Aprovechando este periodo de confinamiento,
al disponer de un tiempo libre que no puedo dedicar al ocio en el
exterior, voy a escribir sobre las
semejanzas y las diferencias, desde la óptica de la sostenibilidad y la
habitabilidad, de dos tipologías de arquitectura la popular que pueden parecer
muy similares, pero que tienen sus diferencias. En realidad son dos cabañas de
madera muy sencillas, una es una isba, que es la cabaña típica del norte de
Rusia, y la otra es una de las cabañas tradicionales rumanas de Transilvania.
Cabañas de madera
En ambos casos el recurso natural
es el de la madera gracias a los extensas bosques de los que disfrutan en esas
zonas que, por otro lado, es un recurso sostenible, material que no se agota
con su uso, lo que las hace partir de una posición favorable a ambas como para
considerarlas construcciones sostenibles.
Plantas de las cabañas
El tamaño y la forma pueden ser
casi los mismos, forma rectangular, una planta, cubierta a dos aguas con teja
de madera y el uso casi exclusivo de la madera en su construcción. ¡Y en ambas
hay una potente fuente calor interior, una gran estufa u horno, alma
estructuradora del conjunto! Pero tienen sus matices.
La isba se extiende por un
territorio indudablemente frío en todas las épocas del año. Allí no se puede
hablar de un estío caluroso, como mucho se pueden reseñar algunos días cálidos
en pleno verano. En Transilvania los inviernos serán frío, incluso muy fríos,
con temperaturas bajo cero, pero a cambio tendrán un verano caluroso.
Cuando el clima es predominantemente
frío, lo que interesa es construir con acabados de madera. La madera tiene una
difusividad térmica baja por lo que acumula la energía muy lentamente, casi se
puede decir que no almacena la energía y deja que ésta permanezca en el aire.
Cuando un edificio se va a calentar con un combustible, en ambos casos van a
quemar biomasa, interesa que se gaste poca, y esa incapacidad para almacenar
energía de las paredes de madera permite que sólo se gaste energía en calentar
el aire, que es muy poca. Una habitación de 5 por 6 metros de planta y 2,5 m de
altura, con un volumen de 75 m3 necesita de 90 kJ para subir un
grado su temperatura. Si aplico esa cantidad de energía a un muro de ladrillo
de 5 x 2,5 m y 12 cm de espesor sólo subiría su temperatura en 0,03 ºC.
Si más adelante no hay verano, o
el verano no es caluroso, no pasa nada, pero si llega un verano caluroso la
energía que entre en la vivienda tampoco se almacenará en las paredes y se
quedará en el aire generando un sobrecalentamiento insoportable.
Por eso las isbas son de muros de
madera con el acabado también de madera, mientras que las cabañas rumanas cubren
esa madera con un enlucido de barro y cal que, al aportar algo más de masa que
hay que atravesar para llegar a la madera, les dará unas mejores prestaciones
en verano. Para que estas casas rumanas sigan funcionando bien en invierno
cubren esas paredes con algo parecido a tapices, las alfombras de pared, con un
comportamiento parecido a la madera, que luego retiraran en verano.
Interiores de la cabañas.
En ambos casos hay una gran
estufa, más o menos en el centro, que producirá el calor que necesita la casa.
Esa estufa en el caso de la isba, es también cocina, horno e incluso soporte
para la cama. Sin embargo, en las cabañas rumanas la cocina y el horno son
elementos independientes que se conectan con la estufa. También es
independiente de la cocina el horno, a diferencia de la estufa rusa, donde todo
se junta. Como en Transilvania hace mucho calor en verano, para que la cocina
no caliente el interior en esa época del año, ya que tiene poca masa, sólo el pequeño
recubriendo de las paredes, suelen tener una cocina de verano fuera de la casa.
Cocina de verano rumana
Estas estufas/cocinas/horno, son
muy grandes y pesadas, y en ambos casas lo más importante es que tengan una
gran inercia térmica para que mantengan el calor del cocinado durante todo el
día. La estufa rusa, que es mucho más grande, puede admitir incluso una cama
encima, para niños o ancianos.
Cocina y horno.
Hay poca compartimentación en ambos
tipos de cabaña, pero vivienda rumana dispone de un vestíbulo, situado
generalmente en medio, donde se ubica el horno. La cocina puede estar conectada
al horno y está en una de las habitaciones, que también se usará como
dormitorio. Al otro lado del vestíbulo hay otro dormitorio. En la isba no hay compartimentación,
es todo un único espacio, separado virtualmente por unos estantes colgados del
techo que señalan zonas infranqueables.
Compartimentación del espacio.
LA ISBA
Los rusos, hasta la época
soviética, han vivido en construcciones de madera, incluso en las ciudades, de
mayor o menor tamaño según su importancia, pero normalmente de una o dos
plantas nada más. Una de esas construcciones es la isba.
De una forma general se puede
decir que la madera es un material de construcción abundante, económico, ecológico
y versátil, se obtiene de forma natural y es el único material que crece y que,
por tanto, es renovable y, por ende, sostenible.
Las maderas locales empleadas en
Rusia son sobre todo de abedules, pinos, piceas y robles. El control de la
madera y de los bosques era fundamental para las comunidades rurales; de hecho,
la abundancia de esos recursos era el argumento decisivo a la hora de elegir un
asentamiento. La madera será material contractivo, combustible y la base de sus
herramientas. Hay un rasgo común en toda esa arquitectura y es que los troncos
y tablones de madera están ensamblados sólo con cortes de carpintería, sin
clavos ni ningún otro tipo de elemento metálico que se pudiera usar para unir
las piezas; el coste del metal y la oxidación eran los motivos.
Pero la isba, o izba, es algo más
que un hábitat, es todo un mundo en sí misma, con sus propias leyes, enigmas y
supersticiones imbricadas en la tradición rusa más profunda. Aunque actualmente
los rusos viven en modernos pisos, todos conocen lo que es la casa de madera
tradicional de los campesinos, ya que la historia de la isba nos puede decir
mucho de la historia de Rusia. El nombre de isba proviene del antiguo ruso y
quería decir “el que se calienta”.
Las isbas más antiguas,
anteriores al siglo XIII, estaban semienterradas en un tercio de su altura, sin
cimientos. El suelo era de tierra desnuda, todavía no de tablas como se hizo
más tarde, porque eran caras y complicadas de conseguir. El espacio de la isba
se compartía con los animales domésticos, a los que se situaba cerca de la
entrada, en un pequeño recinto cerrado por un tablón y una cortina de tela.
Isba a la orilla del Volga.
Con el paso del tiempo fueron
añadiéndose otras mejoras, como una cimentación de piedra y tejados con gruesos
largueros de madera cortada y ensamblada. Más tarde, aparecieron las bisagras
metálicas para las puertas y se abrieron ventanas más grandes.
Como alguien ya ha dicho con
anterioridad, las isbas del norte de Rusia no son sólo una casa, son completas
unidades de soporte vital para la familia y sus animales durante el duro y
largo invierno, y la fría primavera. Como un arca de Noé que viaja, no en el
espacio, sino en el tiempo, de generación en generación, de calor en calor, de
cosecha en cosecha. En ese arca se guarda todo, era vivienda para las personas,
establo y corral para el ganado y las aves, almacén para los alimentos, todo
ello bajo la protección de poderosas paredes de troncos. A veces, bajo la
planta baja había un espacio semienterrado destinado a almacén, bodega y
corral. Cuando el terreno estaba en pendiente, se elegía la zona más alta de la
parcela para poder excavar ese semisótano donde preservar los alimentos de la
congelación. Meses más tarde, en verano, se usaba como refrigerador para la
leche y productos perecederos.
La herramienta de construcción
era básicamente el hacha, aunque también se utilizaban sierras para cortar los
tablones. Las maderas que se utilizaban eran sobre todo pino, casi siempre, y
abeto; las llamadas “maderas cálidas”, las más aislantes. El roble era muy
apreciado por su resistencia, pero por ello era duro, pesado y difícil de
procesar. Se usaba sobre todo para las esquinas de apoyo, para bodegas o para
estructuras en las que se necesitaba una resistencia especial, como molinos,
pozos o almacenes de sal, y no tanto como aislamiento. No se solían usar
abedules, aunque son árboles muy abundantes, porque los habitantes de casas
construidas con madera abedul decían que tenían náuseas, dormían mal o incluso
perdían el pelo; habría que estudiar si esa madera desprende algún tipo de
sustancia causante de esos problemas.
Cuando se terminaban de
superponer los troncos en las fachadas, encima se colocaba una viga de sección
cuadrada para apoyar la cubierta. En el espacio entre la línea del umbral y el
techo, se colocaban estanterías de diversos anchos, o plataformas para guardar
objetos y compartimentar virtualmente el espacio.
La decoración exterior fue al
principio escasa o incluso inexistente, sobre todo en las casas pobres, pero
con el tiempo empezaron a decorar dinteles y jambas de puertas y ventanas,
tallando la madera con motivos de flores, animales y símbolos alegóricos del
Sol. Esa decoración con elementos animales, como las patas de las aves de
corral, era muy frecuente; se dice que los cuatro soportes de madera colocados
en las esquinas que levantan la casa para evitar el contacto con el suelo
húmedo y crear un forjado sanitario, representan las patas de uno de esos
animales. Baba Yaga, la bruja arquetípica eslava, vive en una isba que se apoya
sobre patas de pollo.
Adorno en forma de cabeza de caballo.
Las ventanas inicialmente fueron
sólo pequeñas aberturas para ventilación, cubiertas con tablones o pieles de
animales. Únicamente a partir de los siglos XVIII y XIX se empezaron a decorar
las jambas y a usar vidrios, que aunque se conocían desde antes eran objetos de
lujo.
Ventanas o ventanucos
Las ventanas, como en todos los
climas fríos, eran pequeñas para preservar el calor. Se cerraban con un lienzo
engrasado o una piel seca de estómago de vaca. Sólo en las casas muy ricas se
cerraban con planchas de mica, que las hacía parecer como vidrieras. A veces,
en invierno, se utilizaban planchas de hielo, bien cortándolas del río, como se
hace en los iglús, o bien congelándolas directamente, lo que permitía que
fueran más finas. Aunque el vidrio se conocía desde la Edad Media, el pueblo
ruso no lo utilizó hasta el siglo XIX. Sin embargo, nunca se privaron de decorarlas
con marcos y contramarcos coloridos y originales.
El espacio habitable era una
única habitación y no muy grande, con paredes de entre 4 y 6 metros de largo
como mucho. En la habitación de la isba típica vivía toda la familia, abuelos
incluidos, y en ella cocinaban, comían, trabajaban y dormían. En la mayoría de
las isbas podían convivir hasta 10 personas, así que solían estar abarrotadas.
Por las noches, los anchos bancos que bordeaban interiormente la habitación
servían de camas, de hecho no había otro sitio para camas. Pero había un lugar
especial, de lujo, para colocar la cama, encima de la estufa, en una plataforma
superior. Allí dormían los ancianos o a veces los niños.
Banco para dormir
Y llegamos al corazón de esa
habitación y de la isba, la estufa u horno, pech
(пэчь) en eslavo. La estufa u horno
era el elemento fundamental de la isba. Dado su peso, se asentaba en el suelo y
era lo primero que se construía. A partir de ese punto se seguía edificando la
vivienda, a veces poco más que una pequeña habitación, en otras ocasiones con
un tamaño más significativo. Ese horno servía para calentar y para cocinar, de
dormitorio e incluso de baño.
Cocina/estufa/horno/cama
Estas estufas se construían de
ladrillo o tierra, sobre una base asentada directamente en el terreno para que
la casa no se incline hacia ese lado por su peso, que puede ser de más de dos
toneladas.
En su diseño había una zona de
horno, otra para el cocinado y múltiples huecos para conservar alimentos u
objetos calientes. Para colocar la cama en la parte superior era necesario
tener un espacio plano y puntos de acceso a modo de escalones, que podían ser
parte de la propia estufa. Alguna de gran tamaño podía servir como baño
incluso.
Cama sobre
un horno.
Las estufas tienen una gran masa
térmica y un diseño que permite mantener el calor durante mucho tiempo. El aire
caliente se canaliza a través de un laberinto de conductos formados entre las
capas de ladrillos. Hay que generar mucho calor en su interior, pero evitando
que queme, por eso, dado que se van a apoyar, sentar o tumbar sobre ella, en
muchos casos las zonas más profundas y calientes están separadas del ladrillo
externo por una capa de arena o gravilla, que aislara, permitiendo conservar el
calor pero evitando que quemara. El humo finalmente, antes de expulsarlo al
exterior, se podía utilizar para llenar una cámara donde ahumar los alimentos.
Sección de
un horno con plataforma superior para cama.
Los ancianos y enfermos dormían
sobre la estufa y el resto de la familia en los bancos o en el suelo, bajo
sábanas de fieltro, con la cabeza hacia la esquina de los iconos. No se usaban
almohadas, eran objetos de lujo. Sólo en la segunda mitad del siglo XX
empezaron a usarse mantas en las casas populares. De día se recogía la ropa de
cama y se enrollaba y colocaba en los altillos o en los estantes que servían
para separar visualmente el espacio.
Diferentes huecos para cocinara mayor o menor temperaturas y para mantener calientes los alimentos.
Dentro de la isba, el lugar de la
madre de familia estaba junto a la estufa. De hecho, aunque fuera un solo y
único espacio habitable, el uso de cada uno de los rincones estaba
perfectamente establecido. En el rincón de la mujer estaban sus utensilios de
tejer y sus labores, los utensilios de cocina, morteros, lechera, cubo del
agua, pala del horno, ollas de hierro fundido o vasijas de barro. También
toallas, trapos, barreños, cucharones, tazas, platos, todos ellos de madera.
Había una barrera psicológica que separaba ese espacio del resto, una
estantería elevada. De un lado a otro de la habitación, por encima de las
cabezas, se colocaban vigas planas que funcionaban como estanterías, las
llamadas polavochniki, creaban esa
separación virtual de las zonas y servían para guardar artículos del hogar.
Los hombres no podían acercarse
sin necesidad a la esquina femenina, aunque estuviera a dos o tres metros de
distancia solamente y se vieran perfectamente porque entre medias no había
nada; la aparición de un extraño en ese espacio se consideraba inaceptable.
Durante el emparejamiento, la futura novia tenía que permanecer allí sin
moverse, aunque escuchando la conversación.
En diagonal con la estufa, en el
extremo más alejado, se situaba la esquina
roja, la esquina bonita, porque rojo significa bonito, el lugar principal
de la isba, casi sagrado, generalmente bien iluminado por ventanas y el mejor
decorado. En él se colocaban los iconos y una lámpara colgada del techo que se
llamaba santa. La esquina roja se
mantenía siempre limpia y adornada con paños bordados, cuadros o grabados. En
los estantes, los artículos del hogar más hermosos, la mejor vajilla, los
objetos más valiosos.
Esquinas
rojas o bonitas de dos isbas
Bajo los iconos se situaba el
lugar del padre de familia, en un banco, junto a la gran mesa familiar que a
veces tenía ruedas para que se pudiera mover. Nadie podía empezar a comer hasta
que no lo hacía el padre; a los abuelos se les solía servir la comida en su
litera sobre la estufa. Ese rincón de la isba era el lugar de trabajo del padre
de familia, donde se dedicaba a los trabajos de reparaciones o fabricación de
utensilios, calzado, cuerdas, tazas, herramientas, taburetes, trineos, etc.
Foto de un
taller
Todos los acontecimientos
familiares tenían lugar en la esquina
roja. Durante la cosecha, la primera gavilla era cortada por la mujer de
mayor edad, se decoraba con flores, se llevaba a la casa con canciones y se
colocaba en la esquina roja bajo los
iconos para que diera salud y bienestar con su poder mágico. Cualquiera que
entrara en la casa lo primero que hacía era quitarse el sombrero o gorro e
inclinarse hacia los iconos de la esquina
roja.
El rincón de la estufa sin
embargo se consideraba un lugar sucio y a veces se cerraba con una cortina o
una mampara, formando una diminuta habitación, casi un armario. Cuando había
invitados, normalmente en verano, o en fiestas como bodas, se colocaba una
segunda mesa en el rincón de la estufa, pero sólo para mujeres, mientras que
los hombres se sentaban en otro rincón, la mencionada esquina roja.
En esta
isba se ve la cortinilla colgado de la viga estantería, para crear esa pequeña
habitación junto a la estufa.
Una isba de
la isla de Kirzhi, con un huerto en un lateral.
RUMANIA
Las construcciones populares
rumanas no parecen responder a un modelo único, sin embargo, sí tienen elementos
comunes. El primero es lógicamente la madera, el material más abundante, el que
mejor se adapta de forma genérica a su clima y el que mejor trabajan. Es rara
la construcción que no emplee mayoritariamente la madera, incluso cuando usan
el adobe en los muros o la tierra en los suelos, algo poco frecuente, también
hay madera en la cubierta. Desde esa visión puedo decir que las construcciones
populares rumanas son sostenibles porque utilizan un material sostenible,
inagotable, si se usa bien, como es la madera. Pero quedar todo ahí, hay algo
más.
Junto con la madera, el tamaño y
la forma también son aspectos comunes en las casas populares rumanas. El tamaño
es relativamente pequeño, generalmente en una planta con sótano de acceso
exterior si el terreno lo permite. El otro aspecto es la forma de su planta,
siempre rectangular, con la entrada por el centro dando a un vestíbulo. A cada
lado del vestíbulo una habitación que pueden ser dos dormitorios, un dormitorio
y un estar, o un dormitorio y la cocina. La cocina, al ser la zona más cálida
de la casa, puede usarse también como dormitorio y reservarse para madres con
niños pequeños. Las habitaciones pueden ser de tamaños desiguales pero es más
frecuente que sean iguales. En ocasiones en el vestíbulo central se coloca un
horno de pan, que además repartirá el calor hacia ambos lados.
La cubierta es siempre inclinada,
habitualmente a dos aguas, con una pendiente importante para evitar la
acumulación de nieve y el riesgo de sobrepeso. Está formada por un entablamento
de madera sobre el que se colocan casi siempre tejas de una fina madera. En
ocasiones usan paja y raramente cerámica. Hay un bajocubierta, ya que siempre
usan falsos techos en las habitaciones. Ese espacio, al que se accede por
trampillas desde el vestíbulo o los porches, aísla térmicamente la casa y sirve
de almacén.
Tejas de madera sujetas con clavos también de madera.
El calor lo da la cocina y, si la
vivienda tiene recursos, una o varias estufas de azulejos en las habitaciones.
Las estufas de azulejos son sistemas de calentamiento muy utilizados en
Centroeuropa. Consisten en grandes elementos masivos en cuyo interior se
produce la combustión, sin que haya contacto del humo, que se expulsa
directamente, con el aire de la habitación. Tampoco suelen utilizar el aire de
la habitación para obtener el oxígeno necesario para la combustión. Incluso, en
ocasiones la entrada de combustible se produce desde el exterior o desde otra
habitación para hacer aún más hermético al aparato. La base de su
funcionamiento es la masa y la inercia térmica que aportan cuando se calientan,
por eso del uso de recubrimientos muy densos como los azulejos.
Cocinas con grandes elementos acumuladores y disipadores de calor.
En las casas rumanas es raro
encontrar azulejos, todo un lujo, pero a pesar de esa ausencia sí son masivas y
pesadas, incluso las que se usan como cocinas, para que una vez apagadas
mantengan el calor. El sistema realmente no es muy eficiente porque se pierde
mucha energía con el humo y porque no distribuyen bien el calor por la
habitación al no tener un diseño adecuado para trabajar por convección. Es
básicamente un sistema radiante más que convectivo; incluso conductivo cuando
la gente se sienta sobre ellas. Si el sistema debe funcionar por radiación,
calor o frío, debe ocupar una gran superficie y hacerlo homogéneamente,
ocupando toda la habitación, como los suelos radiantes, herederos de los
hipocaustos romanos, o los techos fríos. Si van a funcionar por convección el
aire se tiene que mover o mecánicamente, con un ventilador, o de forma natural
gracias al diseño del aparato, como en nuestros clásicos radiadores.
Si sólo hay cocina y no estufas adicionales, que es lo más frecuente, la cocina también tiene la función de estufa acumuladora y por eso son pesadas, más o menos cerradas y con una geometría que favorece el incremento de las superficies expuestas al aire.
Cocinas masivas para conservar el calor. En una de las
fotos se ve el uso de la cocina también como dormitorio
Horno de pan en un vestíbulo: la gran masa que lo rodea
conserva su calor durante muchas horas después de su uso.
Pero aquí aparece un nuevo
problema, porque Rumanía con inviernos largos y muy fríos, tiene veranos
calurosos. Bucarest, por ejemplo, tiene una temperatura media en enero de -1,3
ºC, incluso han llegado a registrar -32 ºC. Sin embargo, en julio, con una
temperatura media similar a la de Madrid, han alcanzado los 42 ºC en alguna
ocasión. Aunque sus veranos son cortos, son extremos y las viviendas tienen que
comportarse bien también en esos meses.
Las casas están pensadas básicamente para sus largos inviernos, por eso son de madera, que es un material más aislante que otros, como la piedra o la cerámica (50% de media más aislante), y con baja difusividad térmica (una difusividad cuatro veces menor de media, que supone que la madera absorbe 4 veces más lentamente el calor y que, por tanto, permanece en el aire) para que el calor aportado por las cocinas, los hornos o las estufas sólo caliente el aire. Todo muy relacionado para hacer un uso eficiente del combustible. Además el sistema de calentamiento, no sólo está colocado en el centro del edificio, sino que es el elemento “central” que da sentido a todo el resto del diseño. Por otro lado, siempre hay un falso techo en las habitaciones, lo que reduce el espacio a calentar y crea una gran cámara de aire bajo los faldones exteriores que aísla una cubierta térmicamente pobre. ¿Y qué pasa en verano?, que no funciona, o mejor dicho, que no funcionaría si no incluyera algo más.
Para resolver ese mal
funcionamiento las viviendas disponen de un elemento muy característico, una
veranda, que a veces se convierte en un porche, un pequeñísimo porche en
algunas ocasiones, que ocupa uno, generalmente el frente, o varios laterales de
la casa. Esa veranda, cuando no llega a la categoría de porche, es poco más que
un escalón que sirve de asiento. A veces se limita a 50 o 60 cm en los que los
habitantes se pueden sentar a realizar las tareas domésticas o labores
artesanales. Ésta es su zona de verano, al exterior, cuando en el interior,
debido al uso de la madera, hace calor. Cuando es perimetral o semiperimetral,
habrá siempre partes sombreadas en algunos momentos del día, hacia las que se
irán trasladando según lo necesiten. Como el frente de las casas está
normalmente orientado al sur, la cubierta del porche actúa de voladizo ante el
sol alto del mediodía y sombrea ese espacio durante todo el día; en el
solsticio de verano se alcanzan casi los 70º de altura solar en Bucarest, lo
que quiere decir que haría falta un vuelo de 1,5 m para sombrear la veranda, si
es pequeña, en ese momento. Es una sencilla pero singular aportación
bioclimática de estas casas populares rumanas al calor del verano sin perder
las cualidades protectoras necesarias en invierno.
Verandas.
Otra de los cambios necesarios en
el funcionamiento de las viviendas está encaminado a evitar que en verano la
cocina, cuando está en uso, caliente el interior. Como ya he explicado antes,
dado que el material predominante en paredes techo y suelo es la madera, al
cocinar el calor producido no se almacenaría en la envolvente, que no tienen
capacidad para guardar el calor con suficiente rapidez, sino que iría todo al aire.
Esto es buenísimo en invierno, pero en verano sería un desastre. Para evitarlo,
ya que no pueden transformar la envolvente, muy comúnmente aparece la “cocina
de verano”, que es una habitación exenta o un espacio exterior que usarán para
cocinar cuando haga calor.El acabado interior no es de madera vista sino que también, como al exterior, está recubierto con barro y cal. Aunque es una capa fina, la madera no queda al aire y eso convierte al muro en algo intermedio entre las cabañas de madera de los nórdicos y las de tapial y adobe de España. Se podría decir que se busca con ello un comportamiento híbrido, para un clima frío y caluroso, al tiempo.
En varias edificaciones se usa lo
que llaman el “vestíbulo frío”. En esos casos el vestíbulo carece de falso
techo, por lo que se ve la parte inferior de la cubierta y en ocasiones incluso
el cielo a través de los huecos que dejan las tejas de madera. Al carecer de la
protección aislante que da el aire del bajo cubierta formado por el falso techo
y la cubrición, lógicamente es una habitación más fría. Por otro lado, al ser
más alta no acumula el calor cerca de los ocupantes sino en la parte superior,
a varios metros de altura sobre el suelo, se estratifica junto a la cubierta y
se ventila mejor y, por tanto, es una habitación ideal para ser usada en
verano.
Plantas de las cabañas Vestíbulo frío
Paredes de
troncos rellenas y encaladas.
Conclusión
Como se ve, parecían idénticas,
simples cabañas de madera, pero cuando se indaga, o simplemente se observa con
detalle, se ve que las diferencias pueden ser muy grandes. La arquitectura tradicional
siempre ha sido capaz de adaptarse de una forma muy inteligente y sutil, casi
sin dejarse ver, al clima en el que se encuentra, y conseguir con muy pocos
recursos espacios habitables, compatible con la vida humana.