura, sin cimientos. El suelo era de tierra desnuda, todavía no de tablas como se hizo más tarde, porque eran caras y complicadas de conseguir. El espacio de la isba se compartía con los animales domésticos, a los que se situaba cerca de la entrada, en un pequeño recinto cerrado por un tablón y una cortina de tela.
Isba a la orilla del Volga.
Con el paso del tiempo fueron añadiéndose otras mejoras, como una cimentación de piedra y tejados con gruesos largueros de madera cortada y ensamblada. Más tarde, aparecieron las bisagras metálicas para las puertas y se abrieron ventanas más grandes.

Como alguien ya ha dicho con anterioridad, las isbas del norte de Rusia no son sólo una casa, son completas unidades de soporte vital para la familia y sus animales durante el duro y largo invierno, y la fría primavera. Como un arca de Noé que viaja, no en el espacio, sino en el tiempo, de generación en generación, de calor en calor, de cosecha en cosecha. En ese arca se guarda todo, era vivienda para las personas, establo y corral para el ganado y las aves, almacén para los alimentos, todo ello bajo la protección de poderosas paredes de troncos. A veces, bajo la planta baja había un espacio semienterrado destinado a almacén, bodega y corral. Cuando el terreno estaba en pendiente, se elegía la zona más alta de la parcela para poder excavar ese semisótano donde preservar los alimentos de la congelación. Meses más tarde, en verano, se usaba como refrigerador para la leche y productos perecederos.

La herramienta de construcción era básicamente el hacha, aunque también se utilizaban sierras para cortar los tablones. Las maderas que se utilizaban eran sobre todo pino, casi siempre, y abeto; las llamadas “maderas cálidas”, las más aislantes. El roble era muy apreciado por su resistencia, pero por ello era duro, pesado y difícil de procesar. Se usaba sobre todo para las esquinas de apoyo, para bodegas o para estructuras en las que se necesitaba una resistencia especial, como molinos, pozos o almacenes de sal, y no tanto como aislamiento. No se solían usar abedules, aunque son árboles muy abundantes, porque los habitantes de casas construidas con madera abedul decían que tenían náuseas, dormían mal o incluso perdían el pelo; habría que estudiar si esa madera desprende algún tipo de sustancia causante de esos problemas.

Cuando se terminaban de superponer los troncos en las fachadas, encima se colocaba una viga de sección cuadrada para apoyar la cubierta. En el espacio entre la línea del umbral y el techo, se colocaban estanterías de diversos anchos, o plataformas para guardar objetos y compartimentar virtualmente el espacio.

La decoración exterior fue al principio escasa o incluso inexistente, sobre todo en las casas pobres, pero con el tiempo empezaron a decorar dinteles y jambas de puertas y ventanas, tallando la madera con motivos de flores, animales y símbolos alegóricos del Sol. Esa decoración con elementos animales, como las patas de las aves de corral, era muy frecuente; se dice que los cuatro soportes de madera colocados en las esquinas que levantan la casa para evitar el contacto con el suelo húmedo y crear un forjado sanitario, representan las patas de uno de esos animales. Baba Yaga, la bruja arquetípica eslava, vive en una isba que se apoya sobre patas de pollo.
Adorno en forma de cabeza de caballo.
Las ventanas inicialmente fueron sólo pequeñas aberturas para ventilación, cubiertas con tablones o pieles de animales. Únicamente a partir de los siglos XVIII y XIX se empezaron a decorar las jambas y a usar vidrios, que aunque se conocían desde antes eran objetos de lujo.
Ventanas o ventanucos
Las ventanas, como en todos los climas fríos, eran pequeñas para preservar el calor. Se cerraban con un lienzo engrasado o una piel seca de estómago de vaca. Sólo en las casas muy ricas se cerraban con planchas de mica, que las hacía parecer como vidrieras. A veces, en invierno, se utilizaban planchas de hielo, bien cortándolas del río, como se hace en los iglús, o bien congelándolas directamente, lo que permitía que fueran más finas. Aunque el vidrio se conocía desde la Edad Media, el pueblo ruso no lo utilizó hasta el siglo XIX. Sin embargo, nunca se privaron de decorarlas con marcos y contramarcos coloridos y originales.

El espacio habitable era una única habitación y no muy grande, con paredes de entre 4 y 6 metros de largo como mucho. En la habitación de la isba típica vivía toda la familia, abuelos incluidos, y en ella cocinaban, comían, trabajaban y dormían. En la mayoría de las isbas podían convivir hasta 10 personas, así que solían estar abarrotadas. Por las noches, los anchos bancos que bordeaban interiormente la habitación servían de camas, de hecho no había otro sitio para camas. Pero había un lugar especial, de lujo, para colocar la cama, encima de la estufa, en una plataforma superior. Allí dormían los ancianos o a veces los niños.
Banco para dormir
Y llegamos al corazón de esa habitación y de la isba, la estufa u horno, pech (пэчь) en eslavo. La estufa u horno era el elemento fundamental de la isba. Dado su peso, se asentaba en el suelo y era lo primero que se construía. A partir de ese punto se seguía edificando la vivienda, a veces poco más que una pequeña habitación, en otras ocasiones con un tamaño más significativo. Ese horno servía para calentar y para cocinar, de dormitorio e incluso de baño.
Cocina/estufa/horno/cama
Estas estufas se construían de ladrillo o tierra, sobre una base asentada directamente en el terreno para que la casa no se incline hacia ese lado por su peso, que puede ser de más de dos toneladas.

En su diseño había una zona de horno, otra para el cocinado y múltiples huecos para conservar alimentos u objetos calientes. Para colocar la cama en la parte superior era necesario tener un espacio plano y puntos de acceso a modo de escalones, que podían ser parte de la propia estufa. Alguna de gran tamaño podía servir como baño incluso.
Cama sobre un horno.

Las estufas tienen una gran masa térmica y un diseño que permite mantener el calor durante mucho tiempo. El aire caliente se canaliza a través de un laberinto de conductos formados entre las capas de ladrillos. Hay que generar mucho calor en su interior, pero evitando que queme, por eso, dado que se van a apoyar, sentar o tumbar sobre ella, en muchos casos las zonas más profundas y calientes están separadas del ladrillo externo por una capa de arena o gravilla, que aislara, permitiendo conservar el calor pero evitando que quemara. El humo finalmente, antes de expulsarlo al exterior, se podía utilizar para llenar una cámara donde ahumar los alimentos.


Sección de un horno con plataforma superior para cama.
Los ancianos y enfermos dormían sobre la estufa y el resto de la familia en los bancos o en el suelo, bajo sábanas de fieltro, con la cabeza hacia la esquina de los iconos. No se usaban almohadas, eran objetos de lujo. Sólo en la segunda mitad del siglo XX empezaron a usarse mantas en las casas populares. De día se recogía la ropa de cama y se enrollaba y colocaba en los altillos o en los estantes que servían para separar visualmente el espacio.

Diferentes huecos para cocinara mayor o menor temperaturas y para mantener calientes los alimentos.

Como combustible se usaba la madera de pino o abedul preferentemente. La madera de chopo era la menos eficiente, porque tiene menor poder calorífico, más o menos el 50% del que tiene el pino, por lo que se necesitaba el doble de cantidad.


Dentro de la isba, el lugar de la madre de familia estaba junto a la estufa. De hecho, aunque fuera un solo y único espacio habitable, el uso de cada uno de los rincones estaba perfectamente establecido. En el rincón de la mujer estaban sus utensilios de tejer y sus labores, los utensilios de cocina, morteros, lechera, cubo del agua, pala del horno, ollas de hierro fundido o vasijas de barro. También toallas, trapos, barreños, cucharones, tazas, platos, todos ellos de madera. Había una barrera psicológica que separaba ese espacio del resto, una estantería elevada. De un lado a otro de la habitación, por encima de las cabezas, se colocaban vigas planas que funcionaban como estanterías, las llamadas polavochniki, creaban esa separación virtual de las zonas y servían para guardar artículos del hogar.

Los hombres no podían acercarse sin necesidad a la esquina femenina, aunque estuviera a dos o tres metros de distancia solamente y se vieran perfectamente porque entre medias no había nada; la aparición de un extraño en ese espacio se consideraba inaceptable. Durante el emparejamiento, la futura novia tenía que permanecer allí sin moverse, aunque escuchando la conversación.

En diagonal con la estufa, en el extremo más alejado, se situaba la esquina roja, la esquina bonita, porque rojo significa bonito, el lugar principal de la isba, casi sagrado, generalmente bien iluminado por ventanas y el mejor decorado. En él se colocaban los iconos y una lámpara colgada del techo que se llamaba santa. La esquina roja se mantenía siempre limpia y adornada con paños bordados, cuadros o grabados. En los estantes, los artículos del hogar más hermosos, la mejor vajilla, los objetos más valiosos.
Esquinas rojas o bonitas de dos isbas
Bajo los iconos se situaba el lugar del padre de familia, en un banco, junto a la gran mesa familiar que a veces tenía ruedas para que se pudiera mover. Nadie podía empezar a comer hasta que no lo hacía el padre; a los abuelos se les solía servir la comida en su litera sobre la estufa. Ese rincón de la isba era el lugar de trabajo del padre de familia, donde se dedicaba a los trabajos de reparaciones o fabricación de utensilios, calzado, cuerdas, tazas, herramientas, taburetes, trineos, etc.
Foto de un taller

Todos los acontecimientos familiares tenían lugar en la esquina roja. Durante la cosecha, la primera gavilla era cortada por la mujer de mayor edad, se decoraba con flores, se llevaba a la casa con canciones y se colocaba en la esquina roja bajo los iconos para que diera salud y bienestar con su poder mágico. Cualquiera que entrara en la casa lo primero que hacía era quitarse el sombrero o gorro e inclinarse hacia los iconos de la esquina roja.

El rincón de la estufa sin embargo se consideraba un lugar sucio y a veces se cerraba con una cortina o una mampara, formando una diminuta habitación, casi un armario. Cuando había invitados, normalmente en verano, o en fiestas como bodas, se colocaba una segunda mesa en el rincón de la estufa, pero sólo para mujeres, mientras que los hombres se sentaban en otro rincón, la mencionada esquina roja.
  

En esta isba se ve la cortinilla colgado de la viga estantería, para crear esa pequeña habitación junto a la estufa.
Una isba de la isla de Kirzhi, con un huerto en un lateral.

RUMANIA
Las construcciones populares rumanas no parecen responder a un modelo único, sin embargo, sí tienen elementos comunes. El primero es lógicamente la madera, el material más abundante, el que mejor se adapta de forma genérica a su clima y el que mejor trabajan. Es rara la construcción que no emplee mayoritariamente la madera, incluso cuando usan el adobe en los muros o la tierra en los suelos, algo poco frecuente, también hay madera en la cubierta. Desde esa visión puedo decir que las construcciones populares rumanas son sostenibles porque utilizan un material sostenible, inagotable, si se usa bien, como es la madera. Pero quedar todo ahí, hay algo más.

Junto con la madera, el tamaño y la forma también son aspectos comunes en las casas populares rumanas. El tamaño es relativamente pequeño, generalmente en una planta con sótano de acceso exterior si el terreno lo permite. El otro aspecto es la forma de su planta, siempre rectangular, con la entrada por el centro dando a un vestíbulo. A cada lado del vestíbulo una habitación que pueden ser dos dormitorios, un dormitorio y un estar, o un dormitorio y la cocina. La cocina, al ser la zona más cálida de la casa, puede usarse también como dormitorio y reservarse para madres con niños pequeños. Las habitaciones pueden ser de tamaños desiguales pero es más frecuente que sean iguales. En ocasiones en el vestíbulo central se coloca un horno de pan, que además repartirá el calor hacia ambos lados.

La cubierta es siempre inclinada, habitualmente a dos aguas, con una pendiente importante para evitar la acumulación de nieve y el riesgo de sobrepeso. Está formada por un entablamento de madera sobre el que se colocan casi siempre tejas de una fina madera. En ocasiones usan paja y raramente cerámica. Hay un bajocubierta, ya que siempre usan falsos techos en las habitaciones. Ese espacio, al que se accede por trampillas desde el vestíbulo o los porches, aísla térmicamente la casa y sirve de almacén.
Tejas de madera sujetas con clavos también de madera.

El calor lo da la cocina y, si la vivienda tiene recursos, una o varias estufas de azulejos en las habitaciones. Las estufas de azulejos son sistemas de calentamiento muy utilizados en Centroeuropa. Consisten en grandes elementos masivos en cuyo interior se produce la combustión, sin que haya contacto del humo, que se expulsa directamente, con el aire de la habitación. Tampoco suelen utilizar el aire de la habitación para obtener el oxígeno necesario para la combustión. Incluso, en ocasiones la entrada de combustible se produce desde el exterior o desde otra habitación para hacer aún más hermético al aparato. La base de su funcionamiento es la masa y la inercia térmica que aportan cuando se calientan, por eso del uso de recubrimientos muy densos como los azulejos.

Cocinas con grandes elementos acumuladores y disipadores de calor.

En las casas rumanas es raro encontrar azulejos, todo un lujo, pero a pesar de esa ausencia sí son masivas y pesadas, incluso las que se usan como cocinas, para que una vez apagadas mantengan el calor. El sistema realmente no es muy eficiente porque se pierde mucha energía con el humo y porque no distribuyen bien el calor por la habitación al no tener un diseño adecuado para trabajar por convección. Es básicamente un sistema radiante más que convectivo; incluso conductivo cuando la gente se sienta sobre ellas. Si el sistema debe funcionar por radiación, calor o frío, debe ocupar una gran superficie y hacerlo homogéneamente, ocupando toda la habitación, como los suelos radiantes, herederos de los hipocaustos romanos, o los techos fríos. Si van a funcionar por convección el aire se tiene que mover o mecánicamente, con un ventilador, o de forma natural gracias al diseño del aparato, como en nuestros clásicos radiadores.

Si sólo hay cocina y no estufas adicionales, que es lo más frecuente, la cocina también tiene la función de estufa acumuladora y por eso son pesadas, más o menos cerradas y con una geometría que favorece el incremento de las superficies expuestas al aire.
Cocinas masivas para conservar el calor. En una de las fotos se ve el uso de la cocina también como dormitorio
Horno de pan en un vestíbulo: la gran masa que lo rodea conserva su calor durante muchas horas después de su uso.
Pero aquí aparece un nuevo problema, porque Rumanía con inviernos largos y muy fríos, tiene veranos calurosos. Bucarest, por ejemplo, tiene una temperatura media en enero de -1,3 ºC, incluso han llegado a registrar -32 ºC. Sin embargo, en julio, con una temperatura media similar a la de Madrid, han alcanzado los 42 ºC en alguna ocasión. Aunque sus veranos son cortos, son extremos y las viviendas tienen que comportarse bien también en esos meses. 

Las casas están pensadas básicamente para sus largos inviernos, por eso son de madera, que es un material más aislante que otros, como la piedra o la cerámica (50% de media más aislante), y con baja difusividad térmica (una difusividad cuatro veces menor de media, que supone que la madera absorbe 4 veces más lentamente el calor y que, por tanto, permanece en el aire) para que el calor aportado por las cocinas, los hornos o las estufas sólo caliente el aire. Todo muy relacionado para hacer un uso eficiente del combustible. Además el sistema de calentamiento, no sólo está colocado en el centro del edificio, sino que es el elemento “central” que da sentido a todo el resto del diseño. Por otro lado, siempre hay un falso techo en las habitaciones, lo que reduce el espacio a calentar y crea una gran cámara de aire bajo los faldones exteriores que aísla una cubierta térmicamente pobre. ¿Y qué pasa en verano?, que no funciona, o mejor dicho, que no funcionaría si no incluyera algo más.

Para resolver ese mal funcionamiento las viviendas disponen de un elemento muy característico, una veranda, que a veces se convierte en un porche, un pequeñísimo porche en algunas ocasiones, que ocupa uno, generalmente el frente, o varios laterales de la casa. Esa veranda, cuando no llega a la categoría de porche, es poco más que un escalón que sirve de asiento. A veces se limita a 50 o 60 cm en los que los habitantes se pueden sentar a realizar las tareas domésticas o labores artesanales. Ésta es su zona de verano, al exterior, cuando en el interior, debido al uso de la madera, hace calor. Cuando es perimetral o semiperimetral, habrá siempre partes sombreadas en algunos momentos del día, hacia las que se irán trasladando según lo necesiten. Como el frente de las casas está normalmente orientado al sur, la cubierta del porche actúa de voladizo ante el sol alto del mediodía y sombrea ese espacio durante todo el día; en el solsticio de verano se alcanzan casi los 70º de altura solar en Bucarest, lo que quiere decir que haría falta un vuelo de 1,5 m para sombrear la veranda, si es pequeña, en ese momento. Es una sencilla pero singular aportación bioclimática de estas casas populares rumanas al calor del verano sin perder las cualidades protectoras necesarias en invierno.
Verandas.
Otra de los cambios necesarios en el funcionamiento de las viviendas está encaminado a evitar que en verano la cocina, cuando está en uso, caliente el interior. Como ya he explicado antes, dado que el material predominante en paredes techo y suelo es la madera, al cocinar el calor producido no se almacenaría en la envolvente, que no tienen capacidad para guardar el calor con suficiente rapidez, sino que iría todo al aire. Esto es buenísimo en invierno, pero en verano sería un desastre. Para evitarlo, ya que no pueden transformar la envolvente, muy comúnmente aparece la “cocina de verano”, que es una habitación exenta o un espacio exterior que usarán para cocinar cuando haga calor.

Casi de forma generalizada, las paredes de las construcciones más antiguas son de troncos trabados en las esquinas. Los espacios cóncavos de las uniones de los troncos se rellenan con un trullado de barro y paja, para hermetizarlas. En otros muchos casos ese trullado se convierte en un recubrimiento completo, que tapa los troncos, terminado todo con una lechada de cal que endurece la tierra y mejora el aspecto. A pesar de que estás son las dos formas más habituales de fachada, hay muros con la madera al aire y otros con un tratamiento diferente del recubrimiento.

El acabado interior no es de madera vista sino que también, como al exterior, está recubierto con barro y cal. Aunque es una capa fina, la madera no queda al aire y eso convierte al muro en algo intermedio entre las cabañas de madera de los nórdicos y las de tapial y adobe de España. Se podría decir que se busca con ello un comportamiento híbrido, para un clima frío y caluroso, al tiempo.


Alfombras de pared.
En varias edificaciones se usa lo que llaman el “vestíbulo frío”. En esos casos el vestíbulo carece de falso techo, por lo que se ve la parte inferior de la cubierta y en ocasiones incluso el cielo a través de los huecos que dejan las tejas de madera. Al carecer de la protección aislante que da el aire del bajo cubierta formado por el falso techo y la cubrición, lógicamente es una habitación más fría. Por otro lado, al ser más alta no acumula el calor cerca de los ocupantes sino en la parte superior, a varios metros de altura sobre el suelo, se estratifica junto a la cubierta y se ventila mejor y, por tanto, es una habitación ideal para ser usada en verano.

Plantas de las cabañas Vestíbulo frío
Paredes de troncos rellenas y encaladas.

Conclusión
Como se ve, parecían idénticas, simples cabañas de madera, pero cuando se indaga, o simplemente se observa con detalle, se ve que las diferencias pueden ser muy grandes. La arquitectura tradicional siempre ha sido capaz de adaptarse de una forma muy inteligente y sutil, casi sin dejarse ver, al clima en el que se encuentra, y conseguir con muy pocos recursos espacios habitables, compatible con la vida humana.

jueves, 7 de mayo de 2020

EL COVID-19 Y LA NECESARIA SOSTENIBILIDAD


No sé si llegaremos a saber a ciencia cierta en algún momento cuál fue el origen exacto de la pandemia del COVID-19, hay demasiados intereses creados. Hay grandes países que se están arrojando el virus como un arma comercial y políticos que buscan en la enfermedad mayores posibilidades de éxito popular; nunca entenderé a los políticos criticando lo que se hace y lo que no se hace, exigiendo una actuación y luego rechazando vehementemente esa misma actuación. Tampoco sabremos si otras medidas diferentes de las tomadas habrían dado mejor resultado, no nos está permitido repetir el pasado en una segunda oportunidad, una lástima.
Tampoco tengo claro cuál será para la humanidad el aprendizaje de este tiempo en confinamiento y de tantas muertes; de hecho no sé si realmente aprenderemos y mejoraremos en algo. Sin embargo hay algo cierto: hemos sido capaces de cambiar rápidamente, de un día para otro, nuestros hábitos de vida con disciplina y convencimiento en general de que lo que hacíamos era lo correcto. ¿Por qué no seguir por ese camino desarrollando esos cambios profundos que creemos necesarios, pero que siempre hemos supuesto imposibles a corto plazo? Seguramente porque todos ansiamos nuestra normalidad perdida, aunque sea imperfecta; no sería fácil. De momento, si ese cambio de paradigma no se produjera, la posibilidad de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 estará muy lejos de alcanzarse con una economía muy tocada.
¿Cambiaremos algo?, ¿la forma de pensar, de relacionarnos, de trabajar, de pasar el tiempo de ocio, de viajar? Los cambios que sí se han producido, para quedarse, son los de nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos; mentalmente nos resulta tan fácil contactar con un conocido situado en otro continente como con nuestro vecino de abajo, a todos los vemos igual de lejos. No sé qué pasará con los otros cambios que hemos asumido.
Pero lo que sí sé, o al menos intuyo, es que esta pandemia no será la última infección masiva que sufra la humanidad y que traspase las fronteras de unos pocos países pobres. Hasta ahora, el ébola sólo mataba a unos pobres africanos, y rara vez traspasaba las fronteras de esos países subdesarrollados. Pero creo que eso está cambiando, aunque sea con una letalidad menor.
Quizá haya que reconsiderar la idea sostenible de una ciudad densa y el objetivo de redensificación. Si bien ese concepto nos permite disponer de servicios de proximidad y asegurarnos su acceso con mínimos desplazamientos, esa ciudad no permite espacios abiertos para los movimientos que aseguren el distanciamiento social que ahora necesitamos. Caminar manteniendo las separaciones, aunque sea en las horas permitidas, resulta difícil. La idea de un hipotético futuro confinamiento debe estar también en la idea de la planificación de la ciudad sostenible.
Lo que estamos sufriendo en estos días a nivel mundial, ¿será el ensayo de una distopía futurista?, ¿algo que empezará a repetirse con regularidad y que nos mantendrá escondidos en nuestras madrigueras, sin relacionarnos? Espero realmente que no.
¿Pero qué es lo que realmente pienso del origen y las causas de esta pandemia? No tengo una base científica para asegurarlo, ni información secreta o confabuladora que lo avale, pero sí tengo clara una cosa: el cambio climático puede tener que ver con ello.
Ante la emergencia climática los que trabajamos en el mundo del edificio y de la ciudad buscamos minimizar los efectos del cambio climático, dentro de nuestras capacidades, y mejorar la resiliencia de personas, edificios, barrios y ciudades frente a esas alteraciones del clima. Seguramente no tendremos mucho problema en conseguirlo porque disponemos de la tecnología. Esa tecnología fruto del conocimiento es la que nos permitirá hacer mejores ciudades más habitables, con edificios probablemente más saludables y adaptados.
Pero, la tecnología de la naturaleza es la biológica. Y la naturaleza es brutal y también tiene que ser resistente y adaptarse a ese cambio climático. Muchas especies están desapareciendo y otras desaparecerán, para ser sustituidas por otras nuevas, más resistentes, más evolucionadas y adaptadas, fruto de una nueva evolución, que implicará a seres multicelulares, grandes y pequeños, y a seres unicelulares, e incluso con una estructura biológica elemental de proteínas como los virus.
Tras conocer la estructura del virus ya se descarta que el COVID-19 haya sido modificado genéticamente, aunque no se descarta que pudiera salir de un laboratorio chino, tal vez lo más probable es que lo trasmitiera un murciélago contaminado en el que mutó; en los murciélagos se han dado todo tipo de cepas del COVID. No lo sé, pero la posibilidad de que nuevos virus y bacterias, fruto de la evolución y la mutación para adaptarse a unas condiciones diferentes, más calurosas, más secas, más humedad, pero diferentes, vayan a entrar a formar parte del Olimpo de los nuevos dioses, es grande. Si consentimos que siga avanzando el cambio climático, el problema no estará en los recursos que se agotarán, ni en la inhabitabilidad de los nuevos climas, ni en la pérdida de biodiversidad, sino, tal vez también, en la aparición de nuevos patógenos más resistentes, más evolucionados y más adaptados que nosotros a ese cambio; quizá si se relacionara el COVID-19 con alteraciones del hábitat, tal vez nos preocuparíamos más por el cambio climático.
Por otro lado, la mala nutrición ya ha generado personas de mayor riesgo ante la enfermedad, obesos o con carencias nutricionales; entre ellos ha habido mayor mortandad. Recuperar la capacidad de las ciudades para producir algunos de los alimentos que necesitamos no solamente reducirá el impacto negativo sobre el planeta del transporte de esos alimentos desde lugares lejanos, sino que nos permitirá controlar mejor el proceso de cultivo de los mismos, y aunque de momento su impacto sea pequeño, redundará beneficiosamente sobre la salud y nuestra capacidad para soportar otra pandemia, y en la salud del planeta al reducir el impacto contaminante del transporte.
También habrá que reconsiderar el consumo que se produce en algunos países, como China, de especies salvajes de las que no se puede controlar la calidad y salubridad del producto, y que no deberían formar parte de nuestra dieta alimenticia. Ahí, muy posiblemente, haya estado el origen del COVID-19.
El ser humano ha influido muy negativamente en el clima del planeta al proveerse de alimentos. El hecho de que el ser humano haya necesitado de más espacio para el cultivo agrícola, el origen del cambio climático en el mundo al eliminar bosques por superficie desnuda para el cultivo, es determinante. A eso habría que añadir que también para la ganadería, ocupando espacios que antes ocupaban esas especies salvajes que pueden infectar al ganado y convertirse en las vías de mutación de los patógenos.
Yo no voy a poder trabajar preparando la deseada vacuna, ni en descubrir la cadena del ARN de este virus, pero sí voy a seguir trabajando, no para alcanzar una adaptación al cambio climático, sino para ayudar a mitigarlo. Aunque pudiéramos suponer que hay poca relación, la sostenibilidad, la arquitectura bioclimática la eficiencia energética, se vuelven cada vez más necesarias para evitar que esos nuevos inquilinos indeseados aparezcan en ese planeta que estamos perpetrando.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Durmiendo en una cueva




Quienes me hayan leído o escuchado saben de mi gran interés por el hábitat troglodita, es decir, por las cuevas. En su momento hice una clasificación tipológica que me ayudó a entender y compartir el cómo y el porqué de sus diferentes formas. Y en base a ese interés he intentado estar en el interior de muchas de ellas. Sin embargo, no había tenido ocasión de vivir en ninguna. Esa asignatura pendiente la pude resolver este verano, cuando alquilé una cueva en el pueblo granadino de Gorafe. La excusa fue visitar el Geoparque de Granada, en cuyo centro se encuentra esta pequeña población, que además dispone de un interesante centro de interpretación.

El pueblo de Gorafe visto desde el altiplano del Llano de Olivares.


Las badlands del Negratín que forman el desierto de Gorafe.

 En el Geoparque, que abarca 47 municipios, se puede apreciar una geología singular, observar yacimientos paleontológicos del Cuaternario y visitar los asentamientos de la Edad del Bronce que se han ido descubriendo en los límites del valle del río Gor, concretamente en esta zona hay más de 240 dólmenes que son enterramientos megalíticos. Yo no los visité todos, como es lógico, pero sí pude ver un número muy considerable de los mejor conservados en varias ubicaciones diferentes de las 11 que hay reseñadas en el entorno de Gorafe. Son del Neolítico medio, hacia el 2 800 a.C., que los puede hacer aparecer como muy primitivos, pero por esa época los egipcios ya estaban construyendo las grandes pirámides y desarrollado su cultura.


 Dólmenes de Gorafe.

Los dólmenes son construcciones funerarias formadas por grandes piedras verticales, ortostatos, que forman las paredes, sobre las que se colocan piezas horizontales a modo de techumbre; dolmen en la lengua de los bretones, cuya tierra es rica en construcciones megalíticas, quiere decir mesa de piedra. Lo más habitual es que sobre ellas se coloquen a su vez piedras sueltas y tierra, devolviendo un aspecto natural al terreno o creando intencionadamente un hito en forma de pequeño montículo. Tal vez el túmulo así creado tenga algo que ver con la idea de la “colina primigenia” de los egipcios, el origen de la Tierra, lo primero que emergió del agua. En Egipto lo veían cada vez que bajaban las aguas del Nilo, donde lo primero que aparecían eran las pequeñas protuberancias del terreno. También cuando enterraba a sus muertos en la tierra no fértil del desierto, formando un montículo con la arena sobrante. Cuando comprobaban que el cadáver se había momificado de forma natural, por el calor y la sequedad de la arena, como una manera de interpretar una conexión entre la forma y el más allá, le empezaron a dar importancia y la vincularon con la “colina primigenia”. Sin duda era una forma de marcar el lugar, pero hay que dejar a otros la interpretación más plausible de cada caso.

Aunque el tamaño de estos dólmenes era pequeño en comparación con otros como los que hay en Antequera, el de Menga por ejemplo, la piedras no dejaban de ser muy pesadas y su traslado una auténtica obra de ingenio. Supongo que en parte el hacerlos enterrados estaba justificado por necesidades puramente constructivas.


Dolmen de Menga a la izquierda y corredor de El Romeral debajo.

El procedimiento constructivo consistía en hacer una zanja profunda y estrecha marcando el perímetro del futuro dolmen. Hasta esas zanjas trasladaban, seguramente arrastrándolas mediante troncos, las piedras que harían de paredes verticales. Al llegar al borde las harían pivotar para dejarlas caer en el hueco de la zanja y, tras acuñarlas con piedras y tierra, las dejarían en la posición vertical que definitivamente tendrían. Posteriormente deslizarían sobre ellas las grandes piedras que formarían la techumbre. Estas eran las más pesadas debido a su tamaño, pero no sería necesario pivotarlas, sería suficiente deslizarlas sobre la tierra hasta dejarlas colocadas sobre las verticales y la tierra del centro. Finalmente se  excavaba la tierra que había quedado dentro hasta crear el espacio vacío interior del dolmen. 

 Entrada de un domen.

En alguno de ellos se creaba un pequeño canal, como un pasillo de entrada. A esos dólmenes se les denomina de corredor. Según he leído para que se formara un pequeño séquito funerario, pero los que vi en Gorafe en ocasiones eran de sólo 50 cm de ancho y un metro de largo, así que en estos casos habrá que buscar otra explicación plausible. Hay también en la zona otros dólmenes más sencillos en los que se limitaban a cerrar la entrada con otra piedra.


Fotos de pequeños dólmenes de corredor, todos ellos sin las piedras de techumbre.

En el interior de la cámara depositaban el cadáver. Si con el paso del tiempo era necesario introducir otro cuerpo, se retiraban los huesos a un lateral y colocaban en el centro al nuevo difunto. En uno en la zona de Las Majadillas se han encontrado restos de 22 personas, todo un panteón familiar.


     
Fotos del dolmen 134 en la zona del Coquín alto, sin corredor. Es el más grande y completo de esta zona.

 No voy a intentar entender el porqué de este procedimiento frente a un enterramiento o una incineración. Tal vez al enterrarlos cabía el riesgo de que los animales carroñeros los pudieran desenterrar o que para incinerarlos necesitaban una cantidad enorme de madera, recurso que seguramente cuidaban, pero probablemente habrá otras explicaciones con más simbolismo.

Las plantas del esparto te acompañan permanentemente en la búsqueda de los dólmenes.

Visité los dólmenes de La Majadilla, una zona en el altiplano, sobre el valle del Gor y en el arranque del desierto de Gorafe, las zonas del Coquín, el alto y el bajo y, más alejado, la zona de Alicún de la Torres, cerca de un balneario de aguas termales.

Sabíamos que se accedía a esta última zona desde las proximidades del Balneario de Alicún, por lo que nos dirigimos hacia allí. No nos resultó difícil llegar ya que habíamos pasado por él en nuestro camino de ida. Sin embargo, cuando aparcamos no encontramos ninguna señal que nos indicara dónde se encontraban los dólmenes. Después de preguntar a varias personas y obtener como respuesta que sí, que sabían que había dólmenes pero que no habían ido nunca, tuve suerte al final y el contratista de una obra que se estaba realizando cerca del Balneario nos orientó hacia el camino por donde se podía llegar al asentamiento.

Este último asentamiento es algo posterior, se supone que unos 300 o 400 años después de los que ya habíamos visto. Están menos trabajados arqueológicamente pero allí encontramos, porque fue un encuentro que tenía mucho de casual y de suerte, uno completo, grande, en el que pudimos entrar.



Dolmen de la zona de Alicún de las Torres. Era el más grande que vi, unos 2,20 m de altura, completo, incluso con la techumbre. Se podía entrar y valorar el aspecto de la construcción y el tamaño de las piedras. Los ortostatos, las piedras verticales que forman los muros, están perfectamente unidos a hueso para que no entre agua.

 Los dólmenes de esta zona no están señalizados por lo que habíamos tenido que caminar al azar buscándolos, pero al final resultó ser una suerte porque descubrimos algo que no estábamos buscando. En el entorno del asentamiento de Alicún de la Torres hay un acueducto o acequia prehistórica muy singular, la llamada acequia del Toril. La zona era muy propicia a los asentamientos debido a la presencia del agua termal a 35 ºC y a toda la vegetación que crece gracias a ella.

  
Imágenes de los restos de la acequia que dio lugar al gran muro de caliza travertina que ahora se puede observar.


Gran muro de 15 m de altura y hasta 1,5 m de grosor formado por la mineralización de las plantas que absorbían el carbonato cálcico.

 Para dotar de agua a sus aldeas, los pobladores de la zona la canalizaron mediante una acequia a ras de suelo. Parte de esa agua mal canalizada permitió el desarrollo de plantas a ambos lados del conducto, la pajarilla de agua, la cañota real, el tarajal, el enebro, el ruibarbo o el romero. Como el agua transporta gran cantidad de bicarbonato cálcico y las plantas tienen una gran facilidad para fijarlo, acabaron mineralizándose. Sobre esta estructura mineral siguieron creciendo nuevas plantas que a su vez fijaron de nuevo el bicarbonato cálcico. Se fue formando con el tiempo un murete que acabó convirtiéndose en una gran pantalla de casi 1,5 kilómetros de longitud que en algunos tramos llega a los 15 metros de altura y 70 cm de espesor medio, creando uno de los entornos geológicos y vegetales más singulares de la provincia de Granada. Fui a ver cuevas y vi desierto, dólmenes y acueductos naturales de caliza y plantas mineralizadas.

La caliza travertina se puede apreciar tras la vegetación en estas fotos.

 A pesar de ser capaces de construir con grandes piedras y valorar el uso de espacios semienterrados, sus poblados eran de cabañas circulares, como castros, con techumbre de paja y protegidas por un cercado. No parece que pensaran en la posibilidad o el interés de hacer construcciones en las montañas, cuyo terreno arcilloso parece que está pidiendo a gritos hacer cuevas. Su uso llegaría mucho después.

Cuevas en Gorafe.

 Las cuevas de Gorafe, término que proviene del árabe gaurab, y significa “cámaras altas”, son del siglo XII y de origen almohade. Estas cuevas estaban organizadas en tres niveles. Las del nivel más bajo se empleaban como cuadras y establos; eran las de más fácil acceso lógicamente. Las del segundo nivel eran las empleadas como viviendas, pero también incluían palomares y aljibes donde recogían agua de lluvia, seguramente la que se filtraba por el terreno; se accedía a ella a través de estrechos y largos caminos en cornisa siguiendo el acantilado, lo que los convertía en peligrosísimos. Y un tercer nivel, de acceso aún más complejo pero que les confería gran protección, como almacenes de grano, algo parecido a los graneros fortificados de Marruecos o Túnez. Las cuevas de los tres niveles se comunicaban en ocasiones entre sí interiormente.

Imagen de algunas de las cuevas almohades, en plena montaña. En la foto se ven, a la izquierda, las cuevas del tercer nivel, y a la derecha las del segundo, pero desde donde yo estaba no se alcanzaban a ver las del primer nivel.

Al llegar a Gorafe nos dimos cuenta de que no había muchos sitios donde comer; no habíamos comido por el camino para no llegar demasiado tarde. El supermercado que tenía el pueblo, que habría sido una solución, estaba cerrado. Después de preguntar nos acercamos a un pequeño hotel que había a la entrada del pueblo para ver si podríamos comer allí. En el hotel, Rosita se encargaba de todo, atendía al hotel, a las mesas y hacía la comida. Nos dijo que no nos podría ofrecer mucho, que sólo había cocinado dos platos, lomo y pollo, pero que nos podría hacer una ensalada también. Le dije que no se preocupara, que seguro que nos gustaban, como así fue. Eran dos platos exquisitamente cocinados con los productos naturales de los que disponía, grandes cantidades de ajos y enormes rodajas de naranja, una combinación realmente apetitosa. Dado que se tenía que encargar de todo tardamos bastante en terminar, entre bromas que hacía cada vez que pasaba por nuestra mesa. Tras la larga comida nos fuimos encaminando hacia lo alto del pueblo, donde estaba nuestra cueva, ascendiendo por la calle principal.

Subiendo hacia la cueva.

La cueva formaba parte de un conjunto de varias dispuestas en cuatro niveles. La mía era la de más arriba, ya que era la más pequeña, para dos personas. Su situación reducía la cantidad de tierra que la conformaba, en comparación con las de más abajo. Por eso, su temperatura, que seguiría siendo tan estable como en cualquier otra ya que la masa de tierra era más que suficiente, era algo alta. Entre dos y tres metros de profundidad, que es más o menos lo que tenía encima y a los lados la cueva, la temperatura de la tierra es la media de los tres últimos meses. Como yo la ocupé a mediados de agosto la temperatura sería la media medida desde mediados de mayo hasta el momento. Como el mes anterior además había sido muy caluroso no me extrañó medir 24 ºC, y no los 18 ºC que podría haber alcanzado. En cualquier caso, una temperatura claramente confortable.


Cuevas que alquilaban las dos señoras en Gorafe.

 El funcionamiento de una cueva, o de cualquier otro espacio con una envolvente gruesa y masiva, lo asemejo al de una esponja. Una esponja que va absorbiendo el calor que entra o se produce en el interior y que cuanto más gruesa es más calor absorbe, y en el caso de una cueva son varios metros de esponja. En el momento en el que la cueva o el recinto rodeado por esa envolvente masiva comienza a enfriarse, la esponja se empieza a estrujar mágicamente, devolviendo la energía guardada. Esa magia que estruja la esponja se llama termodinámica, ya que en el momento en el que la temperatura del espacio interior es menor que la de la pared se produce un flujo de calor de la pared más cálida al ambiente más frío. Como ese flujo es directamente proporcional a la diferencia de temperatura, que siempre es muy pequeña, el flujo es muy lento, casi imperceptible, por lo que la temperatura interior parece no cambiar. En el tiempo en el que yo estuve en la cueva la temperatura no fluctuó más allá de medio grado.

También es verdad que la energía que tiene que absorber la pared es pequeña. Dos personas viviendo en esa cueva generan una potencia de 125 W de media diaria cada una, es decir, si permanecen 12 horas en la cueva producen una energía de 3 kWh. Al no tener ventanas la cueva, la radiación solar que penetra también es muy pequeña. En mi cueva entraba por la puerta cristalera dos horas a primera hora de la mañana; es decir, unos 300 Wh por metro cuadrado de vidrio, unos 0,6 kWh. El alumbrado eléctrico y los electrodomésticos podrían aportar menos de esos 0,4 kWh que me sirven para redondear la cifra en 4 kWh (14 400 kJ).

Los 45 m2 de la cueva estaban rodeados por unos 198 m2 de tierra, incluidos techo y suelos. Si considero que almacena calor entre 60 y 70 cm de profundidad, habrá un volumen de unos 135 m3 capaz de acumular energía en la envolvente del espacio. Con una densidad de la arcilla de 1 800 kg/m3, tengo:

Masa: 135 x 1 800= 243 000 kg

Con un calor especifico de 0,89 kJ/kg·K, habrá una masa térmica de:

Masa térmica: 243 000 x 0,89= 216 270 kJ/K,

que representa la cantidad de energía que hay que aportar a esa masa para cambiar en un kelvin, un grado centígrado, su temperatura. Teniendo en cuenta que la energía que entra en un día es de 14 400 kJ, la temperatura sólo subirá en ese periodo de tiempo en:

14 400/216 270= 0,07 ºC

Esta cantidad es muy pequeña, propia de la estabilidad térmica que aporta una cueva, pero si sólo hubiera aportación de calor, a lo largo de un mes se iría acumulando ese calor y podría subir la temperatura en 2 ºC. Por eso es necesario ventilar, sobre todo para aprovechar el frescor nocturno, estrujar la esponja y eliminar por completo esa energía, estabilizando la temperatura de la tierra.


Interior de la cueva. Abajo se ve la cocina, a la entrada de la cueva, y arriba el dormitorio, siempre la pieza más profunda.

Del conjunto de cuevas que alquilaban dos señoras, ellas vivían en una de ellas, dos niveles por debajo de la mía. Se habían rehabilitado en 2007, seguramente con licencia anterior a la entrada en vigor del Código Técnico de la Edificación y, por tanto, sin las exigencias de ventilación y aislamiento propias de esa norma. En general se había conservado muy bien su estructura original, el tamaño de los espacios y los acabados. Se había llevado agua corriente, algo que no tenían, y se había renovado la instalación eléctrica, empotrándola en la arcilla de las paredes; se podían apreciar las rozas tapadas.

Roza para llevar el tubo eléctrico, tapada posteriormente con la arcilla y el encalado.


También habían incorporado agua caliente sanitaria con colectores solares. Estaban colocados en la parte alta del conjunto, en un sitio discreto que no permitía su visión hasta no haber trepado por la colina. Era un conjunto de cinco colectores que tenían que dar servicio a todas las cuevas que ellas alquilaban. Como en aquel momento sólo estaba alquilada la mía solamente estaba en funcionamiento uno de ellos; el resto estaban tapados. Éste es uno de los grandes inconvenientes del calor solar, que los colectores funcionan con el sol independientemente del servicio que tienen que prestar. En ocasiones la producción supera a la demanda, cuando hay mucha radiación en verano o cuando los edificios están desocupados por las vacaciones o los fines de semana y podría haber sobrecalentamiento en el circuito, lo que provocaría que reventaran. Por ese motivo tiene que haber circuitos independientes que se puedan vaciar, disipadores del calor excedente o, como en ese caso, dejar inoperantes algunos de ellos tapándolos. Cualquiera de estos sistemas me parece poco práctico en unos dispositivos que han evolucionado poco, pero esto es lo que hay de momento.

Conjunto de cinco colectores para dar servicio a las cuevas. Cuatro de ellos estaban tapados.

Se había modernizado la cocina e introducido un cuarto de baño con todas sus consecuencias, es decir, con su saneamiento. El suelo ya no era de tierra sino de baldosas cerámicas y se habían aprovechado los huecos que originalmente eran pesebres para alacenas, estantes, bancos o elementos de decoración. La luz natural era la que originalmente proporcionaban los escasos huecos, las chimeneas y la puerta. En la parte de la cueva que daba al exterior, sí había alguna habitación extra más allá del vestíbulo, también había ventana. En mi cueva había tres chimeneas, sobre el dormitorio, sobre el baño y en la cocina. El resto de la luz natural entraba por la puerta cristalera. Siempre había pensado y argumentado que el problema de las cuevas no era la ventilación, sino la luz, pero en esta cueva me di cuenta de que la luz que entraba por los pocos huecos era razonablemente suficiente. Las chimeneas están encaladas interiormente y tienen una forma ligeramente cónica que conduce la luz hacia el interior de las habitaciones. Unido a la puerta cristalera el resultado era adecuado excepto a las horas más oscuras de la noche, en las que la luz de la luna y de las estrellas no parecía querer entrar.

Un espacio convertido en sofá.

 
Chimenea del dormitorio donde se aprecia la luz entrante.

Luz que entraba por la chimenea del nuevo cuarto de baño.

Hasta aquí todo bien, pero habían cometido un error en la remodelación: habían cerrado las chimeneas de ventilación por la parte superior con vidrios, dejándolas simplemente como lucernarios. Las de la cocina y el cuarto de baño tenían conectados extractores mecánicos que había que accionar eléctricamente, pero en la del dormitorio había simplemente una pequeñísima rejilla en la parte superior de la chimenea, a todas luces insuficiente. El resultado, según pude comprobar con mi anemómetro, era que el aire no se movía en absoluto. Como resultado del uso de la cueva, la humedad relativa era bastante alta. Mientras que en el exterior había una humedad entre el 14 y el 17%, era una zona de desierto, para una temperatura de 35 o 36 ºC, dentro no bajaba del 55 o 60%. Al pasar de afuera a adentro se percibía muy claramente esa mayor humedad.

Ésta es la chimenea de la cocina. Se ve como la han transformado incorporando dos vidrios para que entre más luz y una pequeña rejilla conectada a un extractor.

La chimenea de otra cueva con una modificación similar.

Ése era el mayor problema, la falta de ventilación. Es verdad que la humedad relativa se mantenía en unas cifras magníficas, pero al ser tan baja la exterior el contraste que se apreciaba al entrar en la cueva no era agradable, más bien se tenía la sensación de una humedad muy superior a la que en verdad había. No obstante, más allá de la humedad el problema de esa falta de ventilación era la calidad del aire que necesariamente tenía que ser mala. Para mantener el nivel de CO2 de origen biológico por debajo del 0,1% es necesario aportar al menos 8 l/s de aire exterior por persona que desarrolle una actividad moderada, como la de una vivienda. Es decir, 16 l/s (0,016 m3/s), una cantidad pequeña, pero aquí no había ninguna ventilación más allá de la cocina y el baño cuando se accionaban los extractores. Aunque no llevaba ningún aparato para medir la concentración de CO2 no me cabía la menor duda de que el nivel era alto. Cuando se produce una concentración elevada de gases contaminantes se da un efecto sinestésico. La sinestesia es la ciencia que estudia la alteración de una percepción provocada por un estímulo que no corresponde. Por ejemplo, la mayor sensación de calor en un entorno iluminado o decorado con colores cálidos. En este caso la sensación alterada era la térmica y el estímulo el químico provocado por los gases ambientales. Cuando el contenido de CO2 es elevado aumenta la sensación de calor. Y eso era lo que ocurría en esa cueva, una mayor sensación de calor que la que debería corresponder a su temperatura. Se podía comprobar con un simple experimento, salir a la puerta de la cueva, donde había una temperatura algo mayor que en el interior, y comprobar cómo la sensación de calor aún con el aire en calma era menor; era la mejor calidad del aire exterior la que provocaba ese efecto.

Pero no hay que olvidar que se ha visto que era necesario ventilar también para evitar la concentración acumulada de energía durante varios días seguidos. Eso tampoco se conseguía.

De haber tenido un hueco en horizontal al otro lado de la cueva, en oposición a la puerta, moviéndose al aire a 1 m/s, el caudal de ventilación habría sido:

Q= 0,025 · A · Vviento= 0,025 · A · 1 =0,025 · A m3/s

Como considero que hacían falta 0,016 m3/s, serían necesarios 0,64 m2 de huecos de entrada y salida (2 huecos de 0,8 x 08 m). Si la velocidad del aire hubiera sido la mitad, algo más que probable, me harían falta 1,28 m2 de huecos (2 huecos de 1,13 x 1,13 m).



   Chimeneas de ventilación de las cuevas.

Pero la cueva tiene un componente estupendo que no hace preciso que sople el viento, las chimeneas. Con la diferencia de altura que ofrecen las chimeneas se alcanza suficiente diferencia de presión como para que no haga falta recurrir al viento. La altura del hueco de salida de estas chimeneas con respecto a la puerta, que es el hueco de entrada, podría estar entre los 5 y los 6 m.
En estas fórmulas de dinámica de fluidos, las temperaturas se introducen en kelvin, siendo To una temperatura operativa que se fija en 20 ºC (293 K); cuanto mayor es la diferencia de temperaturas entre el interior y el exterior mayor caudal se mueve. Para mover 0,016 m3/s me bastan dos huecos de 0,0135 m2 de área efectiva. El área efectiva de ventilación es el 73% del área real para huecos de entrada y de salida de igual tamaño; dando por sentada esa equivalencia serían necesarios 2 huecos de 0,0185 m2 de área real. Una rejilla de 20 cm por 10 cm lo proporciona. Sobre la puerta había una rejilla que podría haber sido suficiente de haberse mantenido abiertas las chimeneas.

Rejilla de ventilación sobre la puerta de entrada a la cueva.

Pero la ventilación no se producirá sólo desde la puerta, también se produce entre las tres chimeneas. En el momento en el que los remates de las chimeneas estén a diferente altura habrá entre sus bocas diferentes presiones que harán que el aire circule desde las que tienen más presión, las más bajas por las que entra el aire, hacia las que tienen menos presión las más altas por las que sale. Con una diferencia de altura de sólo dos metros entre los remates de las chimeneas habrían sido necesarios 0,026 m2 de hueco real, es decir, huecos de algo menos de 20 cm de diámetro. Durante la noche, al bajar la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior, esa ventilación por tiro natural se reduce o puede anularse durante unas horas.

Este sistema de chimeneas y hueco de la puerta asegura una continua y correcta ventilación. Es una pena que en esta cueva se hubiera cerrado el tiro, supongo que pensando que así serían más confortables o para evitar el riesgo de entrada de agua de lluvia o de insectos, algo que se podría asegurar con un correcto remate.

Según me contaron, en las cuevas se había sustituido la chimenea de hogar abierto, que usarían como cocina, por una chimenea de tipo salamandra, para las épocas más frías del año. Sin embargo, me dijeron que prácticamente no la usaban.

Estufa de hierro usada como calefacción.

Tuve ocasión de entrar en las cuevas que estaban debajo de la mía. Aunque la rehabilitación era similar, al tener encima muchas más toneladas de tierra, aunque la estabilidad térmica seguía siendo la misma, la temperatura de la tierra a esa mayor profundidad almacenaba también el frescor de los meses de primavera e invierno; en el interior la temperatura del aire era tres grados más baja. Estoy seguro de que a un nivel más bajo de cuevas, aún había dos niveles más, habría una temperatura que se acercaría a los 16 o 18 ºC.

Aunque en esta segunda cueva también estaban tapadas las salidas de las chimeneas, como la cueva era muy grande y atravesaba la montaña, podían tener ventilación cruzada con aire de la ladera norte, lo que aseguraría una buena calidad del aire permanentemente.

Siempre he defendido la necesidad de rehabilitar la arquitectura popular más allá de lo que pueda exigir la normativa, si queremos que permanezca entre nosotros con una nueva vida. También que en ocasiones hay que hacer cambios importantes, como podría ser en este caso actualizar la cocina e incorporar un baño moderno junto con todas las instalaciones. Pero es imprescindible entender qué no se debe tocar, y aunque estas cuevas seguían siendo perfectamente confortables y mucho más habitables que antaño, no debieron eliminar la ventilación natural.

Anochecer en Gorafe.